DON MARINO. La voz del doctor Emec Cherenfant se escuchó algo triste cuando se refirió a su paciente, al que mataron hace ya muchos años, en una colonia de la salida al sur.
“Don Marino era un hombre joven cuando murió” -dijo, viendo hacia el piso brillante de su clínica, mientras los dos agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), que nos acompañaban, comían con placer sus desayunos-. Yo me entretenía hojeando el viejo expediente en el que había fotografías de la escena del crimen, el relato de los agentes que llevaron el caso, entrevistas con testigos y fotografías de diario EL HERALDO que informaron del hecho.
“Ha pasado mucho tiempo -siguió diciendo el doctor Cherenfant, escarbando en sus recuerdos-, pero recuerdo a don Marino como si lo hubiera visto ayer mismo. Entró a mi clínica en silla de ruedas, con una sonrisa agradable, sus ojos saltones llenos de vida y de esperanza, y uno de sus amigos empujando la silla. Atrás venía su esposa, una mujer bonita, a la que no deseo describir”.
Hizo otra pausa el doctor Cherenfant y se puso los lentes para leer; luego, dio vuelta a varias hojas de un viejo expediente médico, y dijo: “A don Marino lo atacaron para robarle. Eso fue lo que me contó. De eso, al día en que vino a mi clínica, habían pasado dos años, tal vez tres... Aquí está la fecha... Le dispararon y una de las balas le dañó un riñón, otra le rozó un costado y la tercera le dañó la columna vertebral; la bala entró entre las vértebras lumbares L3 y L4, y lesionó la médula... Aunque le dieron esperanzas de que volvería a caminar, y estaba en rehabilitación, don Marino apenas podía mover los dedos de los pies”.
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Yo levanté la cabeza, para preguntarle:“¿Por qué vino don Marino a su clínica? ¿De qué lo atendía usted?”. “Era la primera vez que venía a mi consulta -respondió el doctor Cherenfant-; el hecho de pasar sentado mucho tiempo, y de pasar otro buen tiempo en una cama, le produjo úlceras, las que nosotros llamamos úlceras trocantéricas, o úlceras de presión porque son lesiones en la piel, como llagas, que aparecen en la zona del trocánter, que es una protuberancia del fémur, cercana a su articulación con el hueso ilíaco. Los trocánteres ejercen una función importante como puntos de inserción muscular”.
Definitivamente, el doctor Emec Cherenfant no estaba en clase de ortopedia, y así lo entendió. Sin embargo, explicó: “Las úlceras por presión, o úlceras trocantéricas, son lesiones de la piel o del tejido subcutáneo, que se dan a causa de una presión, o por los llamados movimientos de rozamiento. Es común en pacientes discapacitados y que pasan mucho tiempo sentados o en cama. Lamentablemente, es un problema, ya que se produce en poco tiempo y tarda mucho en curarse. Los lugares más frecuentes de aparición de las lesiones ocurren en las prominencias óseas como zona sacra, escapular, calcánea y maleolar y produce complicaciones como infección y retraso en la curación. En pacientes discapacitados, como don Marino, no produce dolor, por razones obvias”.
Tosió el doctor y añadió:“Lo examiné -dijo, poco después-. Dos hombres y yo lo subimos a la camilla y su esposa le ayudó a quitarse el pantalón... Y allí estaban... Cinco grandes úlceras en carne viva, algunas que dejaban ver el hueso de la cadera... El tratamiento que le habían recetado no servía de mucho y había que hacer cirugía para cerrarlas”.
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Policía
Los agentes terminaron su desayuno y saborearon su café. Uno de ellos, dijo: “Doctor, este don Marino, como usted lo llama, con respeto, era un viejo conocido de la Policía... Estuvo en la cárcel varias veces, y, entre otras cosas, se le acusaba de fraude, estafa, asalto a bancos, tráfico de vehículos robados y de pertenecer a una banda de delincuentes, aunque esto no se comprobó nunca... Los detectives de aquellos años creen que trabajaba solo y que únicamente dirigía a dos o tres hombres de su entera confianza... Pero, tenía muchos enemigos; de eso sí que estaba segura la Policía” .
El doctor escuchaba en silencio. Después de un momento, dijo, levantando la voz: “Un día entré al quirófano con un paciente que dirigía un grupo ilegal; necesitaba de una cirugía plástica reconstructiva; otro día, le hice una abdominoplastia, aumento de senos y liposucción a la novia de un capo del norte de Honduras; otro día, vino de México una mujer muy hermosa, que necesitaba reconstrucción de mamas, las que había perdido a causa del cáncer; esta mujer era una jefe poderosa del contrabando en aquel país... Y lo que quiero dejar claro con esto es que siempre he visto a mis pacientes como lo que son: mis pacientes. Necesitan de la cirugía plástica, de la cirugía reconstructiva y hasta de la cirugía reconstructiva cráneo máxilo facial, y yo lo que hago es mi trabajo de médico... Su vida privada es un asunto del que me informo poco. Sin embargo, al ser mis pacientes, me interesan especialmente, y, muchas veces, me afecta mucho lo que pasa con ellos; quiero decir que me afecta mucho la forma en cómo terminan sus días, sean las causas que sean”.
Hizo otra pausa el doctor, y añadió:“Para contarles algunos de estos casos a los lectores y lectoras de diario EL HERALDO he pedido autorización a sus familiares, los que han estado de acuerdo, siempre y cuando se cambien los nombres y se omitan algunos detalles especiales. Y no es que yo sea Carmilla Wyler, que conste. Aunque muchas personas que leen y coleccionan estos casos se dirigen a mí como Carmilla Cherenfant...” Sonrió en este punto y agregó:“Llevamos a don Marino al quirófano y le tratamos las úlceras... Eso fue seis meses antes de su muerte... De que lo asesinaran, mejor dicho... Yo estaba en La Ceiba ese día... Venía de hacer varias consultas y cirugías en el Hospital Oken’s y vi la noticia... Me dolió ver a mi paciente en aquellas condiciones”.
La muerte
El segundo detective intervino.“Sabemos que lo vigilaban desde hacía algún tiempo; los asesinos sabían que siempre estaba acompañado de gente armada y sabían que don Marino, como usted le dice, doctor, no era hombre que se dejara sorprender con facilidad... Hasta que bajó la guardia ese día... Iba en una camioneta a hacer una celebración en uno de los terrenos que tenía en la salida al norte; llevaban de todo para una fiesta y, como medida de seguridad, su familia iba en otro vehículo... Nosotros como policías sabemos muchas cosas de las personas a las que seguimos, a las que investigamos, quiero decir, pero todo sospechoso es inocente hasta que no se demuestre lo contrario y sea vencido en juicio... Nosotros hacemos nuestro trabajo: les presentamos los casos a los fiscales y ellos se los presentan a los jueces... Y de don Marino había mucho que decir, pero estaba en libertad y los compañeros de aquella época solo lo investigaban... Decían que estaba en negocios importantes, con gente importante, y que recibía mucho dinero... Y, aparentemente, todo era legal... Pero, don Marino fue testigo del asesinato de un hombre, y no de un hombre cualquiera... Era el pariente muy querido de un hombre poderoso, muy conocido y lo mataron cuando estaba platicando, solo Dios sabe de qué, con don Marino... Lo bajaron del vehículo, lo tiraron al suelo, y le dispararon una sola vez en la cabeza... Y ese crimen fue un escándalo en el país... Los compañeros que lo investigaron llegaron a conclusiones que, todavía hoy, siguen en secreto.
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Don Marino fue acusado como sospechoso, pero nada le pudieron probar... Lo que sí se supo es que la víctima, o sea, el hermano del hombre poderoso, había hecho algunas inversiones con don Marino y, según me dijo uno de los agentes, que todavía está en la Policía, le había ido mal en aquella inversión, de mucho dinero, y que don Marino sabía mucho más de lo que le dijo a la Policía... Por supuesto, aquellos agentes creen que la desgracia le vino a don Marino a causa de algo malo que hizo, y que afectó mucho a alguien con quien no se podía jugar”.
El doctor Cherenfant se quedó pensativo por largos segundos. Al final, dijo:“Las úlceras sanaron rápido, y eso me alegró mucho... Don Marino estaba contento y, la última vez que lo vi, me pidió consejos médicos privados... Después no lo vi más, hasta esa mañana, cuando estaba por abordar el avión, en el aeropuerto Golosón, de La Ceiba... Y me dio mucha tristeza”.
Preguntas
¿Por qué mataron a don Marino? ¿Qué hizo para merecer aquella muerte? ¿Por qué mataron a aquel hombre que estaba con él? ¿Qué relación de negocios había entre ellos? ¿Quién ordenó esta muerte? ¿Quién ordenó la muerte de don Marino?
“Yo no fui a la vela de mi paciente porque la misma Policía me aconsejó que no fuera -dijo el doctor Cherenfant-, sin embargo, todavía me pesa mucho el final de don Marino... Fue mi paciente, y el médico llega a crear un lazo de afectividad muy especial con su paciente, ya que sabemos que es nuestro deber y nuestra responsabilidad ayudarle a que esté sano y a que tenga una vida aceptable”.Suspiró... y dijo: “Yo no soy quién para juzgar a nadie, ni tengo el derecho a lanzar la primera piedra... Don Marino llevaba su vida privada como mejor le parecía, y es algo que solo él y Dios saben... Pero, yo lo voy a recordar siempre como un caballero, como un paciente que necesitó de mi ayuda, y que se mostró siempre muy agradecido... Deseo que Dios lo tenga en su gloria”.
El doctor Cherenfant guardó silencio, sacó de debajo de varias carpetas otro expediente, y dijo:“Este hombre abusó de su hija con parálisis cerebral por mucho tiempo... Hasta que... Bueno... Este es otro caso de los archivos que guardo, y que están a disposición de EL HERALDO... Lo contaremos más adelante”.