Arroz con incertidumbre

El poeta hondureño Leonel Alvarado hace una reseña del libro “La poesía sirve para todo”, del poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez, una colección de “juicios y confesiones de poetas hispanos”

  • 25 de julio de 2024 a las 16:40
Arroz con incertidumbre
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AUCKLAND, NUEVA ZELANDA.- “La poesía sirve para todo”. Juicios y confesiones de poetas hispanos, de Víctor Rodríguez Núñez (Cisne Negro, 2024), es un arroz con incertidumbre, ese plato cubano en el que cabe lo que haya en la cocina; lo que no puede faltar, como en la soul food, es, eso, alma, un toque de pasión para que la comida no sólo sustente sino que también se disfrute.

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Es lo que ocurre en la lectura de estas conversaciones; uno devora y goza las sorpresas que va encontrando, las confesiones que los poetas nos comparten.

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En este libro hay perlas: la amistad de Claribel Alegría con Robert Graves, la presencia de José Emilio Pacheco en la conversación con Raúl Gómez Jattin, la timidez de Roberto Sosa, el consejo de José María Valverde a un joven poeta: “que pruebe a no escribir”, la serie infinita de tazas de café que José Agustín Goytisolo bebe pausadamente, la entrevista a Raúl Zurita, inédita durante más de treinta años, en “un hotel calamitoso” del barrio bogotano La Candelaria, y tantas otras.

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Víctor Rodríguez Núñez es un gran conversador y, por eso, sabe preguntar y escuchar. Que sea periodista le suma puntos y lo incorpora a esa gran tradición latinoamericana heredada de románticos y modernistas.

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Hay preguntas recurrentes: por qué la poesía, cómo fueron los inicios, cuáles han sido las influencias, etc. A pesar de que en las respuestas haya coincidencias, no faltan esas sorpresas que nos permiten acercarnos de una manera más personal, sin la interferencia del ego del preguntador, a los conversadores.

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El título del libro proviene de la conversación con José Coronel Urtecho, a quien le gustaban las confesiones lapidarias y provocadoras; cómo olvidar el primer verso de “Pequeña biografía de mi mujer”: Mi mujer era roja como una leona. Con la misma cara seria dice que la poesía sirve para todo, también que le interesan más los derechos del lector que los del autor, que todas las definiciones sobre la poesía son exactas e insuficientes. Qué más se puede esperar de un poeta de incansables ojos traviesos.

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Casi todas estas veinte entrevistas habían sido publicadas en el mítico El Caimán Barbudo, del que Rodríguez Núñez fue jefe de redacción en los años ochenta; otras aparecieron en El Espectador, de Bogotá, y en medios de otros países.

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Ocurrieron en festivales de poesía, en las casas de los poetas y, muchas, en cuartos de hotel. Y aquí otra perla: dice Rodríguez Núñez que asume la entrevista como género de ficción; al verla así, permite que los entrevistados entren en ese fascinante mundo de las mitologías literarias.

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Por eso, no es casual que a Roberto Fernández Retamar lo siga viendo “alto y azul, flaco y distraído, entre Quijote y Juan Ramón Jiménez”.

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Todas las entrevistas terminan con una Coda, en la que se señala cuándo fue publicada originalmente y, a veces y la que todavía duele, cuándo falleció el/la poeta. Digo que duele porque hemos sentido su cercanía en la conversación que acabamos de leer, mejor dicho, escuchar.

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Rodríguez Núñez se las ha ingeniado para que estemos allí, para que participemos, nos regocijemos y, repito, nos dolamos, aunque el dato ya no sea noticia. La muerte a veces ocurre al inicio de la entrevista y también tiene el efecto de la cercanía debido a la forma en que nos es participada.

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La primera edición de este libro apareció en 2008 en La Habana; aparece ahora en Honduras con más certezas e incertidumbres, como todo buen arroz, para alegría de quienes somos sus nuevos convidados.

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