“Quizás por eso lo tatué en mi alma; por esa estupidez eterna de inmortalizar a quien me hace daño… al único que vio el profundo túnel, oscuro y solitario que dejaron mis pasos”. Mimita Cano.
Los caminos nos fueron trayendo en esta ocasión el recuerdo de un libro, más que a un libro, al personaje introvertido pero al mismo tiempo irreverente, al indómito Castel.
Cabe recordar que el nombre de este singular personaje corresponde a la trilogía de Ernesto Sabato, escritor argentino que fue parte del fenómeno literario conocido como el boom hispanoamericano, cuando Europa estaba en plena I Guerra Mundial y su imagen de continente modelo a seguir sufre un colapso.
Sabato presenta una novela que envuelve muchos elementos desde un drama psicológico que se acerca a lo policiaco, pasando por lo hilarante y lo oscuro. El autor exhibe los planteamientos frente a lo absurdo de la vida y hondas reflexiones existencialistas.
En esta ocasión hablaré sobre esas reflexiones que Sabato hace respecto a la crisis del hombre del siglo XX a través de la obra “El túnel”, y específicamente sobre su personaje principal Juan Pablo Castel y el relato de su crimen.
Castel es un personaje que busca contarle al lector su historia; aunque siempre se presume tímido, conoce todos los aspectos básicos de la vida y con mordaz elocuencia permite ahondar en el frío y oscuro mundo que se vive en la Argentina de la época, no obstante no es ese precisamente su objetivo final, en realidad Castel busca mostrar su individualidad y no su necesidad del mundo, su desencanto de una sociedad hipócrita, vacía, sucia por los vicios, el poco interés por el arte y la decadencia de la humanidad.
Este personaje representa la crisis existencialista que el hombre del siglo XX vive en esos momentos de la historia; el mismo Castel comenta al inicio de su testimonio el motivo que lo llevó a pintar el cuadro que estaba en exhibición el día que conoció a María, el cuadro fue inspirado en un acontecimiento que leyó y que transmite desde sus inicios el repudio por la humanidad: “Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva” (El Túnel, pág. 12).
Con esta clase de apreciaciones, Castel hace saber a lo largo de sus soliloquios, a veces con ejemplos como el anterior, muestra la realidad cruda que el mundo está viviendo y cómo eso repercute en su alma. Castel siente un profundo repudio por la humanidad y por las acciones que comete en pos de un ideal o simplemente por los sentimientos viles que él mismo acepta padecer también, “el egoísmo”.
Castel en su testimonio relata con mucho detalle y con la mayor imparcialidad que él mismo promete los acontecimientos que lo llevaron a asesinar a María Iribarne (María es la verdad, por eso “hace daño a todos los que se le acercan”), su amante, la única persona en este mundo que llegó según él a comprenderlo, pero conforme su historia de amor avanza, despierta de su letargo y mira a María como un ser más del mundo sucio que él siempre ha despreciado.
Desde la perspectiva de este hombre desdibujado, característica propia del hombre existencialista, Castel va con esas dudas y cuestionamientos sobre la vida de María y de los seres que rodean su entorno; esos fantasmas que según el protagonista existen y que probablemente el único conocido sea Hunter, esos asaltos de incertidumbre terminan por aniquilar el sentimiento de amor que siente por ella y se va transformando en odio y del odio pasa al total desprecio, estas sensaciones se vuelven cíclicas para Castel y cae en la única salida que es matar a María.
Se hará una breve acotación, se va a observar qué hace a María un ser distinto a los demás y que logra despertar en Castel, un ser misógino, el sentimiento del amor. Castel mismo da la respuesta; es ella, María, y solamente ella, quien logra mirar a Castel a través de esa ventanita en su frío y oscuro túnel, donde según Castel ambos se encontraban porque compartían en esa imagen de la mujer en la playa mirando el mar, los sentimientos que habían embargado su existencia durante toda su vida; para María la pintura reflejaba la melancolía y la desesperanza ante la vida y para Castel la búsqueda de la infancia perdida. No obstante, el protagonista hace saber unos momentos antes de asesinar a María que todo esas sensaciones que parecían unirlos a través de la pintura simplemente han sido producto de una estúpida ilusión, motivo más que deja entrever la caída de la poca esperanza que Castel guardaba con respecto a la humanidad.
No solamente hay dentro de la obra angustia y pesimismo frente a la vida y el amor, también el lector puede encontrar que el autor muy hábilmente pone en palabras de su protagonista críticas muy fuertes sobre la sociedad.
Como toda obra con matices existencialista (se dice matices porque no se puede encasillar al autor precisamente como existencialista) Sabato presenta a un personaje lleno de soledad y amargura, con muchas pretensiones, pero quisquilloso.
Este personaje, Castel, parece taciturno o poco sociable, pero desde su propia descripción de carácter en la obra demuestra que está dotado de mucha soberbia y vanidad; le encanta ese papel de exponer su opinión frente a lo que le disgusta sin disimulos ni protocolos; Pablo Castel muestra su ganas de exponer al mundo sus razones para sus acciones tal vez como él mismo lo menciona parafraseando su testimonio… “solo busca encontrar en los lectores alguien del mundo real fuera de su túnel de soledad que lo comprendiera”… que compartiera con él esa única solución que encontró a la suposición de que su amada María lo traicionaba con alguien más, el asesinato.
Desde la perspectiva existencialista, como sus coetáneos Sartre y Camus, Sabato también muestra a este hombre rodeado de gran peso en su conciencia.
A Castel el lector lo conoce en su mayoría por la descripción psicológica que él mismo va comentando sobre él, en ese sentido presenta a un hombre del siglo XX, pesimista, que ha perdido su fe en el mundo y que vive por ende desencantado de la vida. Castel habita en una ciudad fría que no lo aprecia, pero en su alma es feliz al mismo tiempo de este hecho porque es consciente de lo sucio del mundo y de lo lejos que está del mismo; por eso muchas veces él busca el suicidio como solución, pero sus reflexiones lo detienen a razonar sobre el más allá. Castel reflexiona frente a su cuadro y muestra su miedo a la nada absoluta, y hace alusión a que el hombre acepta la fealdad de este mundo por ese miedo a lo que no conoce (Pág. 70).
La obra deja con cierto mal sabor de boca al lector por no conocer los detalles exteriores de la historia, es decir, se conoce el punto de vista de Castel ya que la reconstrucción de los hechos se recibe de su propio testimonio, pero no se conocen los testimonios de los otros personajes; no se sabe si todos los sucesos que relata el protagonista son del todo ciertos o solo producto de las tormentosas y estremecedoras dudas que atacaban su mente (aunque él mismo diga lo contrario en sus soliloquios); el autor deja al lector pendiente de ese final, no se puede apreciar el testimonio de los otros personajes, es claro que el carácter de la obra es psicológico, ya que solo pretende reflejar la realidad de la historia a partir de la psiquis del protagonista Castel.
Es claro que cuando Castel está por asesinar a María comenta que todo lo que ha vivido con ella; todas las sensaciones y la mutua conflagración que tenían al vivir ambos en un túnel, queda totalmente destruida por el propio Castel al mencionar que María nunca vivió en un túnel sino que fue solo un breve destello de luz en su oscuro túnel por aquella ventanita que él mismo decidió abrir aquel día que pintara ese recuerdo: “En todo caso había un solo túnel, obscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida” (El Túnel, pág. 110).
¿Ha sido entonces simplemente Castel víctima de sus propias conclusiones fantasmagóricas? O ¿realmente estaba atrapado en un túnel donde no había cabida para la razón y el amor y donde ningún otro ser habita? Nunca se sabrá con claridad qué ha pasado en este mundo cruel y frío donde nuestro pintor habitó, y si fue así ¿es realmente Castel el único culpable de la muerte de María por la vorágine de pensamientos y reflexiones a las que llegaba? O simplemente el lector se encuentra frente al testimonio de un ser opreso por el mundo desvalorizado, por la precariedad de los valores morales en una sociedad convulsa en pleno corazón de la I Guerra Mundial.
Son todos estos escenarios sin sentido los que finalmente provocan que un hombre sensible como Castel se oculte en un túnel para huir de una catastrófica realidad. Castel en toda esta confusión ha encontrado a esa persona capaz de entender su dolor y su soledad, pero por desgracia en su constante búsqueda de la verdad ha matado a ese único ser. María es el símbolo de la libertad, el “nirvana” de un hombre que ha perdido toda su fe y su fuerza vital.