Tegucigalpa, Honduras.- Mucho se ha comentado acerca de la importancia que Costa Rica tuvo en la formación inicial del pintor Pablo Zelaya Sierra.
Este país lo adoptó como su hijo, lo integró profesionalmente a la sociedad costarricense y lo animó a cruzar el Atlántico.
Sobre su estancia en España también se ha escrito mucho. Los años que pasó en Madrid, entre 1920 y 1932, son de gran significación para su vida y obra.
Pero hay otro país que dejó una huella en nuestro pintor y que hasta ahora permanece ignorada: México.
Es ciertamente una huella menos fuerte y palpable que la de Costa Rica y España, pero no menos existente y decisiva. Evaluar el peso real que mexicanos como Alfonso Reyes, Abelardo Carrillo y Gariel y otros tuvieron en la vida del pintor ojojonense es nuestro objetivo.
Nicolás Urquieta
En la formación normalista de Pablo Zelaya destacan los nombres de Pedro Nufio, Esteban Guardiola, Rafael Heliodoro Valle, Luis Landa y Nicolás Urquieta.
Este último —nos dice Longino Becerra— fue un profesor de origen mexicano que le enseñó a Pablo Zelaya las técnicas del sombreado y el esfuminado al carboncillo, así como las leyes de la perspectiva.
El profesor Urquieta nació en la ciudad de León, Guanajuato, en 1873. Siendo un adolescente, y aguijoneado por sus inclinaciones artísticas, se trasladó a la ciudad de México en donde realizó estudios en la Academia de San Carlos.
Trabajó en periódicos ilustrados y fue discípulo de uno de los más representativos caricaturistas mexicanos del siglo XIX: José María Villasana, además de ser colaborador y amigo del grabador y dibujante José Guadalupe Posadas.
Antes de llegar a Honduras, pasó por Guatemala y El Salvador. En Guatemala es recordado como un precursor del humorismo gráfico; mientras que en El Salvador se dedicó a la litografía y la docencia.
En Honduras impartió clases de dibujo en la Escuela Militar, luego en la Escuela Normal de Varones y en el Colegio de Segunda Enseñanza y de Comercio. La muerte lo sorprendió en septiembre de 1933.
Alfonso Reyes
En 1920 Pablo Zelaya marcha a España con el sueño de realizar estudios de pintura. En Madrid fue recibido, gracias a los buenos oficios de sus amigos costarricenses, por el mexicano Alfonso Reyes quien entonces se desempeñaba como diplomático de su país y actuaba como enlace entre los intelectuales hispanoamericanos y sus pares peninsulares.
Es por intermedio de Alfonso Reyes que Pablo Zelaya frecuenta a los pintores Daniel Vázquez Díaz, Juan de Echevarría y al crítico de arte Juan de la Encina, entre otros.
Es difícil saberlo, pero creemos que sin la ayuda desinteresada de aquel ilustre mexicano seguramente la relación de Pablo Zelaya con España no fuese tan rica y profunda y el curso de su producción sería otro.
Sobre la relación de Alfonso Reyes con Costa Rica, sabemos que uno de sus amigos fue Joaquín García Monge. En 1917, García Monge dirigía un sello editorial donde se publicaron algunas obras interesantes, una de los cuales fue la primera edición de Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes.
En cuanto a la amistad de Reyes con el pintor Vázquez Díaz, recordemos que se habían conocido antes en París, en la antesala de la Primera Guerra Mundial.
Abelardo Carrillo y Gariel
Abelardo Carrillo y Gariel nació en Coahuila en 1898 y murió en la ciudad de México en 1976. Es uno de los más importantes estudiosos del arte virreinal.
Le debemos títulos como: "Técnica de pintura de Nueva España", "Autógrafos de pintores coloniales" y un estudio acerca de los "Grabados de la colección de la Academia de San Carlos".
En 1921 realizó un viaje a España que le permitió especializarse en técnicas de restauración y en historia del arte, así como entrar en contacto con artistas importantes, principalmente hispanoamericanos.
Desde Madrid escribió artículos de crítica de arte para periódicos mexicanos, entre los que destaca la primera apreciación crítica que se haya escrito acerca de la obra de Pablo Zelaya y que fue publicada en el Universal Ilustrado del 30 de agosto de 1922.
Manuel Guillermo de Lourdes
Al igual que Pablo Zelaya, el pintor de Texcoco Manuel Guillermo de Lourdes debe a Alfonso Reyes una serie de atenciones.
Fue este quien lo encaminó también al taller de Daniel Vázquez Díaz, lugar en donde trabó amistad con Pablo Zelaya y otros jóvenes pintores.
En una carta que dirige a Rafael Heliodoro Valle, con fecha 11 de abril de 1922, Pablo Zelaya se refiere a Guillermo de Lourdes como un amigo admirable que ya tiene una gran labor hecha a fuerza de amor a la creación. No se equivocaba.
En iguales términos se pronunciaron algunas de las más importantes firmas del arte español. Por ejemplo, Francisco Iturrino dijo de Guillermo de Lourdes que es un gran pintor y buen colorista.
Para Ignacio Zuloaga es un valor que comienza a dar al mundo su obra de belleza. Para Joaquín Sorolla es un muchacho con condiciones y un gran talento.
De regreso a México, en 1922, Guillermo de Lourdes se consagra por entero al muralismo. Sus temas versan sobre la agricultura, la siembra y la recolección de algodón.
Si su nombre es poco conocido, ello se debe a que por alguna extraña razón el gobierno mexicano no lo tomó en cuenta ni lo llamó a colaborar en la empresa muralista. Murió en Naucalpan, en el estado de México, en 1971.
Diego Rivera
Pablo Zelaya no conoció a Diego Rivera, pero su obra capturó su atención. Tanto fue su interés que en reiteradas ocasiones le pidió a Rafael Heliodoro Valle que le enviara noticias acerca del muralista y de sus escenas pintadas al fresco en los corredores de la Secretaría de Educación.
Dos aspectos le llamaban la atención de la obra de Rivera: el indigenismo plástico y la economía de las formas, herencias del exotismo de Gauguin, por un lado, y de la geometría de Cézanne, por otro.
Y como Pablo Zelaya se había nutrido de estos mismos pintores cuando visitó París a fines de 1922, pues es apenas normal que se haya sentido identificado con el guanajuatense.
Coda
Como vemos, México fue un punto fijo en la vida de Pablo Zelaya. Su simpatía fue tal que hasta estuvo tentado de hacer carrera en las tierras del maguey.
Pero fue Rafael Heliodoro Valle, justamente el hombre que lo mantuvo informado de la vitalidad cultural del ambiente mexicano, quien le aconsejó que no era la ocasión propicia: por aquellos días José Vasconcelos anunciaba que la inmensa tarea de los pintores en el renacimiento cultural del México posrevolucionario había culminado. Iniciaba el turno de los arquitectos.