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Un museo polaco, vínculo estrecho con pasado judío

El espacio que encierra la historia de terror del gueto de Varsovia, plasmada en un ladrillo rojo, es un paso importante para que la ciudad reconozca su pasado y comience a sanarse de sus traumas del siglo XX.

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05.05.2013

Hace poco, en la entrada al nuevo museo judío en la capital de Polonia, el principal rabino de la ciudad desveló una escultura insólita: un viejo ladrillo, hueco por dentro, grabado con una sola letra en hebreo.

El ladrillo, una imaginativa adaptación de la mezuzá tradicional que los judíos colocan en las puertas como un signo de su fe, provenía de la demolición de una vecindad en la calle Nalewki, otrora una parte vital de la Varsovia judía, y sirve como un símbolo apropiado de la relación entre judíos y polacos: aquejada de problemas, sepultada y apenas desenterrada hace poco.

Cuando dignatarios de todo el mundo se reunieron en esta ciudad en abril para el 70 aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, encontraron que al imponente monumento a los héroes del gueto lo eclipsaba el grandioso museo, un símbolo reluciente de la transformación de Varsovia de una ciudad poscomunista oscura y sombría, en una capital próspera del centro de Europa.

REALIDADES DISTINTAS. En la vecina Alemania, la relación con los judíos puede ser problemática, pero es mucho más sencilla. La sociedad alemana aceptó la culpa colectiva como la perpetradora del genocidio nazi y reconoce a los judíos como sus víctimas. Sin embargo, la identidad polaca también está atada al estatus de víctima de la nación por una historia de siglos de conquistas, divisiones y ocupación.

Los dirigentes cívicos en esta ciudad tienen un fuerte sentido de que Polonia nunca se recuperará totalmente de sus traumas del siglo XX mientras no reconozca su pasado judío, y se ve al museo como un paso importante.

“La memoria judía se está volviendo parte de la memoria polaca”, dijo el rabino principal Michael Schudrich en una entrevista en el nuevo Museo de la Historia de los Judíos Polacos, “y el edificio en el que estamos es el mejor ejemplo de eso”.

Unos 3.3 millones de judíos vivían en Polonia cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El censo más reciente mostró apenas 7,508 personas que se identificaron como judías en 2011, y fue un salto respecto de las 1,133 que dijeron ser judías en 2002.

Revestido con paneles de vidrio por fuera, el museo tiene por dentro un corredor curvo que va del frente hacia atrás, casi como un cañón natural, que el arquitecto comparó con la división del mar Rojo. Se completó una meticulosa recreación del techo pintado de colores vivos de una sinagoga de madera, pero cables enredados se alzan desde el desnudo piso de concreto a la espera de que los conecten a las exhibiciones multimediáticas que todavía no se instalan.

Aunque se hace la crónica de siglos de historia judía en Polonia, el museo no fue una empresa exclusivamente judía. El gobierno polaco, organismos judíos y donantes privados trabajaron juntos para recaudar aproximadamente 100 millones de dólares. El ayuntamiento proporcionó el terreno en forma gratuita y, junto con el gobierno federal, cubrió los costos de construcción. La Asociación del Instituto Histórico Judío de Polonia consiguió dinero para la exhibición permanente, la cual no quedó lista para la sencilla inauguración reciente, pero lo estará el año entrante.

“Económicamente, ya no somos un país pobre”, señaló Valdemar Dabrowski, el enlace con el museo por parte del ministro de cultura. “Como sociedad, es saludable ser moralmente capaces de hacer semejante cosa”.

Aunque muchas donaciones cuantiosas provinieron de organizaciones y particulares estadounidenses, el hombre más rico de Polonia, Jan Kulczyk, quien no es judío, aportó 6.4 millones de dólares en verano.

“Cuando la nación judía y la nación polaca, cuando estamos juntas, cuando vemos en la misma dirección, es grandioso para nosotros, es grandioso para Polonia y es grandioso para el mundo”, expresó Kulczyk, cuyos corporativos en todo el mundo incluyen petróleo, bienes raíces y cerveza.

Hubo algunos problemas en el camino. Una propuesta para construir un monumento a los polacos que arriesgaron la vida para salvar judíos durante el Holocausto en la misma plaza provocó una apasionada oposición.

Al escribir en el principal periódico, Gazeta Wyborcza, la especialista en el Holocausto, Bárbara Engelking dijo: “Este es un fragmento reducido de la Varsovia que pertenece a los judíos, mismo que no se debería incautar”.

Cuando hace poco se les preguntó a 1,250 alumnos varsovianos de educación media qué grupo sufrió más en la guerra, los polacos o los judíos, casi la mitad, 44 por ciento, respondió que ambos padecieron a partes iguales; 28 por ciento, que los judíos, y 25 por ciento, los polacos.

Maciej Bulanda, de 23 años, quien, junto con su padre, diseñó la mezuzá de ladrillo, se interesó en su bisabuela judía cuando era adolescente, y se enteró de que tres hermanos y ella perecieron en el Holocausto e, incluso, encontró dos de las tumbas en Lodz.

“La generación de nuestros padres no tuvo la valentía ni la inclinación ni el interés de averiguar sobre eso”, dijo Bulanda sobre el creciente interés entre los jóvenes polacos por explorar su pasado judío. “Nos educaron en un mundo totalmente diferente”.


PRIMEROS PASOS, UN AVANCE. Eso no significa que siempre sea fácil. La misma encuesta de opinión en la que se examinó la cuestión del sufrimiento de judíos versus polacos, encontró que 61 por ciento de los alumnos dijo que “se sentiría triste” si se enterara que el novio o la novia es judía; en tanto que, 45 por ciento preferiría no tener un judío en la familia.

“Cuando tienes siete años y juegas futbol en el patio, en una pelea oyes que la gente dice gitano o judío como insultos”, expresó Bulanda. Después de que el museo anunció la competencia sobre la mezuzá, Bulanda planteó la posibilidad de participar durante la cena con la familia. A su padre Andrzej, un arquitecto, se le ocurrió la idea de usar un ladrillo.

Utilizaron mapas antiguos de la ciudad para localizar por dónde había estado la calle Nalewki y excavaron en un lugar donde hoy hay un parque público y fueron alguna vez los cimientos de las casas números 10 y 12 o el muro de contención entre ambas.

Piotr Wislicki, el presidente de la Asociación del Instituto Histórico Judío, al hablar ante un público en el auditorio del museo después de que se desvelara la mezuzá, recordó: “Cuando era un niñito, tenía miedo de ver hacia arriba cuando alguien decía la palabra judío. Tenía el impulso de voltear. Cuando joven, solo les decía a mis amigos cercanos y los hacía jurar confidencialidad”.

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