Que la prosperidad no nos plante otra vez

La nueva revolución industrial, comercial, tecnológica y social está pasando ante nuestros ojos, y por unos cuantos políticos casposos podríamos perderla nuevamente

  • Actualizado: 04 de julio de 2025 a las 00:00

Hacia 1840, el Reino Unido abrumaba con nuevo ruido y humo. La Revolución Industrial en su cénit: la explotación del carbón y el hierro mecanizaba la fábrica textil, Watt inventaba la máquina de vapor y más raíles de tren se instalaban presurosos para mover personas y mercancías. Aquí, en nuestras tierras, no se enteraban; criollos y mestizos se mataban por el poder aldeano después de una inesperada Independencia.

Sólo Bélgica aprovechó su cercanía con el Reino Unido y se enriqueció tanto que aún tiene. Tuvieron que esperar unos años más, pero con éxito, Francia, la antigua Prusia -que sería Alemania-, luego Japón, Italia, Países Bajos y Rusia. Mientras tanto, aquí se desangraban en repúblicas oligárquicas controladas por caudillos, élites locales y la Iglesia. Lo cotidiano: guerras civiles y golpes de Estado. La producción se basaba en haciendas y en el trabajo servil. La mísera exportación, agrícola y minera. Pobres.

Esa sociedad caótica, de lucha entre terratenientes, comerciantes, militares, conservadores y liberales -unos corruptos y otros ignorantes-, facilitó que empresas europeas y estadounidenses se instalaran casi gratis para producirles sus bananos, café, azúcar, naranjas, hierro, oro y plata. Esas naciones bloquearon nuestra industrialización para mantener el mercado y la dependencia. Nos dejaron atrapados como proveedores y condenados a una inextinguible desventaja económica.

Algo parecido ocurre hoy. El mundo acelera vertiginoso y los políticos, con su entorno tóxico, peleando sus vicios y ambiciones. Casi nadie habla de desarrollo. Liberales, nacionalistas y organizaciones políticas como el CNA y la ASJ siguen en obstinada y destructiva guerra de oposición. La presidenta Xiomara Castro dio un paso sustancial al abrir relaciones diplomáticas con China y, por extensión, con los países BRICS, con los que todo el planeta quiere vincularse, y aquí, como si nada.

Aunque algunas cabezas duras no lo ven, China hizo en décadas lo que a otras naciones les costó siglos; multiplica por mil lo logrado por el Reino Unido. India crece sin parar, aun bajo sus condiciones sociales. Brasil se agiganta en industria y servicios. Rusia, sancionada por Occidente, no ha parado de crecer. Los BRICS Plus suman a Emiratos Árabes Unidos,
Egipto, Arabia Saudita, por ejemplo. La nueva revolución industrial, comercial, tecnológica y social está pasando ante nuestros ojos, y por unos cuantos políticos casposos podríamos perderla nuevamente.

Con China y los BRICS Plus, Honduras puede lograr financiación sin la asfixia del FMI o el Banco Mundial. Inversiones en infraestructura con soberanía en los proyectos: puertos, aeropuertos, carreteras, electricidad. Tecnología en telecomunicaciones y medicina. Cooperación científica y educativa. Pero con estos politicastros hondureños sólo viéndose el ombligo, estamos hechos. La prosperidad podría dejarnos plantados otra vez, dos siglos después de la Revolución Industrial.

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