Verdad
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RESUMEN. Marta y Nina estaban muertas. Asesinadas de la misma forma y con el mismo cuchillo. El detective de homicidios H-3 estaba seguro de que alguien que odiaba a Marta le quitó la vida.
Pero, ¿por qué? No la odiaba de hacía poco tiempo. Era un rencor más viejo, indestructible y dañino en extremo. Entonces, ¿qué era? ¿Por qué? ¿Cómo llegó la asesina hasta ella? ¿Lo planificó cuidadosamente? ¿Qué hizo para acercarse a Marta? Y si no era así, si el H-3 se equivocaba, ¿estaba, entonces, ante un crimen por encargo?
Estaba claro que Marta no tenía enemigas en la cárcel, que pagaba su condena esperando llegar a la media pena y solicitar libertad condicional; era una mujer modelo y le faltaba poco tiempo para solicitar aquel beneficio. El H-3 pensaba...
“Quiero que reúna a todas las mujeres de este hogar en el pasillo, afuera... Quiero verlas una por una”.“Ahorita mismo” -le respondió la directora de la cárcel.
Cuando el H-3 se quedó solo en el hogar, le dijo a uno de sus compañeros:“A ella la mataron desde el lado derecho... Veamos la herida... Aunque está llena de sangre, podemos ver que el cuchillo entró de arriba hacia abajo, como es lógico, pero, de izquierda a derecha... Es un detalle que se percibe poco, pero que el forense nos puede aclarar”.
El forense se acercó al cuerpo.“Tiene razón, detective -le dijo al H-3-; el cuchillo entró de izquierda a derecha, casi recto... Fue un solo golpe... La mujer dormía, la atacante se le vino encima, decidida a hacer lo que venía a hacer y solo le tapó la boca con una mano, seguramente la mano izquierda, y la acuchilló con la derecha”.
“Por esas ventanas entra la luz de la luna y la de los focos de los postes de la barda... Y la luz da sobre la cama de Marta, no da sobre la cama de Nina, la segunda víctima... De manera que la asesina quedó expuesta... Creyó que todas dormían, pero para su mal, Nina vio lo que pasaba en esta cama y dijo algo... Y la asesina saltó sobre ella tan rápido que Nina no pudo defenderse... Le tapó la boca y la mató... No necesitaba testigos”.
El H-3 calló.“Tenemos una gota de sangre en el piso, entre las dos camas -siguió diciendo, después de mordisquear el filtro del cigarro apagado- y estamos claros en que este crimen, o, mejor dicho, estos crímenes los cometió alguien ágil con experiencia en el manejo de cuchillos y que se conserva en forma... Y, creo también que es alguien que ha manejado armas antes”.
Guardó el cigarro en una de las bolsas de la camisa y le dijo al fiscal:
“Hagamos nuestro trabajo”.
“Bueno”.
“Que pase la primera mujer”.
“¿Cuál de ellas?”.
“La que duerme en la cama que está pegada a la pared del baño, la de la derecha”.
“Bien”.
“Desde esa cama a la de Martha hay unos diez metros y tenemos... una, dos, tres, cuatro, cinco... seis camas... La seis es la de Marta”.
“Bien”.
El H-3 detuvo a la directora de la cárcel.
“Espérese -le dijo-, primero que venga la mujer de la cama del frente. Tengo una sospecha... Y vamos a ver si lo que hacemos tiene el efecto que espero”.
Era de baja estatura, de unos cincuenta años, delgada y usaba lentes. El H-3 platicó con ella, quien le dijo que padecía de fibromialgia y artritis reumatoide, aparte de diabetes y que tomaba pastillas para dormir que le dan en el hospital. A las seis se las toma y despierta a las cuatro de la mañana, cuando se levanta para orar de rodillas a la orilla de su cama. La segunda mujer fue la que dormía al lado. Era alta, delgada y tenía cincuenta y dos años.
El H-3 le agradeció. Llamó a la tercera. Era joven, de unos veintiséis años. Estaba en la cárcel por tráfico de armas de uso prohibido. Dijo que era inocente. Que las armas eran de su novio y que este, al ver el operativo de la Policía, le dijo que se bajara de la moto. Los policías sospecharon porque el muchacho se regresó por el camino donde había venido y requirieron a la muchacha. En la mochila llevaba tres pistolas Glock, dos Beretta y tres Makarov. Se dormía temprano y trataba de no meterse en problemas con nadie, según se lo aconsejó su abogada. Tenía casi dos años de estar allí y ya iba a juicio. Supo que a su novio lo mataron en la carretera a Olancho y no sabe quién pudo ser, o por qué.
Quedaba una mujer antes de llegar a la cama de Nina. Esta no aportó nada a la investigación. Entonces, el H-3, dijo:
“Que venga la mujer de la segunda cama, después de la que está en la fila derecha”.
“¿La segunda?”.
“Sí”.
Era algo gordita, baja y madura. No vio nada ni sabía nada. La siguiente tampoco fue de mucha ayuda. La tercera era de unos cuarenta y seis años, era miope y usaba lentes con graduación alta. Dijo que dormía siempre desde temprano y que no sabía nada. Sin embargo, el H-3 le dijo:
“Cuando le diga algo a la Policía, mírela de frente, no esconda los ojos”.
La mujer se asustó y se acomodó los anteojos.
“Ahora -siguió diciendo el detective-, sé que usted vio algo”.“Señor -dijo ella-, yo no vi nada... Sin lentes nada veo... Y ya estaba en la cama y dormida”.
“Señora -le dijo el detective-, esto va a a quedar entre usted y yo, le prometo que ni siquiera voy a mencionar nada... Pero sé que usted vio pasar una sombra, como a eso de las once o doce de la noche”.
“Las doce, señor”.
La mujer se llevó una mano a la boca.
“¿Puede reconocer quién era?”.
“No”.
“Pero, venía del lado de los baños, ¿verdad?”.
La mujer movió la cabeza hacia adelante.
“Era una sombra alta, delgada y que se movía rápido, ¿verdad?”.
“Sí”.
“Y esa sombra salió de la primera cama de esta fila derecha, ¿verdad?”.
“No, sé señor... No sé”.
“Gracias” -le dijo el H-3.
Era una mujer alta, delgada, sin ser flaca, de bonitas formas y que parecía haber hecho mucho ejercicio en otro tiempo. Era de piel canela, pelo largo, ondulado, y ojos claros. En su rostro, el H-3 encontró un desafío.
“Sé que no vas a ayudarle a la Policía -le dijo-, y por eso, no voy a hablar con vos... Pero, en este momento, vas a quedar detenida por sospechas del asesinato de estas dos mujeres”.
Los ojos de la mujer echaron fuego.
“Tenía que ser -dijo-, malditos policías”.
El fiscal intervino, mientras dos compañeros del H-3 le ponían las esposas de acero a la espalda.“Ahora -le dijo el fiscal-, si querés ayudarte, podés decirnos por qué la mataste”.
La mujer rechinó los dientes.“Una cosa antes -dijo el detective-, fuiste policía, ¿verdad?”.
“Sí... -dijo ella-, hasta que ese maldito de Godofredo me sacó mi niño a patadas... Andaba de cachetes embarrados con esta zorra y cuando le reclamé, me golpeó y yo tenía cinco meses de embarazo... Me mató a mi niño y en el Hospital Materno me dijeron que no podría tener más hijos... Mi útero estaba dañado para siempre... Y me lo sacaron... Y todo fue porque esta maldecida le dijo a mi marido que yo la había amenazado, y él llegó a la casa y me golpeó”.
“¿Cómo llegaste aquí?”.
“Me agarraron con cinco cigarros de marihuana. Yo los compré a propósito y me detuvieron en un operativo del bulevar Morazán. Yo sabía que esta mujer iba a salir de aquí con libertad condicional, y que se iba para España”.
“Ya... Y, ¿esta mujer te vio matar a Marta”.
El detective señaló a Nina.
“Mala suerte para ella... Ya le tocaba”.“¿Creíste que no te íbamos a descubrir?”.
“Me daba lo mismo... Fui policía, y los policías no somos tontos”.
“Te desnudaste, llegaste hasta aquí, las mataste, regresaste al baño y te acostaste... Pero, el cuchillo, ¿de dónde lo sacaste?”.
“No soy sapa, señor”.
Murió mi perrita Maya. Tenía trece años y estaba enferma de cáncer. Quisimos que no sufriera más. Pero, hace mucha falta. Nos amó sin condiciones. Comía conmigo y en mi mismo plato y me quería.
Y la extraño mucho. Por eso quiero transcribir aquí un microcuento del doctor Emec Cherenfant de su libro “Flores de fuego”: “Hay un cielo cerca de Dios para los perros, donde esperan a los que amaron en la tierra para volver a estar con ellos después de la resurrección, porque el amor de los perros es único, es inmenso y es eterno”.
Descanse en paz mi perrita Maya.
Mi hijo, Samuel, la llora; Ruth la llora; Sebastián está triste... No la olvidaremos nunca.
Siempre estará en mi corazón. Gracias Dios mío por habérmela dado trece años. Gracias por el amor que ella nos dio. Gracias, Señor Jesús. Gracias Maya. Gracias.