Selección de Grandes Crímenes: El amor del enemigo

"Tenemos tres sospechosos, pero la Policía no está haciendo mucho porque necesita más tiempo para investigar... Y, mientras tanto, la esposa de mi papá, la viuda, está lista para vender todo lo que tenía mi padre"

  • 22 de junio de 2025 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: El amor del enemigo

MORGUE. Eran las dos de la tarde, de un viernes seco y caluroso de marzo, cuando el doctor Emec Cherenfant llegó a la Morgue del Ministerio Público. Acababan de llamarlo para que ayudara a reconocer a una persona que habían traído desde Danlí y que tenía al menos dieciocho horas de haber muerto.

“¿Por qué me llaman? -preguntó el doctor, extrañado.

“Perdone la molestia, doctor -le explicó el forense-, pero sería largo de explicar por teléfono... Solo puedo decirle que el cadáver está irreconocible, le quemaron las huellas digitales, y tiene solo una señal especial, unas cicatrices en los genitales, y el nombre suyo, y su número de teléfono en una libreta de direcciones pequeña que le encontraron en una de las bolsas del pantalón”.

“¿Cicatrices en los genitales? -preguntó el doctor Cherenfant.

“Así es, doctor”.

“Y dice usted que tiene mi nombre y mi número de teléfono”.

“Anotados en una libreta pequeña”.

“Muchas personas tienen mi número de teléfono”.

“Entiendo, doctor, pero lo llamé porque este hombre tiene... la bombita en los genitales... y, al ver su nombre, su número... supuse que...”

“¡Dios mío!” -exclamó el doctor Cherenfant.

“¿Puede venir, doctor? Para que nos ayude a reconocerlo. Lo encontraron muerto hace unas tres horas, en un abismo lleno de árboles y piedras, adelante de Jacaleapa, y está en la morgue como desconocido. La Policía de Danlí dice que no tienen reporte de alguna persona desaparecida en las últimas veinticuatro horas y a la morgue no ha venido ningún familiar que pudiera reconocer a este hombre”.

“¿Tiene más números de teléfono en la libreta?”

“Pues no, doctor... Solamente el número del doctor Emec Cherenfant y otras anotaciones personales, algunos nombres, pero solamente su número de teléfono. La libreta es nueva, aparentemente, y parece que solo copió lo que más le interesaba”.

El doctor Cherenfant hizo una pausa.

“¿Es un hombre de unos cincuenta y tres años, de baja estatura, no muy grueso, de piel trigueña y que tiene un lunar negro y circular justo en el centro del pómulo izquierdo?”.

“Doctor -respondió el forense-, no se le nota nada de lunar, ni nada más en lo que fue la cara de este hombre... Se la deshicieron a golpes, con un objeto grueso y pesado; tal vez un bate, un leño o una tabla... Y le quemaron las yemas de los dedos para evitar que lo reconocieran... Pero, le dejaron la libreta en una de las bolsas del pantalón, y por eso lo estamos llamando a usted... ¿Puede ayudarnos?”.

“Con mucho gusto” -respondió el doctor Cherenfant-. Y a eso de las dos de la tarde, y minutos, llegó a la morgue, con el corazón agitado. Lo estaban esperando.

“Creo que ya sé de quién se trata?” -le dijo al forense, que acababa de saludarlo.

“Doctor, por la bombita en los genitales, las cicatrices y el número suyo en la libreta, creemos que fue su paciente” -le dijo el oficial de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) asignado al caso.

El doctor sonrió. Estaba triste e intrigado. Cuando estuvo frente al cuerpo, no pudo evitar ver hacia otro lado. La cara del cadáver prácticamente no existía; era una plasta de sangre coagulada, piel deshecha, astillas de hueso, dientes quebrados y restos de cabellos.

“Esto lo hicieron a propósito” -dijo el doctor, horrorizado.

“Mire las manos, doctor” -le dijo el forense.

Estaban deshechas, quemadas y de ellas solo quedaban jirones de piel, de tendones y algo de hueso y músculo.

“No alcanzo a entender por qué se puede llegar a tanta maldad” -musitó el doctor.

“El ser humano es el peor, el más bestial y el más dañino de los depredadores” -dijo el forense.

“Así es” -convino el doctor.

“Vea los genitales, doctor” -intervino el policía, con rostro frío.

El doctor hizo lo que le pedían. Miró en la entrepierna con detenimiento, se acercó, vio de nuevo, tocó con un índice y se enderezó.

“Es don José Nicanor Fuentes -dijo-, mi paciente”.

Algo se atoró en su garganta.

“¿Está seguro, doctor?” -preguntó el agente de la DPI.

“Seguro -dijo el doctor-. Estas cicatrices son inconfundibles... Es don Nicanor”.

“¿Algún dato más, doctor?” -preguntó el detective.

“Era diabético y la enfermedad le dañó seriamente la circulación en sus genitales... Vino a mi consulta, en el Hospital San Jorge buscando ayuda... Su esposa, en realidad su segunda esposa, era veinte años menor que él y él ya no podía cumplir con sus deberes conyugales... como corresponde y debe ser cuando se tiene una esposa joven... Ella vino con él a la consulta y entre los dos convinieron que le pusiéramos la bombita para que sus erecciones fueran firmes, y pudiera tener contenta a su nueva mujer”.

“¿Hace cuánto tiempo fue eso, doctor?” -preguntó el policía.

“Hace unos dos años y medio -respondió el doctor Cherenfant-. Creo que tres”.

“José Nicanor Fuentes -repitió el detective-. ¿Ese es el nombre? ¿Está seguro?”.

“Sí, estoy seguro”.

“¿De dónde era? ¿Se lo dijo?”.

“De El Paraíso, adelante de Danlí”.

“¿Sabe a qué se dedicaba?”.

“Era hombre del campo; compraba y vendía café, exportaba ganado y vendía granos básicos al por mayor... Eso me dijo. Además, quería comprar madera de color en Nicaragua para venderla en Alemania... Pero, no sé si lo hizo”.

“Entonces, era un hombre con mucho dinero, doctor”.

“Esa fue la impresión que me dejó... Usaba un Rólex de oro, cadenas gruesas de oro, y una pulsera de oro con diamantes”.

“¿Tenía hijos, doctor?”.

“Cinco con su esposa -contestó el doctor Cherenfant-, o sea, con su primera esposa fallecida hace unos tres años antes de que viniera a mi consulta... Eso está en el expediente médico que tengo en mis archivos... Pueden consultarlo si lo desean”.

“Gracias, doctor”.

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LLAMADA

En aquel momento, el policía a cargo del caso recibió una llamada.

“Don Nicanor Fuentes desapareció desde ayer a las seis de la tarde -le dijeron-. Fuimos a su casa y la esposa dice que no sabe nada de él desde ayer a esa hora, cuando, supuestamente, salió al centro de El Paraíso para verse con un vendedor de madera que llegó de Nicaragua... Pero, no regresó y ella lo ha estado llamando, y no le responde el teléfono... Le preguntamos si otras veces había faltado a su casa tanto tiempo y nos dijo que a veces se iba de viaje de negocios, pero siempre se comunicaba con ella o con los hijos de su primer matrimonio”.

“¿Por qué no ha puesto la denuncia de su desaparición en la DPI?”.

“Se lo preguntamos y dijo que estaba segura de que no le ha pasado nada malo y que no tardaría en regresar a la casa”.

“¿Y se nota preocupada?”.

“No”.

“Bueno... ¿Ya le dijeron que encontramos el cuerpo de su marido asesinado en la carretera a Jacaleapa, y que está en la morgue de Tegucigalpa?”.

“¿Están seguros de que es él?”.

“Sí. El doctor Emec Cherenfant lo reconoció. Fue su paciente hace unos dos o tres años... No puede equivocarse”.

“Entonces, se lo vamos a decir”.

“¿Saben algo del vehículo de don Nicanor?”.

“No se ha reportado el hallazgo de ningún carro abandonado en la zona”.

“Averigüen en Danlí y en la frontera. En alguna parte debe estar”.

“Está bien”.

“Y, cuando le digan a la mujer que el cadáver de su marido está en la morgue de Tegucigalpa, ofrézcanle traerla... Si se niega, observen bien cada gesto, cada detalle, y si pueden, que alguien la grabe sin que se dé cuenta”.

“¿Alguna sospecha?”.

“Es una mujer joven, ¿verdad?”.

“Joven, hermosa, blanca y bonita”.

“Don Nicanor tenía la bombita, era diabético, y el doctor Emec Cherenfant se la puso... El señor quería tener contenta a su esposa joven”.

“Ya voy entendiendo”.

“Voy a enviar un equipo desde Tegucigalpa para que investiguen las finanzas de don Nicanor, seguros de vida, llamadas telefónicas, negocios, amistades, movimientos de cuentas bancarias... Y para investigar a la esposa”.

“Excelente”.

El policía se dirigió al doctor Cherenfant.

“Gracias, doctor -le dijo-, nos ha ayudado mucho... Espero que esté dispuesto a ayudarnos si lo necesitamos para resolver este caso”.

“Ya saben dónde encontrarme... Con mucho gusto”.

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TRES SEMANAS DESPUÉS

Hacía frío en la clínica del doctor Cherenfant, en el Hospital San Jorge del barrio La Bolsa, en Comayagüela. El abogado Enrique Flores Rodríguez se ajustó el saco, comprobó que estuviera bien el nudo de su corbata y le agradeció al doctor Cherenfant el té que acababan de servirle. Junto a él estaba un hombre de unos treinta y un años. Era alto, delgado, de piel clara, ojos claros y rostro triste, aunque atractivo, que tomaba la mano de una mujer bonita, que trataba de darle ánimos.

“Doctor -dijo el abogado Flores, después de sorber el primer trago de té-, este señor es mi cliente, se llama José Nicanor Fuentes Pastrana, hijo de su paciente, José Nicanor Fuentes Gutiérrez... Ella es su esposa”.

El doctor Cherenfant sonrió.

“La Policía no ha avanzado gran cosa en la investigación de la muerte de don Nicanor -siguió diciendo el abogado-, y estamos aquí, porque necesitamos su ayuda... Usted fue su médico y creemos que, tal vez, pueda aportar algo en el esclarecimiento de su asesinato”.

“Todo lo que sé ya se lo dije a la Policía” -contestó el doctor.

“Creemos que hay algo más -insistió el abogado Flores-, tal vez algo que él le comentó y que ahorita no recuerda”.

“¿Tienen a algún sospechoso?” -preguntó el doctor.

“No uno, doctor -intervino el hijo de don Nicanor-, tenemos tres sospechosos, pero la Policía no está haciendo mucho porque necesita más tiempo para investigar... Y, mientras tanto, la esposa de mi papá, la viuda, está lista para vender todo lo que tenía mi padre y por lo que luchó toda su vida”.

“¿Le dieron los nombres de los sospechosos a la Policía?”.

“Sí -dijo el abogado-, pero estamos investigando por nuestra parte... Ellos me han contratado parta que les ayude a encontrar la solución a este caso”.

El abogado Enrique Flores Rodríguez es uno de los profesionales del Derecho más preparados y prestigiados de Honduras. Se graduó Cum Laude en la Universidad Nacional Autónoma, tiene una Maestría en Derechos Humanos y es Doctor en Criminología y Ciencias del Comportamiento, graduado en la Universidad de Cádiz, España. Es abogado litigante en forma privada y fue defensor público de la Corte Suprema de Justicia de Honduras del área penal de adultos y defensor especializado en niñez en conflicto con la ley penal. En México fue asesor y acompañante legal de personas migrantes víctimas de delito del departamento de Derechos Humanos de la Casa Hogar del Migrante en San Luis Potosí. Fue coordinador del Programa de Capacitación de Fiscales del Centro Nacional para Cortes Estatales y la oficina de Asuntos Antinarcóticos y aplicación de la Ley de la Embajada Americana en Honduras, y es docente universitario en licenciatura y maestría de la UNAH y la Universidad Metropolitana de Honduras.

“Una hoja de vida impresionante, abogado - le dijo el doctor Cherenfant, después de leer el currículo del abogado Flores -, y veo, además, que le apasiona la investigación criminal”.

“En verdad, me apasiona enseñar - dijo el abogado -, y me gusta mucho la criminalística... Es la mejor arma contra el delito”.

“Y por eso está trabajando en este caso” - le dijo el doctor.

“Me ha llamado mucho la atención - respondió el abogado Flores -. Hemos escarbado un poco y han empezado a salir gusanos y olores nauseabundos... Perdone la metáfora... Y queremos ayudarle a la Justicia para que, precisamente, se le haga justicia a don Nicanor, y los culpables de su muerte, de su horrible muerte, sean castigados”.

“Antes de que sea demasiado tarde” - intervino el hijo de don Nicanor.

“Y yo, ¿en qué más puedo ayudarles?” - preguntó el doctor Cherenfant.

“Usted nos ayudó mucho reconociendo el cadáver - dijo el abogado -, pero creemos que, tal vez, don Nicanor le confió algunas cosas... detalles de su vida, temores, dudas”.

“Sobre su nueva relación amorosa, supongo”.

“Algo así, doctor” - dijo el abogado Flores.

El doctor Cherenfant miró hacia el piso, como si rebuscara en sus recuerdos, y sonrió. Luego, levantó la mirada, y dijo:

“Algo me dijo don Nicanor, que tal vez pueda servirles”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA

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