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Grandes Crímenes: El ángel perdido

Dicen que la cárcel es un infierno donde los demonios son de carne y hueso
02.01.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Denuncia. A las oficinas de la Policía de Investigación llegó una mujer joven, no muy alta, delgada y de piel tostada por el sol. Estaba desesperada y en sus ojos hinchados y enrojecidos se notaba que había llorado mucho. También estaba ronca por tanto gritar.

“Vengo a denunciar que mi hijo se desapareció de la casa” -le dijo al agente que la atendió.

“¿Cuántos años tiene su hijo, señora?” -le preguntó el agente.

“Tres años, señor”.

“¿Cuándo fue la última vez que lo vio?”

“Hoy en la mañana, antes de irme para mi trabajo”.

“¿A qué hora de la mañana?”

“Yo me levanto a las cuatro para estar en el mercado a las cinco; siempre dejo a mi hijo dormido. Esa fue la última vez que lo vi”.

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“¿Quién cuida a su hijo, señora?”

“Mi suegra, mis cuñadas…”

“¿Este señor es su esposo?”

“Sí; es mi compañero”.

“¿A qué se dedica usted, señor?”

“Soy guardia de seguridad, señor. Estoy asignado a una farmacia”.

“¿Cuándo vio a su hijo por última vez, señor?”

La mujer intervino, luego de limpiarse la nariz con un pañuelo húmedo.

“¡No, señor! Tano no es el papá de mi hijo. Yo me acompañé con él hasta hace unos dos años, pero ya tenía a mi niño”.

“Ah, bien”.

El agente miró a Tano y este le sostuvo la mirada.

“Él lo ha criado como si fuera su papá” -dijo la mujer.

“¿Y viven en la casa de la mamá del señor?”

“Sí -respondió Tano-, allí tenemos un cuarto… Mi mamá nos dio un terrenito para que hiciera mi cuarto, como ya me hice de mujer. No lo hemos terminado y hasta ahorita le estamos poniendo el piso y estamos haciendo la pila, pero con el tiempo…”

El hombre calló, a pesar de que el agente lo escuchaba con atención.

“Bien -dijo-, vamos a enviar a un equipo para que investigue qué fue lo que pasó con su niño. Ya camina, ¿verdad?”

“Sí”.

“¿Pudo haber salido de la casa?”

Nadie dijo nada.

Dos horas después, dos agentes se hicieron cargo de la investigación.

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CASA

Es una casa vieja que se levanta en medio de árboles antiguos a la orilla de un terreno de unas dos manzanas y que fue hacienda en otro tiempo. Aunque está cerca de la calle, los árboles la esconden, dándole un aspecto señorial.

Lo primero que vieron los detectives fue la entrada. Hay unos quince metros desde la calle al corredor y para subir a este hay tres gradas de piedra tallada. El portón que da a la calle es ancho y permanece cerrado. Atrás de la casa está el terreno baldío, aunque hay una porqueriza, un gallinero y un cobertizo que fue bodega en otro tiempo.

“Es una casa grande” -dijo uno de los detectives.

“Me la dejó mi difunto marido -respondió la dueña, una señora de unos sesenta y cinco años, de pelo gris y baja estatura que acompañaba a los policías en su búsqueda por el extenso solar-. Y yo voy a repartirles en vida a mis hijos”.

“¿Buscaron al niño en todo este lugar?” -le preguntó un agente, cambiando de tema.

“Sí, ya lo buscamos, pero nada”.

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“¿Tienen pozo?”

“Hubo un pozo en otros años, pero está sellado, o sea, que se secó y mi marido lo llenó de tierra, pero de eso hace veinte años; estaban chiquitos mis hijos”.

“¿Tienen letrina?”

“Teníamos, señor, pero también la selló mi esposo cuando nos pusieron las aguas negras… De eso hace ya unos diez o doce años”.

“¿Hay en el terreno un lugar donde el niño pudiera haber caído?”

“Como ve, señor, el terreno es plano, y no hay ni hoyos ni nada…”

“Entonces fue que el niño salió por el portón…”

“Eso no lo sé; nadie lo sabe”.

“¿A qué hora vio al niño por última vez?”

“Anoche, señor… Fui a dejarle unas tortillas con quesillo a mi nuera… Eran como las siete de la noche, porque empezaba el noticiero de la televisión”.

“Señora -le dijo el detective a cargo de la investigación-, si el niño, de apenas tres años, no salió por su propio pie de su casa, o sea, del cuarto donde vive, entonces fue que alguien lo sacó; pero como usted dice que cuando vino a traerlo para llevárselo a su casa, donde lo cuidaba, el niño ya no estaba en la cuna, entonces es que alguien lo sacó…”

“Yo no sé, señor”.

“Dígame algo… El niño no era su nieto, ¿verdad?”

“No, señor; no era mi nieto… Era de otro hombre…”

“¿Y usted lo quería como si fuera su propio nieto?”

“Uno no debe mentir, señor, porque las mentiras tienen patas cortas y la verdad siempre las alcanza… No es que yo lo viera como mi nieto, pero era una criatura, y las criaturas son angelitos de Dios… Y Yesenia me pagaba para que se lo cuidara; una cosa poca, pero ella sabía que cuidar a un niño es trabajoso…”.

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“Me parece bien que usted cobrara un sueldo por cuidar a un niño que no era nada suyo…”

“Sí, señor; no era nada mío, pero eso no significa que uno no llegue a querer a las criaturas… Quiere uno hasta a los perros, a las gallinas”.

El detective empezó a caminar de nuevo.

“Sí, estoy de acuerdo con usted -le dijo a la señora-, pero el niño no era su nieto”.

“No -dijo ella-, no era mi nieto”.

“¿Cuántos nietos tiene?”

“Pues mire, señor, ya mis hijas me llenaron la casa de cipotes…”

“Y a ellos los quiere mucho”.

“¡Claro! Como son sangre de mi sangre”.

“Y el niño de Yesenia no era sangre de su sangre”.

“Pues no… Ya estaba parida cuando mi hijo se metió con ella…”

“Y usted no estaba de acuerdo con su hijo”.

“Mire, papa, yo creo que un hombre debe estrenar a su mujer, a la mujer que va a vivir con él el resto de su vida… Eso de hacerse de mujeres paridas como que es un problema…”

“¿Por qué un problema?”

“Yo soy madre, señor, pero soy mujer… Y la mujer que ya viene con carga es una mujer resabida…”

“Ah, ya. ¿Pero usted le quería el niño a su nuera?”

“Pues, quererlo, quererlo, como quiero a mis nietos de sangre, pues no mucho, pero como le dije, era una criatura, un angelito de Dios…”

“Era un angelito de Dios” -dijo el detective.

La mujer lo miró.

“Sí, señor”.

“¿Cree usted, señora, que el verdadero papá vino y se lo llevó?”

“Pues eso es imposible, señor, porque se supone que el papá ya está muerto, y nosotros nunca le conocimos familia a Yesenia, ni de ella ni de la familia del papá del niño”.



ÉL

Tano estaba sentado en un balde blanco que los albañiles usaban para acarrear mezcla para la construcción. Fumaba un cigarro tras otro. Cuando uno de los detectives se acercó a él, contó ocho colillas a sus pies, seis de ellas a medio fumar.

“¿A qué hora vino usted de trabajar?” -le preguntó el policía.

“A las diez salgo del turno -respondió-, pero llego a eso de las once… Tengo mi bicicleta y me muevo en ella…”

“¿A qué hora viniste a tu casa? -lo interrumpió el detective- No te estoy pidiendo explicaciones, solo que me digás a qué hora viniste a tu casa. Eso es todo. ¿O es que no entendés lo que te digo?”

Tano dejó caer el cigarro que acababa de encender, miró al policía por un momento y este lo fulminó con la mirada.

“Mirá -le dijo el policía, antes de que él pudiera decir algo-, yo creo que aquí nos están viendo la cara de majes; a mí me parece que todos saben qué es lo que pasó con el niño y se están haciendo los pendejos y eso es jugar con fuego… ¿Me entendés bien?”

Tano abrió la boca para decir algo, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.

“Decís que regresaste a tu casa a las siete…”

“Así es, señor”.

“Saliste de la farmacia a las once”.

“Sí… y me fui para el mayoreo del estadio, porque allí le ayudo a una hermana que viene de Lepaterique a vender verduras…”

“¿No trabajás hoy?”

“No; los sábados tengo libre”.

“Excelente… ¿Podés enseñarme tu teléfono celular?”

“¿Para qué?”

“Pues para ver algo… ¿Podés o no podés?”

Tano sacó su teléfono de un bolsillo del pantalón y se lo entregó al policía.

“Lo voy a revisar con tu permiso. ¿Está bien?”

“Está bien”.

El policía dejó que pasaran varios minutos.

“Bueno, bueno -dijo al final-, aquí parece que me estás mintiendo… Según me dijiste hace un momento, tu mamá te llamó para decirte que el niño había desaparecido, ¿verdad?”

“Sí, así fue”.

“Me dijiste esto: mi mamá me llamó y me dijo que Yesenia se había llevado al niño”.

“Sí”.

“Vos me dijiste que llamaste a Yesenia y que ella te dijo que no se había llevado el niño. Pero ya el niño no estaba en la casa…”

“Así es”.

“Vos me dijiste que tu mamá te llamó a las siete, o casi a las siete…”

“Bueno, no sé…”

“Tu mamá te llamó la primera vez a las cuatro y veinte de la mañana… y te dio una mala noticia… ¿No es así?”

Tano no dijo nada.

“Te dijo que algo malo pasaba con el niño, con el hijo de Yesenia. Yesenia ya no estaba en la casa, y yo veo aquí una llamada de tu mujer en la madrugada, a las cuatro y un minuto, que fue la llamada que te hizo para decirte que ya se había levantado y que se iba a alistar para irse al trabajo, ¿no es cierto? Y, ya que un niño de tres años no puede quedar solo en un cuarto en el que se está construyendo todavía, lo lógico es que todas las mañanas Yesenia lo llevara a la casa y se lo entregara a tu mamá, o a una de tus hermanas, para que lo cuidaran… Entonces algo malo pasó con el niño en la casa y te llamaron a las cuatro y veinte para decírtelo, y vos regresaste rápido a tu casa. Y te voy a decir algo más, te viniste en taxi, y llamaste a tu mujer hasta las seis y cuarenta y tres minutos para decirle que el niño no estaba en la casa. Tenemos el registro de esa llamada en el teléfono de tu mujer. Así que, amiguito, o nos decís la verdad o te detenemos por la muerte de tu hijastro…”

“¡Yo no lo maté!”

“Sí, ya sabemos que vos no lo mataste… Fue tu mamá…”

“¡No, ella tampoco!”.

El detective miró a Tano con ojos fríos y le dijo:

“Fue un accidente… El niño lloraba demasiado cuando veía que su mamá se iba, y lloraba porque no le gustaba quedarse con tu mamá y con tus hermanas porque, siendo hijo de otro, y siendo de otra sangre, nadie lo quería, y solo lo soportaban por vos… Así que esa madrugada el niño lloraba y alguien, tal vez tu mamá, le dio un golpe, y de ese golpe el niño murió… ¿No es así?”

Tano bajó la cabeza.

“Ahora me vas a decir dónde lo enterraste… ¿Fue cerca de la pila? ¿Allí, donde hay cemento fresco?”

Tano se puso de pie, caminó hacia la pila que se estaba construyendo y señaló un lugar.

“¿Qué estás haciendo, hijo? -le gritó su madre- Vas a hundir a tu hermana”.



NOTA FINAL

Dina, la hermana menor de Tano, le ayudaba a su madre a cuidar al niño. Esa mañana le dio un golpe en el rostro para que dejara de llorar, pero el golpe impulsó al niño hacia atrás y se golpeó la cabeza en el piso. El niño murió en el acto. Tano ayudó a enterrarlo. Hoy guarda prisión en la Penitenciaría de Varones de Támara, y su hermana sigue prófuga. A la Policía le dijeron que se había ido mojada para Estados Unidos. Han pasado los años y no se sabe nada de ella todavía.

“Pero va a caer -dice el agente que llevó el caso-; siempre caen”.