Tegucigalpa, Honduras.- "Trabajé durante 16 años como administrador de la empresa cinematográfica S. A.”, recuerda Gabriel Reyes con una sonrisa llena de nostalgia al evocar aquellos tiempos de la década de los 70. “Fue una época hermosa, en la que cada película proyectada era un pedacito de alegría para los capitalinos. La gente venía a divertirse, a olvidar los problemas y a compartir en familia”, narró don Gabriel mientras se apoyaba en uno de los barandales de su casa, en el barrio Casamata.
Y es que, con el cierre del cine Klámer, tras la proyección de la aclamada película Drácula, dirigida y producida por Francis Ford Coppola, y la última función del cine Variedades con la épica cinta Avatar, la memoria histórica de Tegucigalpa se ve marcada por el fin de una era cinematográfica.
“Recuerdo perfectamente los cines Maya, en el bulevar Morazán; el Centenario, Belén, el Obelisco y el Roxy, así como Alpha y Omega, en la avenida La Paz. También Aries y Tauro, en el centro de la ciudad, y más tarde el Regis, Real, Sagitario y Ópera. Cada uno tenía su encanto”, recuerda don Gabriel, un señor de 82 años, lúcido y lleno de recuerdos maravillosos.
Gabriel trabajó como administrador de algunos de estos cines en la época en que la propietaria era doña Enriqueta Lazarus, conocida cariñosamente como doña Queta. “Ella nos trataba como familia. Siempre estaba pendiente de los empleados, del público y de que todo funcionara bien. Era un ejemplo de honestidad y cariño”, recordó el entrevistado
El gerente general era Alejandro Valladares Lanza, y también formaba parte de la administración don Jovencio Osorio Galo. La compañía de doña Queta estaba conformada por los cines Moderno, Centenario, Kennedy, Variedades, Klámer, Alfa y Omega, en Tegucigalpa. Mientras que en San Pedro Sula funcionaban el Tropicana, Variedades y Klámer; y en La Ceiba y Tela, el cine El Dorado. También en Puerto Cortés funcionó el Miramar. “Era una empresa grande y sólida, quizá la más fuerte de su tiempo”, recuerda Gabriel Reyes.
Para el administrador de estos antiguos cines, “la llegada de la televisión y luego del cable cambió todo. La gente comenzó a quedarse en casa a ver películas y noticias. La asistencia bajó y el negocio dejó de ser rentable”, explica don Gabriel.
Recordó que, tras el fallecimiento de doña Queta, mantener tantos edificios y pagar impuestos y empleados ya no era viable, y poco a poco la compañía desapareció.
Gabriel también trabajó como representante de la compañía en La Ceiba, Tela y Puerto Cortés, y pasó 10 años en San Pedro Sula. “Mi trabajo me dio de comer, de vivir y de conocer a personas valiosas. Fueron años llenos de enseñanzas y momentos inolvidables”, recuerda con nostalgia el exadministrador.
“Recuerdo al público entrando y saliendo satisfecho, en pareja o en familia. Las películas eran extraordinarias: La Guerra de las Galaxias, Indiana Jones, Terremoto... Algunas permanecían un mes completo en cartelera por la demanda”, recuerda Reyes. Para el entrevistado, el cine de los años 70 y 80 era una de las pocas diversiones disponibles en Tegucigalpa, junto con el Estadio Nacional o una visita al Picacho.
“Todo era muy sano y divertido. Llegabas a las ocho y media o nueve de la noche y podías disfrutar sin preocupaciones. Había delincuencia, sí, pero no como ahora”, recuerda Gabriel.
Por su parte, Ronald García, quien visitaba todos los cines de Tegucigalpa, recuerda que solo pagaba dos lempiras y, con el tiempo, el precio subió a tres, cinco o diez lempiras. “Las funciones especiales eran inolvidables. Había maratones de terror, musicales y estrenos que todos esperaban con ansias. Había que llegar temprano para conseguir un buen asiento, y todos compartíamos la emoción”, agregó García.
“Recuerdo el aroma a palomitas recién hechas, las cortinas moviéndose suavemente y las luces de la sala antes de la función. Todo tenía un encanto que ahora parece imposible de reproducir”, añade con nostalgia.
El cierre de cada cine dejaba un vacío en la ciudad. “Cuando cerró el Centenario o el Variedades, sentí que se llevaba un pedazo de nuestra infancia y juventud. No era solo un negocio; era un lugar de encuentro, de emoción y de recuerdos”, afirma el entrevistado, quien vende accesorios para celulares frente al edificio donde funcionó el cine Variedades.
García recuerda que “las filas eran largas y la gente estaba emocionada, conversando sobre la película que iban a ver, compartiendo un ambiente tranquilo, pero lleno de curiosidad y alegría”.
Para Ronald García y don Gabriel, lo más valioso fueron las relaciones creadas en esa época, cuando se conoció a gente maravillosa: “compañeros que se convirtieron en amigos y públicos que nos enseñaron a amar las pantallas del arte cinematográfico”, concluyó el entrevistado mientras atendía a uno de sus clientes en su local de trabajo.