Tic Tac

José Daniel Martínez Rodas, un sacerdote que lleva el deporte en el alma

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01.09.2017

Tegucigalpa, Honduras
Un sonoro y pausado “ja, ja, ja, ja, ja” es su mejor carta de presentación.

De cuerpo atlético, con una estatura de 1.74 centímetros, trigueño claro, cabello cano y ojos café oscuro, así es el hijo de Lepaterique que a temprana edad descubrió su vocación por el sacerdocio.

Fue el 26 de agosto de 1964, en el montañoso municipio localizado a 39 kilómetros de la capital, donde nació el presbítero José Daniel Martínez Rodas, en una familia de nueve hijos.

Su inquebrantable fe le llevó hace 26 años a firmar un pacto de amor y entrega con Dios, pero su servicio pastoral no le ha impedido desarrollar su pasión por cuatro disciplinas deportivas.

Atletismo, voleibol, basquetbol y tenis de mesa son su delirio en su tiempo libre, que es poco por su misión religiosa al dirigir la parroquia Nuestra Señora de Fátima, de la residencial Centroamérica.

En medio de sus múltiples ocupaciones, el sacerdote apartó un espacio de su tiempo para hablarnos de su vida personal, eclesial y su pasión deportiva, la que a continuación compartimos.

Háblenos de su niñez, ¿qué es lo que más recuerda de esta etapa de su vida?

Nací en una zona muy rica, muy fresca, montañosa, en el seno de una familia muy unida, con mis padres y nueve hermanos, de los cuales yo era el menor, entonces todos me andaban en la palma de la mano, así que viví una niñez muy bonita, entre juegos y las actividades de la escuela. Fue muy bonita mi niñez.

¿A qué edad viene a descubrir su vocación sacerdotal?

Debo reconocer que fui un niño bien inquieto, muy tremendo, en algunos momentos rebelde. A los 9 años yo decía que quería ser sacerdote, pero a los 14 años vine a descubrir mi verdadera vocación.

La unidad familiar en la que crecí me ayudó y en 1978 entré al Seminario Menor San José, luego pasé al Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa. Aquí estamos pastoreando el rebaño de Dios.

¿Una anécdota vivida en su tiempo de estudios en el seminario?

Una vez en el seminario teníamos un dormitorio común y estábamos haciendo relajo como a las 10:00 de la noche, estábamos a oscuras y llegó el padre Ernesto Hernández (QEPD) y prendió la luz. Yo me levanté entonces y pregunté “¿Quién fue el pend.... que prendió la luz?”, y responde el padre con su voz de santo: “Yo fui el pend... que prendió la luz”. En ese momento deseaba que la tierra me tragara.

¿En qué año se ordenó como sacerdote y qué comunidades ha servido en este ministerio?

Me ordené como diácono en 1989 y viajé a Danlí para hacer un año de pastoral. En 1991 me ordené sacerdote, con otro compañero nos enviaron a la parroquia La Merced de Tegucigalpa. En 1993 me enviaron a formar otra parroquia a Guaimaca, donde estuve hasta 1999.

De 1999 hasta el 2016 me trasladaron a la parroquia San Diego de Talanga, ahí estuve 17 años. El 30 de abril se conformó la parroquia Nuestra Señora de Fátima, donde estoy desde hace seis meses y llevo tres como párroco.

¿Qué huella quiere dejar en su comunidad religiosa, qué les inculca a sus feligreses?

En primer lugar a que vivan los sacramentos. Todo culmina en la celebración de la Santa Eucaristía y para llegar ahí enfatizamos en la formación de las personas y en especial el fundamento bíblico, teológico, para la vivencia de los sacramentos, para que no solo sean ricos, sino que hay que cumplir con la vivencia misma de la espiritualidad.

¿Han habido momentos en los que ha querido dejar el sacerdocio?

Sí, se viven momentos de pruebas, de dificultades, que se enamora alguien o cosas por el estilo, como que se está en la incertidumbre de seguir o no seguir. Y es parte de la vivencia del sacerdote de encontrarse en esto, pero con la confianza puesta en Dios se logra la perseverancia en el ministerio.

¿Se siente realizado como sacerdote?

Sí, soy un sacerdote realizado, contento, feliz, que busco promocionar los valores en la vida humana y el servicio a los demás. Debo decir que el misterio de la Eucaristía transforma hasta los estados de ánimo para estar súper bien y esto nos trae felicidad en la vida humana y cristiana.

¿Considera que esa vivencia eucarística contribuye para que usted mantenga su carácter alegre?

Sí, claro, y yo disfruto. La Eucaristía, aparte de que es un regalo extraordinario, también es llenarnos de la gracia, de la energía de Dios, que nos hace enfrentar todos los retos de la vida.

Cuéntenos de esa pasión que a parte del sacerdocio también llena su vida: el deporte.

Puedo asegurar que desde mi adolescencia me ha gustado el basquetbol, también correr. Cuando estaba en el seminario iba a correr al Picacho, regresaba cansado pero contento, me gustaba el deporte.

¿Qué otras disciplinas practicaba en el seminario?

Estando en el Seminario Mayor me fui involucrando en otros deportes como el voleibol y el pimpón y, cuando podía y me quedaba tiempo, la natación.

¿Cómo aprendió usted estos deportes?

Pues de manera empírica, primero viendo, practicando. Luego informándome, porque el deporte es parte de una disciplina que tiene sus reglas tan ricas y tan precisas, uno va aprendiendo y perfeccionando.

¿Pero el básquetbol ha sido su delirio, su pasión?

¡Sí, claro! A este deporte le he dedicado más tiempo. Cuando yo estuve en la parroquia de Danlí iba a jugar, me encantaba. Cuando me fui a Guaimaca, igual iba a practicarlo. Al llegar a Talanga, la cancha quedaba en frente de la iglesia, ahí en el parque, entonces ¡era un pecado que no fuera a jugar basquetbol!

¿Qué es lo que más le gusta del basquetbol?

Que es un deporte rápido, donde hay que tener bastante habilidad y precisión y se comparte mucho por la gente, aunque hay ocasiones en que se dan roces, por las peleas del balón.

¿Conformó o fundó un equipo en Talanga?

Sí, una vez jugando basquetbol comenzamos a practicar voleibol, y organizamos el equipo. Hubo un momento en que nos contactamos para las ligas del Banco Central en Tegucigalpa y nos inscribimos sin entrenador, sin práctica, y ganamos el primer lugar, esa fue una gran satisfacción, el trofeo me lo confiaron a mí, que yo lo guardo con aprecio y cariño.

También organizamos el equipo Los Talangueños, de básquet, y hasta la vez, pese a mis canas, me invitan a jugar con ellos.

¿Aprovechó estas disciplinas deportivas como un medio para evangelizar a los jóvenes?

Sí. Siempre. A los jóvenes les hacía ver que en la sana diversión estaba Dios presente, en el compartir y en la convivencia.

¿Cómo hace para no abandonar sus deportes ?

Siempre que mis compromisos religiosos me lo permiten, yo practico deportes. Hay momentos en que voy a jugar al Seminario Mayor con los seminaristas y sacerdotes.

Con un grupo de amigos, mayores de 40 a 50, vamos los sábados por la tarde a jugar al polideportivo del Instituto San José del Carmen.

¿Considera que el deporte es vital para su vida, que no puede prescindir de él?

Sí, yo hago todo el espacio para hacer ejercicio y deporte, no tanto por una prescripción médica, para mí no practicarlo sería un pecado, porque es parte de mi vida, igual como lo es mi misión de predicar el evangelio.