Honduras

El martirio de María Josefa, la compañera abnegada de Francisco Morazán

La dama abandonó sus bienes para estar con su esposo en la lucha liberadora

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17.09.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Mientras Morazán lidiaba con sus enemigos en los campos de batalla, su esposa María Josefa estaba en un sitio aislado cuidando y alimentando a sus hijos que nunca fueron abandonados.

Eran los tiempos en que la comunicación era posible solo a través de correos personales confiables que llevaban y traían cartas o mensajes directos.

Muy poco se habla de esta abnegada esposa que nunca dejó solo a su marido, que lo acompañó en las buenas y en las malas en la ruta liberadora que inició en La Trinidad y Comayagua en 1827 y culminó en Costa Rica quince años después donde fue fusilado.

Primera dama

María Josefa Francisca Úrsula de la Santísima Trinidad Lastiri pasó a la historia por haber sido la primera dama de Centroamérica y primera dama de El Salvador, Honduras y Costa Rica. Pese haber sido una mujer de abundantes recursos murió en la pobreza en El Salvador hasta donde huyó con sus hijos luego del asesinato sin previo juicio de su esposo.

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Una carta dirigida al gobierno de Costa Rica donde pide se le pague el sueldo no devengado por su esposo para ayudarse económicamente no fue considerada. Su hacienda heredada por su primer esposo en Honduras había sido abandonada para acompañar a su marido.

En El Salvador María Josefa vivió el resto de sus años en la ciudad de Santa Tecla hasta donde llegó EL HERALDO hace dos años para apreciar la casa donde pernoctó esta dama capitalina.

El pañuelo

Minutos antes de morir, mientras camina al patíbulo, Morazán llamó a su amigo Mariano Montealegre a quien le regaló la cigarrera para que la guardara en su memoria y un pañuelo blanco para que se lo entregara a su esposa María Josefa. Hasta ese momento ella no sabía que lo habían capturado.

El valiente caudillo se acordó de ella, no solo en el momento en que iba a ofrendar su vida por una patria grande, sino en el instante en que redactaba su testamento.

En este documento histórico, propio de ser estudiado en las escuelas y colegios, el fundador de la patria afirma que espera obtener 18 mil pesos “de resultas del corte de maderas en la Costa del Norte”, recursos que “pertenecen a mi mujer en retribución de las pérdidas que ha tenido en sus bienes pertenecientes a la hacienda de Jupuara”.

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Esta hacienda está ubicada en el valle de Comayagua. EL HERALDO constató el año pasado que aún existe y es administrada por un tataranieto del prócer en la sexta generación llamado Ricardo Ulloa, de la línea de Adela, la hija legítima.

Esta niña huyó con su madre hacia El Salvador donde recibieron la protección de los amigos leales al mártir de la unión. No vino a Honduras porque este país era gobernado por Francisco Ferrera, su enemigo, y quien lejos de lamentar la muerte de un hijo hondureño, instó a los alcaldes para que emitieran pronunciamientos celebrando aquel asesinato.

El matrimonio

Morazán, que tenía 33 años, se casó con María Josefa en Comayagua el 30 de diciembre de 1825. Ella tenía la misma edad, pero era viuda desde hacía cinco años al fallecer en un accidente su esposo Esteban Travieso, quien le dejó cuatro pequeños hijos: Ramona, Tomasa, Paulina y Esteban, que fueron aceptados por Morazán para terminar de criarlos y educarlos.

Travieso era el dueño de la hacienda Jupuara, la cual heredó su esposa.

Morazán había crecido con María Josefa en el mismo barrio El Centro de la capital. Se conocían muy bien, pero ella se casó a temprana edad, al comenzar su adolescencia.

“En aquellos tiempos los matrimonios los decidían los padres. Morazán estaba enamorado de María Josefa porque ella vivía a una cuadra de su casa, pero ya estaba dada en matrimonio al más rico de Tegucigalpa, Esteban Travieso”, destaca Carlos Turcios, historiador y director de la Casa Morazán.

Un camino tortuoso

María Josefa y sus hijos sufrieron mucho en su ruta de solidaridad con el hijo preclaro de Centroamérica. En San Salvador estuvieron a punto de morir a manos de los enemigos.

“Recordamos aquel doloroso momento del 16 de septiembre de 1839 cuando doña María Josefa y los miembros de su familia fueron reducidos a prisión en El Salvador, donde fueron amenazados a muerte por un grupo de conspiradores que trataban de derrocar a su esposo de la Jefatura de Estado”, recuerda la escritora María Trinidad del Cid en su artículo “Mujeres de América”.

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Morazán, al enterarse de la situación que pasaba su familia, reaccionó de manera enérgica y amenazante: “Los rehenes que mis enemigos tienen en su poder son para mí sagrados y hablan vehemente a mi corazón. Soy el jefe de Estado y mi deber es atacar; pasaré sobre los cadáveres de mi familia, haré escarmentar a mis enemigos y no sobreviviré un solo instante más a tan escandaloso atentado”.

Los familiares fueron rescatados y María Josefa también se ganó un lugar en la historia.

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