Para León Tolstoi la felicidad de un hombre comienza con el trabajo, pero la mayoría de los hondureños no sabe de qué se trata eso. La necesidad de que haya pan para hoy favorece para que muchos acepten lo que sea, una plaza mal pagada, indigna y explotadora. Ahí, en esa esquina de la injusticia, es que los obreros enmarcan la tan promocionada ley de trabajo temporal.
Es una “precariedad laboral”, dicen, y no es un término al azar, encierra toda una doctrina de explotación de los trabajadores, de aquellos que trabajan bajo unas condiciones terribles de inseguridad, sin derecho a prestaciones, ni aguinaldos, ni horas extras, ni antigüedad, ni jubilación, ni aumento salarial, ni siquiera al día de descanso.
Pero en el Congreso Nacional han encontrado la forma de maquillar esta situación, de hecho, Juan Hernández, presidente del Legislativo y promotor de la idea, pide el voto en nombre de ese decreto, con unas cifras de supuestos nuevos empleos que hacen fruncir el ceño a la dirigencia obrera, y le quieren arriar las banderas políticas diciendo que eso no es cierto.
Las mismas cifras oficiales enseñan que el 51 por ciento de los hondureños no tiene un trabajo estable: muchos sobreviven en la economía informal, en el subempleo, y en lo que salga para poder enfrentar una vida durísima, acentuada por un país que se mantiene permanentemente en número rojos.
EL PRECARIADO O TRABAJO TEMPORAL. Si fuera cierto lo que dice Juan Hernández, tendrían que haber invertido más que las empresas maquiladoras para llegar a esas cifras de empleo temporal, según el análisis de las organizaciones populares, y ni la empresa privada ni el gobierno han avanzado mucho en eso de crear nuevas plazas.
Pero el político no se queda ahí, dice que gracias a su ley ya son 130 mil jóvenes los que tienen trabajo, ¡y llegará a 200 mil! Aunque las cifras llegaran a ser reales, la preocupación de los dirigentes obreros es cómo este decreto de empleo temporal afecta los derechos de los trabajadores hondureños y de qué manera se extenderá a todo el sector laboral.
El término “precariado” surge en Alemania en los informes de la fundación Friederich Ebert, y se ha extendido por todas partes para mencionar a los trabajadores temporales que no tienen ningún derecho, solo a cobrar un bajo salario y a aguantarse lo que el patrono decida, destrozando todo lo que se ha logrado en durísimas luchas desde la Revolución Industrial.
La precariedad laboral también está vinculada con la siniestralidad, es decir, les pasan más cosas malas y más accidentes a los empleados en estas condiciones que a los trabajadores permanentes, y no es un
karma, simplemente ellos desconocen algunos factores de riesgo en sus puestos y además son los que siempre asignan a labores potencialmente nocivas y peligrosas.
También señalan los estudios que el “precariado” produce un aumento significativo de sufrimiento psicológico, por la incertidumbre que genera al trabajador, no sabe cuánto estará allí, si le renovarán su contrato o no. Por supuesto, esto altera el comportamiento social del empleado y ni siquiera le permite sentirse parte de la empresa.
OIT NIEGA RESPALDO. Parece que la politiquería no tiene límites, durante la campaña también se han atrevido a decir que ese empleo por horas será un modelo que seguirá la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en toda la región, pero esa información “no es correcta ni precisa” escribió el director del organismo, Virgilio Lavaggi.
De todas maneras la ley no era necesaria; desde 1974 la legislación hondureña incluye el empleo por horas, es legal y es efectivo, pero si se respetan los derechos de los trabajadores y se utiliza para combatir el desempleo, como ha ocurrido en otros países.
Sospechan los obreros que la ley de Juan Hernández solo beneficia a ciertos empresarios, porque abarata la mano de obra y permite manipular a su antojo a los trabajadores; elimina las garantías laborales, desde la sindicalización hasta el tiempo de descanso.
Claro que hay problemas de desocupación, solo el año pasado el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) descubría que 1 millón 85 mil hondureños tienen problemas de empleo, y los maquiladores explicaban que se habían perdido unos 200 mil trabajos, y al contar a los 80 mil jóvenes que se incorporaron al mercado laboral, la cifras del desempleo son desoladoras.
Por eso se quiere impedir que la desesperación de los hondureños por conseguir un trabajito los lleve a aceptar condiciones casi esclavizantes, o como defienden los promotores del neoliberalismo, que el terrible mercado, con sus propias reglas, arregle el problema.
Contra todo eso, John Keynes proponía desde el siglo pasado la intervención del estado a través de la inversión pública y una reglamentación que permitiera una buena relación entre el trabajo y el salario, el objetivo sería el pleno empleo.
Hay otras teorías que apuestan por reducir la jornada laboral, así como se pasó de las 14 a 8 horas de trabajo durante seis días, es decir, entre 40 y 44 horas a la semana, a unos horarios de 5 horas diarias, 35 a la semana, aprovechando la tecnología y para que haya más gente trabajando. Pero esto es todavía una aspiración en Francia e Inglaterra, por ejemplo.
El hondureño puede aceptar lo que sea porque la necesidad es desesperante; el estado es el obligado a defenderlo, pero, como triste paradoja, desde el mismo Congreso Nacional se promueve esta disminución para los trabajadores.
Desafortunadamente los tiempos no corren a favor de lo que decía Aristóteles, que la felicidad solo se puede hallar en la actividad del pensamiento, que no es afín con el trabajo, el cual es degradante.