Tegucigalpa, Honduras.- La reciente muerte del novelista Mario Vargas Llosa priva al mundo de un genio creativo en el que el arte supo imponerse sobre la vida.
Su extensa obra narrativa demostró de sobra su aptitud formidable para el manejo del lenguaje, del cual fue un “hacedor” completo.
Su prosa se caracterizó por la búsqueda constante de la forma expresiva que revelará la intensificación del sentido de la realidad.
Así, su mundo imaginario supo indagar, por vertientes diversos, en la tormentosa complejidad de la experiencia humana: sus cualidades verbales le permitieron desplegar el placer de escribir durante una carrera literaria de varias décadas, en la que dio cuenta de la inagotable variedad de la vida.
Vargas Llosa consiguió configurar los estándares literarios de su generación o, como diría entre nosotros Marcos Carias, establecer la “vara de medir”, pues en su obra yace una interpretación crítica de la cultura capaz de explorar el espacio introspectivo entre la historia y la personalidad: esa preciosa carga humana en la que la creatividad vibra y se expande.
Su extraordinaria destreza como narrador tradujo una acerada conciencia del lenguaje, visible en su toque seguro y maestría sutil.
En suma, como escritor ejerció el arte de la prosa a partir de la convicción de que la única maravilla es estar vivo, “en carne propia”, y crear así una ficción universalmente válida y espléndida.