VERGÜENZA. Martha caminaba con prisa hacia su trabajo; la calle peatonal estaba llena esa mañana y ella trataba de abrirse paso entre la gente porque iba tarde, y el dueño de la tienda no perdonaba un minuto de atraso. Decía que el tiempo es dinero y él pagaba por el tiempo de sus empleados. Y más en la época en la que los aguinaldos inundaban de dinero las calles.
Martha iba de prisa, pero, de pronto, tropezó y estuvo a punto de caer al suelo. Recobró el equilibrio, pero se le cayó el monedero. Se agachó apurada para recogerlo, y, en ese momento, un hombre distraído tropezó con ella por atrás, haciéndola caer. Martha dio un grito. Una mujer se acercó a ayudarla, pero, en aquel momento, Martha lloraba roja de vergüenza. Trataba de recoger algo del suelo y lo hacía con desesperación. Eran dos pequeñas pelotas de trapo, dos pelotas que ella usaba dentro del brasier y que se habían salido con el golpe, y ahora rodaban a unos pasos de ella, pisoteadas por algunos transeúntes. Lo peor fue que varios niños que iban con sus padres, y otros que estaban allí, perdiendo el tiempo, se rieron de ella. Y Martha sintió que una daga al rojo vivo le traspasaba el corazón. Cuando logró recuperar las pelotas, estaban aplastadas y las tiras de trapo salían por varios puntos. Aquellos eran los senos de Martha.
“La conocí en el Seguro Social -dijo el doctor Emec Cherenfant-, llegó a mi consulta por referencia de su oncólogo. Seis meses antes, mientras se bañaba, sintió que la mama derecha le dolía, se palpó con suavidad, y encontró un bulto cerca del pezón. Luego, palpó el seno izquierdo. Allí encontró varios bultos más”.
“Son como pelotitas -le dijo al médico- y me duelen”.El internista la remitió con el oncólogo y este le realizó varias pruebas, después de palpar las “pelotitas” que describía Martha.“Es mejor hacer unas pruebas más específicas -dijo el doctor-. No me gustan nada esos bultitos en tus mamas y eso que te duelan, no parece nada bueno”.
Martha se alarmó.“¿Es malo, doctor?”. “Vamos a confirmarlo”.Y, un mes después, Martha entró al quirófano. El cirujano oncólogo la esperaba para extirparle los dos senos. Tenía cáncer de mama.“Vamos a combatirlo” -le dijo el doctor.
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Y, después de la cirugía, Martha recibió radioterapia.“Vamos bien” -le dijo el doctor.
Y así era. Martha estaba superando el cáncer. Las células malignas que habían quedado después de la cirugía, estaban desapareciendo. Aunque los efectos negativos del tratamiento la hicieron sufrir. Pero, ella amaba la vida, y lucharía por ella hasta el último momento.
“Cuando la remitieron conmigo -siguió diciendo el doctor Cherenfant-, Martha era optimista. Ya estaba saliendo de su lucha contra la enfermedad, y ahora íbamos a programar la reconstrucción de las mamas. La mastectomía fue radical. Pero, en cirugía plástica y reconstructiva son pocas cosas las que no se pueden hacer. Sin embargo, teníamos un problema. El Seguro Social no estaba avalando este tipo de cirugías, ya que decían que se trataba de cirugía estética, y era un procedimiento costoso”.
“¿Qué puedo hacer, doctor?” -le preguntó Martha.“Esperar un poco. Yo te voy a ayudar”.
Pero, aquella mañana en que sus “prótesis” se salieron del brasier, y rodaron por el suelo de la calle peatonal, Martha sintió que era más desgraciada que aquel día en que le diagnosticaron cáncer de mama. Se sentía humillada, dolida, dañada. Y regresó donde el doctor Cherenfant.
PROMESA
“Estas cosas pasan por algo -le dijo el doctor-, pero Dios no nos abandona nunca. Podemos hacerte la reconstrucción de mamas en el Hospital San Jorge”.
“Ay, doctor -exclamó ella-, pero ¿de dónde voy a pagarle? Esa operación es muy cara”.
“Sí -le dijo el doctor Cherenfant-, ya sé que es una cirugía costosa, pero no le va a costar ni un centavo... Dios paga por usted. Vaya a mi clínica el próximo lunes para que hagamos algunos exámenes y programemos el día de la cirugía... Va a quedar usted como modelo”.
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El doctor hizo una pausa. Los recuerdos iban y venían en su mente, atropellándose unos con otros.
“No entiendo cómo es que pueden suceder estas cosas” -dijo, después de un rato de silencio, en el que se quedó pensativo, viendo fijamente al piso, mientras el segundo vals de Dmitri Shostakovich llenaba la clínica con un sonido cadencioso.
¿A qué se refería el doctor Cherenfant? ¿Por qué se había puesto triste de pronto? ¿Qué era lo que había pasado?
“Hoy -me dijo, después de soltar un suspiro doloroso-, Martha está muerta. Muerta. Asesinada vilmente, después de haber sido llevada a prisión por un crimen que no cometió. ¡Murió inocente!”.¿Qué había pasado con Martha? ¿Por qué fue llevada a la cárcel? ¿A qué crimen se refería el doctor Cherenfant?
DESPRECIO
Martha estaba enamorada. Su esposo la abandonó desde el segundo día en que le dijo que tenía cáncer de mama y que el doctor le había recomendado que le extirparan las dos mamas.“¿Cómo? -le gritó el marido-. ¿Qué te van a quitar las chiches? ¿Y entonces? Vas a quedar como tabla... Y así no vas a servir para nada”.
Martha se desplomó aún más ese día. Nunca esperó que aquel hombre al que amaba, al que se había entregado virgen y limpia a los diecisiete años, reaccionara así. Ahora la despreciaba, y ella comprendió que no la amaba lo suficiente. Ese mismo día se fue de la casa. Pronto, Martha se dio cuenta que tenía otra mujer cerca de su propia casa. Martha lloró casi hasta que se le secó el corazón. Pero, nada podía hacer. Y así se lo dijo su madre.“Si él no te quiere, mija, ni modo. Tenés que aceptarlo y seguir adelante”.
Pero, Martha no podía resignarse. Lo amaba, sufría por él. Era así de claro. Una tarde, le escribió un mensaje: “El doctor Cherenfant me va a reconstruir las chiches -le decía-, dice que me van a quedar bonitas”.
Él le respondió pidiéndole una cita. Ella aceptó de inmediato.“Pero, ponete bonita -le dijo él-, vamos a ir a un lugar especial”.Martha sintió una nueva alegría. Y no dijo nada cuando el taxi que manejaba su esposo entró al motel. Ella también lo deseaba. Y es que el amor no se muere de la noche a la mañana, por más que lo hieran; agoniza, agoniza, y espera.
MOTEL
“Él quiso venir aquí -le dijo Martha a la Policía, con los ojos anegados en lágrimas-, y yo quería estar con él. Estuvimos felices, y yo me acerqué a él para abrazarlo. No me había quitado el brasier, donde andaba dos pelotas de trapo... y él, al sentirlas, se levantó de la cama y me dijo que le daba asco... Yo le supliqué que no me tratara así, le dije que lo quería y yo estaba dispuesta a perdonarlo... Que volviera conmigo. Pero él se burló. Estaba desnudo, como yo, y se metió al baño. Se bañó rápido, y cuando salió, estaba empapado. Yo me paré, para suplicarle, pero me rechazó. Y fue en ese momento en que él se deslizó. Estaba descalzo y la cerámica es lisa, y más con los pies mojados. Se fue para atrás y cayó de espalda. La cabeza le rebotó en el suelo y no se movió. Cuando vi que no se levantaba, llamé a las personas del motel. Ellos dijeron que estaba muerto, sangraba por la boca y la nariz y le salía algo de sangre por los oídos. Y los llamaron a ustedes. Yo no me di cuenta que estaba desnuda cuando los primeros policías llegaron... Ellos me dijeron que me vistiera, y después vino la DPI”.Todo esto está descrito en el expediente de Martha, del cual el doctor Cherenfant tiene una copia.
“La acusaron de parricidio -dijo el doctor-, y la detuvieron. Nunca pude reconstruir sus mamas... La mataron en la cárcel... Una mañana, mientras pasaban lista, ella no se levantó de su cama. Cuando fueron a buscarla, la encontraron con la cobija de pies a cabeza.
La llevaron a la morgue. El forense dijo que murió envenenada. Nadie sabe cómo llegó el veneno hasta ella, si alguien se lo dio... Martha murió inocente. Y fui a visitarla varias veces, y queríamos reprogramar la cirugía de reconstrucción de mamas, pero ella ya no estaba tan entusiasmada. El fiscal la acusaba de un crimen que no cometió, y ella así me lo dijo. Y le creí. Sé que ella era inocente. Hasta sus dos hijos la abandonaron. Nunca fueron a verla a la cárcel. Solo su mamá y sus dos hermanas llegaron a visitarla. Yo pagué los gastos fúnebres. Era lo menos que podía hacer por aquella mujer inocente, a la que no pude ayudarle. Y eso me hace sentirme triste. Hoy, los detectives de la Policía dicen que las cosas pasaron como ella se los contó en la escena, en el motel, y están seguros de que una buena defensa hubiera conseguido su libertad. Pero, ella ya no tenía ganas de vivir. Se sentía abandonada por todos los que amaba, y, es mi opinión, que ella tomó aquel veneno para ratas... ¿Cómo lo consiguió? No lo sé. Tal vez en la cárcel alguien lo sepa”.