TEGUCIGALPA, HONDURAS.-El lenguaje es el don sublime dado a la humanidad para socializar y establecer relaciones en el mundo que nos rodea, justamente el prólogo del Diccionario del Estudiante señala retóricamente que “si la palabra es la que nos hace humanos, el cultivo de la capacidad léxica se convierte en una empresa de la máxima trascendencia individual y social. En la medida en la que una persona enriquece su caudal de palabras, amplía su posibilidad de entender el mundo y de disfrutar de él, al tiempo que se ensancha y refuerza el dominio de su libertad.” (RAE, 2006).
Los diccionarios de lengua, ya sea en forma de libro o en soporte electrónico, recogen las palabras o expresiones de una lengua, según un orden determinado, acompañadas de su definición; equivalencia o explicación (DLE, 2019) Sin embargo, han surgido algunos mitos en torno a estas obras lexicográficas: “¿Por qué voy a comprarle un diccionario a mi hijo, si tengo uno buenísimo de mis tiempos de estudiante?”, “Compré una medicina, leí el prospecto y encontré una palabra que no entendía, la busqué en el diccionario y ¡no estaba!” ¿Para qué sirve un libro tan grueso si no contiene todas las palabras?
Maldonado, C. (2008).
En primer lugar, un diccionario no es “para toda la vida”. La lengua es un sistema vivo que nace, crece y también puede extinguirse. Nace con las palabras que conceptuemos, crece con las distintas denotaciones o connotaciones que le brindemos y mueren sencillamente cuando entran en desuso, cuando ya no forman parte de la lengua hablada, tanto así que lenguas extintas como el latín o griego clásico nos dan testimonio de que existe un panteón para las palabras o por lo menos, podrían considerarse como reliquias.
En segundo lugar, un diccionario “no sirve para todo”. El mundo de las palabras es tan amplio que cuando un diccionario recién se ha publicado, no tardará en desactualizarse. En ese sentido, los lexicógrafos han tenido a bien registrar el idioma en diccionarios con fines específicos y se han dado a la tarea de elaborar ejemplares especializados, de asignaturas o disciplinas científicas, fraseológicos, ideológicos, de uso, etc. A razón de lo anterior la RAE, por ejemplo, ofrece una gama de diccionarios para satisfacer las necesidades del mundo hispanohablante: el Diccionario de la Lengua Española, el Diccionario del Estudiante, el Diccionario Panhispánico de Dudas, el Diccionario de Americanismos, el Diccionario del Español Jurídico, entre otros. La mayoría de ellos pueden consultarse en www.rae.es.
En consecuencia, los hablantes deben tomar en cuenta que los diccionarios no son todos iguales. Hay criterios lexicográficos para cada uno, por lo tanto, el secreto para aprovecharlos está en conocer las explicaciones ofrecidas en los preliminares (La guía de uso del diccionario) que indicarán al lector el uso de los símbolos, abreviaturas y ortotipografía en general, sistema de remisiones, etc.
El diccionario de lengua no es solo un libro de consulta sobre las definiciones de las palabras, también ayuda a mejorar la ortografía y la pronunciación, porque no es lo mismo aprender que aprehender, tampoco es igual ser eficaz que ser eficiente y hay una gran diferencia entre carne y carné.
Concluimos con las gloriosas palabras de Gabriel García Márquez en su prólogo al Diccionario Clave cuando dijo: “[…] la noche en que conocí el diccionario se me despertó tal curiosidad por las palabras, que aprendí a leer más pronto de lo previsto. Así fue mi primer contacto con el que había de ser el libro fundamental en mi destino de escritor.” (Edit. SM, 2006)