El escritor de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” aún no descansa en paz.
A 40 años de su muerte, el cuerpo de Pablo Neruda, el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma, como lo calificó Gabriel García Márquez, fue sacado de su tumba para una exhumación que según algunos podría revelar si su muerte fue natural o provocada por un envenenamiento.
O quizá los esfuerzos y la perseverancia de Manuel Araya, el chofer y asistente del poeta laureado con el Nobel de Literatura, quien en los últimos 23 años ha venido hablando públicamente de la hipótesis del asesinato, no conduzcan a ningún lugar distinto a la duda. Sin embargo, las cartas ya están sobre la mesa.
Y es posible que, como sucedió con la autopsia del expresidente chileno Salvador Allende, nos encontremos frente a un dictamen que no todos los interesados y la sociedad compartirán.
“El error fue el 23 de septiembre cuando dejamos a Neruda solo”, dijo Araya a The Associated Press (AP). “Si no hubiera quedado solo, no lo hubieran matado”.
El autor de los universales sonetos recogidos en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” murió el 23 de septiembre de 1973, unas horas antes de partir al exilio en un avión enviado por el presidente mexicano Luis Echeverría y 12 días después del golpe de Estado liderado por el general Augusto Pinochet con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.
LAS DUDAS. Pero, ¿qué fue lo que realmente ocurrió aquel 23 de septiembre?
¿De qué murió el hombre a quien el crítico estadounidense Harold Bloom considera uno de los veintiséis autores centrales del canon de la literatura occidental de todos los tiempos? En una publicación del diario mexicano El Universal en su versión digital, Aída Figueroa, exsubsecretaria del Ministerio del Trabajo de Salvador Allende, esposa de Sergio Insunza, el último ministro de Justicia del gobierno de la Unidad Popular, ambos amigos de Neruda, habla sobre los últimos días del poeta.
“Desde que Pablo bajó del avión le dije a Sergio: ‘Pablo viene a morirse a Chile’”, narra Figueroa. Esta frase fue dicha el 21 de noviembre de 1972 en el momento en que Pablo Neruda volvía a Chile desde la embajada de París para realizarse una serie de chequeos médicos.
“Pablo se muere en poco tiempo, así que tenemos que organizarnos para ir a verlo”, le repitió Aída a su marido, recuerda hoy.
Esta aseveración de Aída es una de las muchas que giran en torno a la muerte del poeta y que se suma a la polémica que desencadenó su chofer en 2004 cuando aseguró que el poeta no murió de “cáncer prostático metastizado”, sino que, según él, fue envenenado por medio de una inyección mientras estuvo en la clínica Santa María entre el 19 y el 23 de septiembre de 1973.
Esta declaración de Araya dio origen a una investigación judicial en 2011 encabezada por el juez Mario Carroza, quien ordenó exhumar los restos del poeta, lo cual ocurrió el domingo anterior.
EL PRINCIPIO DEL FIN. El regreso de Neruda a Chile a fines de 1972, mientras aún era embajador, se debió en gran medida a sus problemas de salud. Pero estos habían comenzado tres años antes.
Aunque su esposa Matilde Urrutia lo negó.
En una entrevista a El Nacional, de Venezuela, el 23 de noviembre de 1973, afirmó que “mucho se ha especulado que Pablo se vino porque estaba enfermo. No es así. Estaba muy bien en ese momento”.
Su visita a Chile, que en principio se debió a un homenaje en el Estadio Nacional el 5 de diciembre de 1972 con motivo de su premio Nobel, le permitió al poeta darse cuenta de la álgida situación política por la que atravesaba el país. Muchas de estas impresiones están consignadas en cartas a Jorge Edwards, agregado cultural en París recogidas, en “Sombras sobre Isla Negra”.
Pero estar en su casa de Isla Negra, cerca del mar, según Aída Figueroa, le dio nuevos bríos a su vida. En carta fechada el 5 de febrero de 1973, presentó su renuncia como embajador y le planteó a Allende sus deseos de quedarse en Chile para dedicarse a la poesía y la lucha revolucionaria. Su rutina comenzaba a las 7:00 de la mañana, escuchando noticias y trabajando en su autobiografía y en otros libros, su meta era escribir seis antes de cumplir 70 años. También mantenía contacto con sus amigos, ya sea por teléfono o con visitas.
“Él empezó a sufrir mucho dolor, pero no quería doparse para no dejar de escribir. Quería producir todos los libros con ocasión de su cumpleaños 70. Trabajaba tenazmente”, recuerda Figueroa. “Me duele todo el cuerpo”, le dijo una vez.
Mientras, en el país, la agitación social era creciente, Neruda seguía ávidamente el acontecer nacional y decide grabar un discurso donde se opone férreamente a un conflicto interno, el cual es difundido el 28 de mayo de 1973.
“Neruda tenía en su memoria la guerra civil española, algo que vivió y sufrió desde joven y vio cómo muchos de sus amigos poetas murieron”, cuenta el español Mario Amorós. Y agrega que el 11 de septiembre, a las 7:00 de la mañana, José Miguel Varas llama a Neruda para informarle las últimas novedades del país. Varas recuerda la conversación en el libro “Tal vez nunca”, citado por Amorós. “Le dije que la Armada había iniciado un golpe militar en Valparaíso. Era lo que se sabía hasta ese momento. La situación se ve grave -continué-, muy grave. Es difícil que pueda ir hoy a Isla Negra con Fernando (Alegría). Mejor dicho, no es posible. Tal vez más tarde. Pablo Neruda fue más concluyente y profético: ‘Tal vez nunca’”.
Luego de eso, el poeta escuchó en la radio el último discurso de Allende y supo del bombardeo a La Moneda. Matilde contó en una entrevista un año después cómo fueron esas horas.
“Pablo reaccionó de una forma que no hubiera soñado jamás. Él era un hombre recio, muy fuerte, pero esto lo aplastó completamente. Por vez primera no quiso almorzar y no había nada que lo pudiera distraer de oír noticias”, cuenta.
Su salud empeoró cuando supo, en la tarde, que Allende había muerto. “Esa noticia lo aniquiló”, recordaría tiempo después Matilde Urrutia. Según consta en “Sombras sobre Isla Negra”, el doctor Vargas Zalazar llamó ese día y le dijo a Matilde que sería prudente que lo trasladaran a Santiago. Pero había toque de queda y era imposible viajar.
El 14 de septiembre Manuel Araya irrumpe en la casa gritando: “¡Es un allanamiento!”, un contingente de militares se apostó en las afueras de Isla Negra con órdenes de inspeccionar la casa y sus alrededores. Neruda estaba en cama, mantuvo la calma y le dijo al oficial a cargo: “Cumplan ustedes con su deber, la señora los acompañará”. Y luego se dirige al oficial al mando y le dice: “Busque, nomás, capitán. Aquí hay una sola cosa peligrosa para ustedes”. “¿Qué cosa?”, le preguntó. “¡La poesía!”.
El 19 de septiembre es trasladado a la clínica Santa María y ahí el presidente de México, Luis Echeverría, le ofrece exilio en su país y pone un avión a su disposición.
La idea inicial era viajar el 23, pero Neruda dice que sería mejor el 24.
Pero ese día no llegó. A las 10:00 de la noche del 23, Pablo Neruda falleció. El acta de defunción emitida por el doctor Vargas Salazar indicó que su deceso se debió a un cáncer de próstata.
Aída Figueroa se enteró de la noticia el lunes 24. “Encontré a Pablo muerto, en una camilla en un pasillo al lado de la capilla. Con Matilde y Laura ayudamos a ponerlo en el cajón que estaba en el suelo”.
Aída dice que abrazó a Matilde y a Laura, y no olvida lo que la mujer del vate le dijo: “Estuve hablando con él todo el tiempo y no te puedes imaginar las cosas más lindas y maravillosas que me dijo”. “Estaba muy preocupado por lo que estaba pasando con todos su amigos. Se veía desconsolado”.