Selección de Grandes Crímenes: El arma asesina (Segunda parte)

MICHELET. Como decía el papá del doctor Cherenfant: Las decisiones nos llevan siempre hacia adelante, para bien o para mal

  • 07 de diciembre de 2025 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: El arma asesina (Segunda parte)

RESUMEN. Don Guillermo Fiallos murió en su cama a causa de un infarto al miocardio. Eso fue lo que dijo el forense. Los hijos de don Guillermo acusaron a su madrastra de haberle provocado la muerte. Gustavo Sánchez, ministro de Seguridad, dijo que “es algo difícil de probar”. El doctor Emec Cherenfant afirmó “que el implante de la bombita no representaba peligro de muerte”. El cardiólogo de don Guillermo dijo que “el abuso de la bombita podría causar complicaciones y que lo demás está de acuerdo a nuestras decisiones, y a la voluntad de Dios”.

Entonces, ¿qué fue lo que le quitó la vida a don Guillermo? ¿Su corazón enfermo? ¿El abuso de la bombita? ¿Alguna sustancia que ayuda al mejor funcionamiento de este implante cherenfantiano? ¿Es que, acaso, había terminado el tiempo de don Guillermo en la tierra? ¿Se trataba de un crimen, como aseguraban sus hijos? ¿Qué haría la Policía en este caso?

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Autopsia

La sabiduría del doctor don Guillermo Fiallos llevó a la Policía a recordar y a creer que los hijos de don Guillermo “tal vez tenían razón”, y que debían investigar, “por si acaso”, ya que nunca se sabe lo que hay en corazón humano, que no solo es una bomba, sino también, nido y fuente de buenas y malas intenciones.

“Se entiende que hay homicidio preterintencional cuando el resultado de muerte no es buscado ni querido por el autor de los hechos, sino provocado como consecuencia secundaria e imprevista de otra acción dolosa cuyo objetivo era causar un mal menor”.

Con esta explicación, los agentes de investigación se preguntaron: “¿Qué acción delictiva había en la actividad íntima de don Guillermo y su esposa esa noche?”.

No hay duda de que ella sabía que las condiciones del corazón de don Guillermo eran delicadas. El cardiólogo le había advertido a su paciente que “usar mucho la bombita” no era malo, pero podría acelerar el corazón, lo cual no era conveniente en su estado.

“Bien se ha dicho, querido amigo -le dijo el médico-, que todo con medida; nada con exceso. Tu corazón está afectado, pero vivirás mucho tiempo con los medicamentos, el control y los cuidados que te indico. Y nada de usar estimulantes”.

“No es que Guillermo tuviera muerta su naturaleza -les dijo el cardiólogo a los agentes-, tenía dificultades para mantener o lograr la erección, pero, cada cierto tiempo funcionaba bien; sin embargo, estaba entusiasmado con su esposa joven, bella, juguetona; aunque con un carácter explosivo... Pero, ¿qué le importaba esto último a Guillermo?”.

“Doctor -dijo el agente a cargo del caso-, ¿sabía don Guillermo que corría riesgos si se dejaba llevar por sus deseos?”.El médico sonrió.

“Habla usted como poeta -le dijo-; mejor diga, si se dejaba llevar y dominar por sus propios deseos y por la fogosidad de su esposa”.El agente le devolvió la sonrisa.

“Pues sí, sabía del riesgo. Se lo advertimos; el doctor Cherenfant y yo se lo dijimos. Era paciente y amigo de los dos. Tenía sesenta y cinco años y un corazón cansado; sin marcapasos todavía, pero con afecciones que, si no se tenía el cuidado recomendado, podrían causar problemas serios”.

“¿La muerte, doctor?”.

“También”.

“¿Lo sabía ella?”

“Lo sabía bien”.

“Don Guillermo era... tan apasionado como lo describe la esposa”.

“En su juventud fue un casanova y lo que bien se aprende no se olvida, pero estaba advertido y él amaba la vida”.

“Entonces, podríamos decir que las últimas tres sesiones conyugales le causaron... esos problemas serios en el corazón”.

“La bombita está allí para usarla y, hasta hoy, Emec Cherenfant es infalible en sus cirugías; el implante funcionaba y podría funcionar lo que el paciente deseara”.

“O la esposa”.

“Así es”.

“¿Cree usted que ella tuviera la intención de provocar un fallo cardíaco en su esposo?”.

“No lo sé”.

“Perdón, ¿cree usted que esas tres sesiones fueron fatales?”.“A la vista está. Ya enterramos a Guillermo. Pero es mi opinión. Las emociones orgásmicas son poderosas, y, físicamente, tan agotadoras como maravillosas. Está el deseo, el erotismo, la necesidad de satisfacer a una esposa joven y bonita, con tantas necesidades... Incurren aquí muchos elementos, oficial”.

“¿Podemos pensar que, aunque no es un acto doloso el de la mujer, sí llevó a la muerte a don Guillermo? Deme su opinión científica”.“La pregunta no es clara. Pero, muchas veces, la abundancia de actividad conyugal mata, especialmente a pacientes cardíacos demasiado inquietos”.“Esto depende mucho de la pareja”.

“En la mayoría de los casos... Y, antes de que se me olvide, quien le pidió y casi le exigió a Guillermo que se hiciera el implante, fue la esposa; me consultó, le dije que estaba bien si no abusaba, y el doctor Cherenfant se negó al principio porque su corazón no estaba bien, pero él insistió, ya que el doctor Cherenfant era su gran amigo y le implantó la bombita; o sea, le hizo el implante... Es más, Emec no le cobró sus honorarios, Guillermo solo pagó gastos de hospitalización. Y esto que era millonario... mi-llo-na-rio”.

Yuli

Habían leído el testamento de don Guillermo Fiallos. Veinticinco millones de dólares eran para su esposa. Ciento cincuenta para sus tres hijas y su hijo. Las propiedades, empresas y otras cosas, eran de sus hijos. A Yuli le heredó dinero; nada más.

“¿Sabía usted, señora, que su esposo le heredaría esta suma de dinero?”.

“No -respondió Yuli, viendo al agente con ojos tristes-, no lo sabía”.

“Bien... No tenemos nada más que hacer”.Yuli, vestida de negro que la hacía ver más bella de lo que era, se puso de pie y se despidió. Era temprano en la mañana, siete días después del entierro. Esa tarde, un avión privado la llevó a El Salvador. Abordó otro a Panamá y, al día siguiente, estaba en Punta del Este, Uruguay, con veinticinco millones de dólares en sus manos. Nadie supo que había dejado la casa; la servidumbre la esperó, después de salir hacia las oficinas de la Policía, pero el almuerzo quedó hecho. No volvió.

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DPI

Los agentes, que escuchaban a los hijos de don Guillermo, empezaron a sospechar, aunque no había base para sospechas o acusaciones. Yuli era libre, no estaba en su patria y era lógico que quisiera irse de Honduras, donde no era querida. Lo extraño era que nadie de su familia vino a acompañarla en su luto. Los hijos estaban seguros de que ella le había provocado la muerte a don Guillermo.

“Ella sabía que mi papá le heredaría una fortuna” -dijo la hija mayor.“¿Por qué está tan segura?” -le preguntó el agente.

“Mi papá estaba loco por ella; y ella lo sabía. Pero, Yuli no lo amaba. Solo quería el dinero. Mi papá estaba viejo, hay que decirlo. Estaba enfermo, débil, cansado y era rico, muy rico”.

“¿Tenía muchas amistades su madrastra en Honduras?”.

“Algunas, pero ya ustedes han hablado con ellas. Nada saben”.

“Estamos investigando, señora, y esperamos que el vaciado telefónico del número de su madrastra nos dé alguna pista... Si no es así, vamos a cerrar el caso, porque parece que perseguimos fantasmas, ideas”.“No lo cierre, señor”.

“No podemos acusar de nada a la señora Yuli. Si tanta actividad íntima causó problemas en el corazón de su padre, es cosa natural y no podemos probar que ella haya tenido esa intención”.

“Pero, sí que tenía la intención de heredar a mi padre cuanto antes”.“Eso no lo sabemos”.

“Señor -dijo la mujer-, deme un número de cuenta en el que le vamos a depositar cinco millones de lempiras para que nos ayude a seguir con el caso... Diez millones... Pero ayúdenos a probar que ella provocó la muerte de mi papá”.

“Señora -dijo el agente-, creeré no haber escuchado su propuesta... Ni aunque quisiera podría yo justificar ante la ley diez millones de lempiras; además, asisto a la iglesia Jehová Jireh y hago mi trabajo en el nombre de Dios... Y ni todo su dinero serviría para limpiarme ante Dios si le fallo. Este es mi trabajo y lo hago con gusto”.

Llamada

Dos meses después, el agente llamó a los hijos de don Guillermo.“¿Conocen a este hombre?” -les preguntó, mostrándoles una fotografía.“Sí -dijeron a coro-, es el abogado Chávez, procurador del notario de mi papá”.

“Vean esto”.

El agente puso ante ellos una página impresa.“Es una de las cuentas bancarias del abogado Chávez. Hace una semana recibió un depósito de cinco millones de lempiras por honorarios profesionales”.

“¿Cinco millones?”.

“Vea”.

“¿Quién se los depositó?”.

“Yuli Milán de Fiallos, desde Punta del Este, Uruguay”.“Pero, ¿por qué?”.

“Eso lo vamos a saber en unos minutos... Lo citamos, y estamos hablando con él en la otra sala... Se recibió el reporte de operación sospechosa, y ya nosotros habíamos visto que entre Yuli y el abogado había llamadas y mensajes que no nos parecieron comunes, ya que no deberían tener algún tipo de relación; y esto, porque ni siquiera con el propio notario de don Guillermo se comunicaba... Ni una sola vez... Entonces, nos llamó la atención, y empezamos a investigar. Y nos llegó este reporte, y los cinco millones por honorarios, sin que diga qué servicios le prestó a la madrastra de ustedes, aunque tenemos una sospecha”.

Chavez

Era un hombre alto, delgado, de unos cuarenta y cinco años, y de aspecto elegante.

“Vamos a hablar claro -le dijo el fiscal, mientras los agentes escuchaban-, estamos seguros de que recibiste ese dinero en pago por un favor especial que le hiciste a Yuli Milán, viuda de Fiallos... ¿Cuál fue ese favor? Nosotros te lo vamos a decir. Pero, antes, te vamos a mostrar cuántas llamadas y mensajes se hicieron entre ustedes en los últimos seis meses de vida de don Guillermo y las primeras coinciden con el día en que este señor firmó su testamento en la notaría dónde vos sos el procurador... Aquí están. Y no es que fueran amigos, novios, o compañeros en algo... ¿Por qué empezaron a llamarse desde el mismo día en que quedó firmado el testamento? Bueno, porque Yuli te ofreció dinero para que le dijeras cuánta era la herencia que le dejaba su esposo... Vos tenés acceso a los documentos del bufete y le diste la información”.

El fiscal vio cómo se ponía pálido y sudoroso el abogado Chávez.

“Le dijiste que le dejaba veinticinco millones de dólares y ella te prometió una buena remuneración... Además, sabemos que te entregó dinero en este tiempo, o sea, en los últimos seis meses después de la firma del testamento... Aquí están tus depósitos, que nada tienen que ver con lo que ganás en el bufete; aunque tu salario es generoso... Y vemos que la camioneta que tenés era de Yuli de Fiallos y que te la traspasó dos días después del entierro de don Guillermo... De modo, que sos cómplice del parricidio que cometió esta mujer”.

“Yo no sabía nada de lo que ella pretendía”.

“Eso no te libera de culpa”.

“Yo le di la información”.

“Ella quería matar al marido y heredar pronto”.

“No lo sé”.

“Ahora te vamos a enseñar algo que te va a gustar”.

El abogado tembló. El video apareció claro y preciso. Era Yuli pagando la entrada a un motel. Tal vez apretó con fuerza el botón para bajar la ventana del conductor y el interior quedó expuesto. El copiloto era el abogado Chávez.

“También te pagó con sexo” -le dijo el fiscal.

“No le digan nada de esto a mi esposa... Yo voy a colaborar con ustedes”.

Nota final

No podían acusar de nada a Yuli ni al abogado. Al menos, no podían probar cualquier acusación. Y tampoco decomisaron el dinero. Tres años después, los hijos de don Guillermo seguían esperando justicia. Un día, llegó a la DPI una pareja de ancianos, acompañados de un muchacho. Decían que su hija, Yuli Milán, vino a vacacionar a Roatán con su novio y que desapareció dos días después de haber llegado. El novio la buscó y, ya que habían discutido, creyó que lo había abandonado y regresó a Uruguay. Una empleada del hotel donde se hospedaban les dijo a los investigadores que, esa noche, ella salió a la playa y que se notaba furiosa.

“Vi que dos hombres la seguían, pero no sospeché nada. Cuando le llevé el coctel que me pidió, no estaba en la champa. Solo estaba su monedero, una cajetilla de cigarros, un cigarro encendido en la arena y un encendedor de oro... supongo... Y sus sandalias... eso fue lo que se llevó la Policía”.

Hasta hoy, nadie sabe nada de Yuli Milán, viuda de Fiallos. Los hijos de don Guillermo les dijeron a los oficiales de la Policía que “todo se lo habían dejado a Dios”.“¿Quién fue el arma asesina, General -le pregunté al secretario de seguridad-, Yuli o la bombita?”

“El dinero” -respondió el doctor Cherenfant-. Si es que hubo asesinato”.“¿Y se sabe algo de ella?” “La investigación sigue abierta” -dijo Sánchez.“¿Y los hijos?”“No sabemos... todavía”

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