Selección de Grandes Crímenes: El último paso (parte 1 de 2)

El que camina hacia el abismo tarde o temprano caerá en él

  • 17 de agosto de 2025 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: El último paso (parte 1 de 2)

CIRUGÍA. Eran las 11:00 de la noche cuando el doctor Emec Cherenfant salió del quirófano en aquel hospital privado de Tocoa, Colón, en el norte de Honduras. La cirugía había durado cinco horas. El doctor viajó desde La Ceiba para atender a una mujer que deseaba ser más bella de lo que Dios ya la había hecho.

La cirugía estaba programada para la mañana de aquel día, pero, a primera hora, el cirujano plástico que la llevaría al quirófano llamó para disculparse, diciendo que estaba enfermo de apendicitis. Entonces, alguien llamó al doctor Cherenfant, que estaba haciendo varias cirugías en el Hospital Oken’s, de La Ceiba. El doctor viajó hasta Tocoa.

La paciente era una mujer joven, bastante bonita, pero el hombre al que amaba no estaba satisfecho con su belleza y quería que lo fuera todavía más. Entonces, el doctor Cherenfant levantó sus senos, le hizo una abdominoplastia, quitó grasa de sus caderas, hizo más grande su pubis y le reconstruyó el himen, de acuerdo a los caprichos extraños de aquel hombre. Una cirugía común.

A las 11:00 de la noche, un enviado del hombre le pagó al doctor en efectivo y le entregó un regalo: un reloj Rolex. Llegó a La Ceiba en la madrugada, con el tiempo justo de llegar al Aeropuerto Golosón para regresar a Tegucigalpa. Diez años después volvió a ver a su paciente. Estaba en un ataúd, vestida de blanco, con una diadema de azahares en la frente y con los brazos cruzados sobre el pecho.

“Me la mataron, doctor -le dijo la madre al doctor Cherenfant cuando llegó a la funeraria-, me la mataron”.

“Lo siento mucho, señora” -le dijo el doctor.Después, supo que la mujer había emigrado a Estados Unidos, y que vivía en el mayor anonimato. El hombre al que amaba había caído y su imperio se había derrumbado; ahora estaba sola e indefensa, y se quedó sin amigos, pero con algunos enemigos.

“Queremos el dinero -le dijeron varios hombres encapuchados, y armados con fusiles de guerra, que llegaron a su casa una noche, mientras ella y su madre dormían-, tenés una semana para que lo entregués o te vamos a matar”.

Ese mismo día desapareció de Tocoa. Y pasaron diez años antes de que volviera a saberse algo de ella.

Escena

Se llamaba Miriam. Era el nuevo nombre que tenía. Vivía con una empleada suya en una casa sencilla, en las afueras de Gilmer, un pueblo pequeño y bonito de Texas, en los Estados Unidos. Un mes antes de “regresar a Honduras en un ataúd”, la encontraron muerta en su propio carro. Tenía una bolsa amarrada a la cabeza. El forense dijo que la habían asfixiado.

“No tiene golpes ni heridas de defensa” -dijo el médico.

Por supuesto, aquello era extraño. La Policía empezó a investigar y la empleada de Miriam les dijo que, esa tarde, salieron de la floristería, de la que su patrona era dueña, a la misma hora pasaron por una tienda para comprar comida y ella se bajó del carro, mientras Miriam la esperaba en el estacionamiento. Cuando salió, Miriam ya no estaba allí.

Regresó a la casa, pero su patrona no había llegado. Supo de ella a la medianoche, cuando dos policías llegaron a la casa para decirle que habían encontrado a Miriam muerta en su propio carro. La empleada no sabía nada.

Investigación

Cuando los detectives de investigación criminal de la Policía de Gilmer revisaron los videos de seguridad de las cámaras de la tienda vieron que un hombre de apariencia latina se acercó al carro de Miriam, abrió la puerta del copiloto y entró al vehículo. En pocos segundos el carro salió del estacionamiento.

Lo siguieron a través de las grabaciones de varias cámaras de la ciudad, pero en el campo lo perdieron de vista. Un granjero que regresaba a su casa después de ayudar a parir a una vaca encontró el vehículo abandonado.

Creyendo que alguien necesitaba ayuda, se bajó para ofrecerla, pero de inmediato se dio cuenta de que allí estaba una mujer muerta. Y llamó a la Policía.Por supuesto, Miriam era un misterio. Poca gente la conocía, tenía clientes en Gilmer y los que proveían a su negocio de flores apenas hablaban con ella. Pero, cuando conocieron más sobre ella hablando con la Policía de Honduras se dieron cuenta que Miriam se escondía de alguien en aquel pueblo.

Supieron su propio nombre y buscaron todo lo que pudieran encontrar que se relacionara con ella. Cuando descubrieron varias cuentas bancarias a su nombre, en Estados Unidos, en Panamá, en Gran Caimán y en Suiza, empezaron a creer en lo que los detectives de investigación de Honduras dijeron de ella.

Guardaba el dinero de su marido, una fortuna que dejó a los investigadores de Gilmer con la boca abierta. Y, estimulados por estos descubrimientos, siguieron buscando más. Encontraron algunos movimientos en las cuentas, traslados de dinero, pago de abogados dentro de Estados Unidos... Y escarbaron en la computadora personal de Miriam. Poco a poco, iban entrando en un misterio que se hacía más oscuro cada vez. Sin embargo, los policías esperaban encontrar un motivo para la muerte de la mujer.

Sabían que, hacía diez años, varios hombres llegaron a su casa, en Honduras, para obligarla a que les entregara “el dinero”. Era posible que estos hombres la hubieran encontrado y que la raptaron para obligarla a entregarles el dinero que guardaba para alguien desde hacía mucho tiempo. Pero, no encontraron nada en su computadora que les dijera que Miriam había realizado algún movimiento de dinero. Nada decían los bancos.

Nada había salido de las cuentas desde hacía un par de meses. Entonces, si no la habían matado por el dinero, ¿por qué le habían quitado la vida? No la habían golpeado, no tenía signos de haber sido torturada y el forense no encontró nada en ella que indicara que había sido drogada para someterla. Le habían puesto una bolsa en la cabeza y la habían asfixiado. No había nada más, ni siquiera huellas digitales en la bolsa de plástico o en el carro. Las únicas que encontraron fueron huellas de Miriam y de su empleada.

¿Por qué la habían matado? ¿Quién o quienes eran sus asesinos? La Policía no tenía nada para identificar al hombre que se subió a su carro en el estacionamiento de la tienda. En los videos solamente se veía una sombra vestida con un suéter largo de mezclilla azul, una gorra, guantes y anteojos oscuros, y barba, seguramente postiza.

Los policías, además, estaban seguros de que, en algún punto del camino, obligaron a la mujer a detenerse para que alguien más subiera al carro. Era posible que este segundo, o tercer sospechoso, fuera el asesino.

¿Por qué Miriam no se había defendido? ¿Conocía a sus agresores? ¿Qué es lo que buscaban de ella? ¿Por qué le habían quitado la vida?

Un móvil poderoso era el dinero que guardaba en sus cuentas y del que se servía muy poco, pero nada demostraba esta suposición. Ningún movimiento extraño había en sus cuentas, ni grande ni pequeño. Y, cuando interrogaron a los abogados a los que Miriam les había hecho pagos por más de seis años, estos dijeron que ellos recibían el pago de sus honorarios de una persona a la que solamente conocían como Miriam Tal y Tal. Les pagaba por la defensa de su esposo, que guardaba prisión en Estados Unidos. Nada de esto les sirvió a los investigadores.

Un mes después del crimen, el cuerpo de Miriam regresó a Honduras y su madre y dos de sus hermanas lo velaron en una funeraria de Tegucigalpa. Pocos fueron los amigos que las acompañaron. El doctor Emec Cherenfant fue uno de ellos.

“Mis pacientes son importantes para mí -dijo el doctor-, así y pase mucho tiempo, sigo siendo su cirujano plástico. Y, que un paciente mío muera de esta forma, es doloroso para mí”.

“¿Imagina usted quién pudo asesinarla?” -le preguntó el agente de la Policía que colaboraba en la investigación del crimen con los policías de Gilmer.

El detective sonrió. Para él, aquel misterio tenía que resolverse.

“¿Supo algo más de su paciente después de la cirugía?” -insistió el policía.“Nada -le respondió el doctor-, hasta hace unas dos semanas, cuando la mamá me llamó para contarme la tragedia de su hija... Y, vine para honrar su amistad”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA.

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