Tegucigalpa, Honduras.- Mientras intentaba acomodar las muestras tangibles de afecto y agradecimiento que seguía recibiendo en respuesta a su calidad humana y a su desempeño al frente del Centro Cultural de España en Tegucigalpa (CCET), José Carlos Balaguer se hizo un espacio para conversar sobre un duelo que manifiesta cursar —de momento— entre la negación y la tristeza.
"Yo me voy y es algo muy raro porque siento que dejo una parte de mi corazón aquí y que me llevo dentro de mi corazón una parte de Honduras", expresó el director que concluye una gestión más larga de lo habitual pero que ha extendido con agrado. Ahora México, un país en donde también encuentra hogar, lo espera. Pero antes tenía que despedirse...
Está a punto de partir de Honduras luego de un período más largo de lo pensado. ¿Qué emociones y sentimientos lo invaden en este momento?
Me siento con muchísima pena. Me voy del lugar donde mi familia (mi esposa, mis perritos) y yo hemos construido nuestro hogar durante los últimos cinco años. Realmente es una sensación muy agridulce. Por mucho que hagas, siempre sientes que faltan cosas por hacer. Yo me voy y es algo muy raro porque siento que dejo una parte de mi corazón aquí y que me llevo dentro de mi corazón una parte de Honduras.
Cuando recién llegó aquí, dijo: “Yo tenía la imagen de un lugar muy diferente, pero su riqueza natural me impresionó”. Tras este tiempo, ¿Qué más lo dejó impresionado?
Llegué aquí en medio de una tormenta, literal. Había pandemia, huracanes, no podía ni siquiera conocer al equipo de manera personal y si los miraba era con mascarillas; fue una llegada bastante compleja. Pero ahí me encontré con un sector cultural muy interesante porque estaba profundamente vivo y buscó formas para desarrollarse en medio del caos.
Y durante estos cinco años lo seguí encontrando: una cultura hondureña a veces contradictoria pero muy poderosa y, sobre todo, muy valiente. Me voy muy sorprendido porque este país no solamente es una maravilla a nivel natural; es una maravilla porque, dentro de todas sus complejidades, hay muchas personas que están trabajando para utilizar la cultura como una herramienta de transformación social.
¿Cómo describiría su evolución como director al frente de este centro cultural?
Yo creo que mi marca personal, por decirlo de alguna forma, ha sido poder abrir el centro a todas las personas. Hemos roto un poco esta idea de la cultura como un elemento de élite y hemos tratado de descentralizarla. Hemos trabajado, sobre todo, en la idea de que necesitamos cultura en todo el país.
Aquí hay mucho talento, mucha creatividad, simplemente hay que acompañar los procesos para tratar de potencializarlos. La cultura bien entendida en este país posee un valor increíble y debería haber una gran apuesta por apoyarla como un elemento turístico, que aporte visibilidad.
¿Sigue apostando por el trabajo en red, como lo dijo a su llegada?
Claro que sí. Y creo que una de las cosas más poderosas que ha hecho este centro cultural ha sido tejer una red importante de alianzas. Poder trabajar con todos y con todas, e ir tejiendo esas diferentes afectividades que nos permiten que nuestro trabajo sea más poderoso ha sido clave. Todas esas actividades que nos han permitido romper y utilizar la cultura como ese elemento socializador, son las que más me llevo.
¿Y qué ha pasado con el público del CCET en este tiempo?
Nos hemos dado cuenta de que el público que viene a este centro ha ido cambiando. Ahora este es un espacio de refugio, de seguridad para disidentes sexuales, para colectivos feministas, para tantas personas que a lo mejor nunca habían entrado al mundo de la cultura y que ahora sí lo hacen con confianza. Eso es lo que me llevo, esta cosa de haber abierto la puerta y haber invitado a todo el mundo a que pudiera entrar.
Yo creo realmente en una diplomacia cultural que viene a aprender. En Honduras yo he aprendido muchísimo, sobre todo a escuchar, a quitarme prejuicios, he desaprendido y he vuelto a aprender. Apuesto por una diplomacia cultural y una política pública en materia cultural que realmente sea para todos y todas, una diplomacia cultural que acompaña, que viene a dar la mano, que no viene a imponer.
¿Se despide satisfecho con su gestión en Honduras o cree que hay algún pendiente por el cual regresar?
A ver, yo siempre voy a tener un pendiente para regresar a Honduras y siempre que me inviten voy a volver. Quedan muchas cosas en el tintero; por ejemplo, volveré el 3 de marzo a la inauguración de la Casa de Berta (Cáceres). Luego también porque durante estos años una de nuestras luchas fue poder comprar el edificio de Babelia y lo logramos justamente el año pasado, y ahora empezamos con el proyecto de renovación de nuestra Babelia 3.0. Me quedo con esa espinita de no haber podido inaugurarlo dentro de mi gestión pero, bueno, quedan tantas cosas por hacer que es la excusa perfecta para volver.
¿Cuál cree que debería ser el punto de partida del siguiente director que nos acompañará y cuál será el reto más grande que tenga que enfrentar?
Bueno, el nuevo director se llama Ricardo Ramón Jarne. Él viene de dirigir el Centro Cultural de Costa Rica. Lleva muchísimo tiempo en esto, tiene mucha experiencia y sé que el reto que enfrentará aquí en Honduras es grande porque, aunque este parece un centro muy pequeño, trabaja con muchos proyectos. Pero estoy seguro de que Ricardo, porque él habló con él, tiene muchísimas ganas de seguir esta línea que hemos comenzado, de mantener la puerta abierta. Él tiene las capacidades y las actitudes para hacer un grandísimo trabajo aquí.
¿Cómo le gustaría que la gente lo recordara a usted y su paso por el CCET?
Yo, sobre todo, he aprendido a escuchar. A partir de esa escucha activa, a partir de esos cuidados, ojalá la gente recuerde a un director que ha tratado de hacer todo lo posible porque este centro sea lo más democrático posible, lo más feminista, lo más accesible, libre de todo tipo de violencias, que trabajó por un espacio donde la gente realmente se sienta cómoda y se sienta bien. Al final tener instituciones así depende mucho también de cómo tratas a la gente. Ah, y que me recuerden un poco loco también, un poco desmadrado porque es verdad que lo soy (risas).
¿Con qué visión se proyecta en este nuevo destino?
Esto de irnos a México realmente es muy bonito porque los directores del Centro Cultural nunca volvemos a nuestra casa. Yo llevo fuera de España desde el año 2008 y no he regresado. Entonces, de alguna forma volver ahora a México es un poco como volver a casa, porque es el hogar de mi familia política (mi esposa es mexicana). Y claro que tengo mucho esto de sentirme latinoamericano.
Honduras, por ejemplo, me lo he recorrido de punta a punta y me ha encantado. Y es algo muy hermoso darte cuenta de todo lo que desconoces, porque yo desconocía Honduras, y veo ahora todo lo que me llevo de aquí; un país de poetas y poetisas, un país de talentos brutales en arte contemporáneo, un país donde el teatro se hace desde abajo con muy pocos recursos, un sector cultural que hace las cosas más con voluntad que con recurso económico y eso requiere un valor tremendo.
Yo no sé qué me voy a encontrar en México. Lo que sí puedo plantear es seguir haciendo mi trabajo desde una perspectiva crítica, desde un desarrollo comunitario, desde esta idea de que la cultura es para todos y todas, y que la cultura es, sobre todo, un derecho.