¿Qué significa para usted la independencia?

Al culminar esta efeméride, surge una pregunta inevitable: ¿es soberanía, es identidad o se ha convertido en una costumbre festiva más?

  • 22 de septiembre de 2025 a las 11:54
¿Qué significa para usted la independencia?

Tegucigalpa, Honduras.- Cada 15 de septiembre, las calles de Honduras estallan en color. Los niños, impecables en sus uniformes, marchan con tambores, las banderas azul turquesa y blanco ondean con orgullo, las palillonas añaden belleza al momento y las familias se reúnen en una jornada que mezcla fiesta y patriotismo.

Pero detrás del bullicio surge la incógnita inevitable: ¿celebramos el nacimiento de una nación o repetimos una tradición sin detenernos a pensar qué representa después de 204 años? En 1821, la palabra “independencia” tenía un peso casi sagrado.

Celebramos la libertad, pero, ¿sabemos quiénes somos?

Era la promesa de romper cadenas visibles, de dejar atrás siglos de dominio colonial. Para aquellos próceres, independencia era sinónimo de libertad política, de poder decidir el destino sin la sombra de la corona española.


La independencia es un proceso, no un evento pasado o historia muerta. Honduras será verdaderamente libre no cuando deje de depender de otros, pues la globalización vino para quedarse, sino cuando con su propia identidad pueda decir presente en el mosaico universal cultural y cuando con orgullo cada hondureño pueda mirarse al espejo y decir: “Esto es quien soy”.

“La independencia no es un acto, es un proceso”, decía José Cecilio del Valle, y para ellos ese proceso apenas comenzaba con aquella firma. ¿Acaso hemos terminado de recorrerlo dos siglos después? Hoy, en 2025, el panorama se respira distinto. Para muchos, el 15 de septiembre es más un ritual cultural que una reflexión profunda sobre nuestra soberanía.

¿Cuántos de nosotros lo vivimos como un día libre, como un espectáculo patrio que se repite cada año, sin cuestionar lo que representa? ¿En qué medida cree usted que seguimos siendo dependientes, no ya de España, sino de fuerzas económicas y culturales que vienen de otras latitudes?

La independencia de ayer se libraba con espadas y discursos; la de hoy se lucha en campos distintos. La economía, la identidad cultural, la política interna y externa son algunos de los frentes menos visibles de esta batalla actual. Ramón Rosa advirtió alguna vez: “Los pueblos que olvidan sus raíces están condenados a perderse en la historia”.

Para los niños, es más bien la emoción del desfile que un recuerdo de la ruptura con España. Y quizá sea natural que la memoria mute en costumbre. Pero, ¿no debería inquietarnos si el trasfondo profundo se reduce a mero festejo?

¿No siente usted que estamos demasiado cerca de esa condena, celebrando símbolos sin cuidar el contenido?No obstante, no todo es sombra. También hay luces. Cada vez que un joven rescata una palabra en lengua originaria, que un artista fusiona lo autóctono con lo moderno, que una comunidad protege su tierra frente al olvido, la independencia cobra un nuevo significado.

En esos gestos cotidianos hay una epifanía silenciosa: recordarnos que ser libres es más que una fecha, es un acto de afirmación diaria. Esas pequeñas victorias son verdaderos actos de libertad.

La independencia no debería ser solo un recuerdo anual, sino una práctica constante. Y aquí, tanto usted como yo, tenemos un papel que desempeñar. ¿Qué pasaría si en lugar de vivir la fecha como un espectáculo pasajero, la viviéramos como un recordatorio de que la libertad se defiende cada día, en nuestras decisiones, en nuestra ética y en nuestra cultura?

15 de septiembre: Memoria histórica y tributo a la cultura en pasos firmes

El escritor hondureño Froylán Turcios escribió: “La patria no se celebra, se construye”. Y quizá ahí radique la clave de nuestra reflexión. Porque, más allá de la música y la pólvora, la independencia verdadera no es herencia, sino tarea diaria. ¿Usted está dispuesto a asumirla como tal?

Así, entre el ayer y el hoy, la independencia nos muestra sus dos rostros: el histórico, que nos dio nacimiento como nación, y el actual, que nos desafía a reinventarnos sin perder la esencia. Ni usted ni yo podemos resolverlo de un plumazo, pero sí podemos empezar a mirarlo con otra perspectiva... Esa es nuestra epopeya.


En 1821, la independencia no se vivió con desfiles ni pólvora, sino con incertidumbre. Los pobladores se preguntaban: ¿será esto libertad o un nuevo desorden? Para el campesino que cultivaba maíz, casi nada cambió de inmediato. Sin embargo, en aquellas firmas se encendió una chispa, la esperanza de que Honduras dejara de ser colonia y se convirtiera en patria.

Este septiembre, mientras el Mes de la Patria avanza y la semana de celebraciones llega a su fin, conviene detenernos un momento, no para negar la fiesta, sino para preguntarnos qué independencia celebramos y qué independencia aún nos falta por conquistar.

Porque quizá el verdadero acto patriótico sea reconocer, sin atavismos ni máscaras, que la libertad no es un desfile, sino una construcción que apenas empieza cada día

Morazán y el fallido proyecto de una Centroamérica unida

El historiador y escritor Mario Argueta reflexiona sobre las razones del fracaso del proyecto unionista en Centroamérica. Según explica, “no solo de Morazán, también de otros integrantes de la primera generación posindependiente: Herrera, Mariano Gálvez, José del Valle, Joaquín Rivera, los hermanos Barrundia, soñaron y lucharon por una única patria: Centroamérica”.

Es decir, el ideal no fue exclusivo de Morazán, sino compartido por varios líderes de la época. Argueta señala que entre los principales obstáculos estuvieron los arraigados localismos y la desconfianza hacia Guatemala, sede de la República, donde se concentraban “la riqueza y el poder a costa de los provincianos” (es decir, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y costarricenses).

De manera indirecta, Argueta subraya que esta desigual distribución del poder generó resentimiento y debilitó la unidad.Otro factor fue el modelo de gobierno federal inspirado en Estados Unidos. Tal como indica el historiador, este sistema enfrentaba constantemente los intereses de los Estados con los del poder central, lo que generaba choques y divisiones.

La injerencia extranjera también desempeñó un papel decisivo. Argueta afirma que el Imperio británico intervino en los asuntos internos al ocupar territorios como Belice, Islas de la Bahía y La Mosquitia, además de “inundar con mercancías baratas, manufacturas, al mercado centroamericano”, lo que terminó por arruinar la industria textil artesanal.

En cuanto a la política agraria, el entrevistado sostiene que el énfasis en la propiedad privada chocó con el sistema comunal indígena, lo cual fue aprovechado por la alianza conservadora-clerical para manipular a las comunidades originarias.

Finalmente, el historiador advierte que incluso dentro de los mismos liberales existieron discrepancias profundas, lo que debilitó aún más el proyecto común de unión.

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Lourdes Alvarado
Lourdes Alvarado
Periodista

Licenciada en Periodismo por la UNAH. Content creator, proofreading, desarrollo en medios digitales, visuales e impresos.

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