“Cinco días”, por David Cristóbal Tom Calderón

David Cristóbal Tom Calderón es el autor del cuento ganador del Premio único en la categoría de adultos del XIV Concurso de Cuentos Cortos de EL HERALDO

  • 26 de abril de 2025 a las 00:00
“Cinco días”,  por David Cristóbal Tom Calderón

Tegucigalpa, Honduras.- Quinto día: Por la mañana fusilaron a Nicodemo Isla. Temprano lo llevaron a la plaza del pueblo. Y Juan Quiroga le leyó los cargos (todos inventados y ridículos, por si no lo mataban las balas, lo haría la cólera): Que por ser blasfemo. Que por ser comunista (de clóset). Que por ser zurdo (de clóset). Que por ser imbécil. Que por tener cara de caballo, etc., etc...

Y después, Juan Quiroga le preguntó: “¿Últimas palabras?”.

Nicodemo, sin pensarlo tanto, dijo: “Me cogí a tu madre cuando Eliseo andaba en la selva matando indios. Yo soy tu padre, Juan. Hoy vas a fusilar a tu padre”.

Juan puso cara de bobo. Y se oyeron voces en la plaza. Rumores de antaño.

Cuarto día: Cuando se acostó esa noche, con la certeza de la muerte atravesando su corazón como un alfiler, él vio a su difunta madre al otro lado de los barrotes.

“Mamá”, le dijo, “quiero meterme en tu barriga y volver a nacer”.

“Deja de decir bobadas”, respondió ella. “¿Por qué tardas tanto en venir?”.

“Pero, ¿dónde estás, mamá? ¿En el cielo o en el infierno?”.

“No tengo ni idea. Cuando llegué los cuervos me sacaron los ojos. Anda, date prisa”.

Nicodemo agachó la cabeza y dijo: “Ya voy, mamá. Ya voy”.

Tercer día: El pueblo despertó con un grito. Nicodemo intentó escapar en la madrugada, pero los perros y los rifles lo hallaron antes de que pudiera cruzar el río.

Por la tarde, su mujer le llevó un caldo de gallina escondido bajo el chal. “No hagas más tonterías”, le dijo. “Como lo del escape, y la marcha de esas mujerzuelas”.

“Esta es mi última tontería”, dijo él.

“Habla con el gobernador, pídele que me ayude”.

A lo que ella respondió: “¿Y qué crees que hice ayer?”.

“¿Y qué dijo?”.

.“Que no quiere pleitos con Juan”.

“Ese cobarde mantecoso, ¿y le lloraste?”.

“Todo un río”.

“¿Le rogaste?”.

“Hasta quedé ronca”.

“¿Y le ofreciste tus favores?” .

“Sí”, dijo ella agachando la cabeza.

“Pero me dijo que ya estoy muy vieja para ser una ramera. Que mejor me ponga a criar gallinas”.

Nicodemo comenzó a reír, pero no por lo que dijo su esposa, sino porque recordó el chiste del Rey de España y unas monjitas pícaras.

Segundo día: Desfilaban las preñadas por la plaza, mientras Nicodemo las observaba desde la pequeña ventana en su celda. Eran como quince.

Todas iban a parir en el verano. Todas estaban preñadas de Nicodemo. Y todas iban a exigir su liberación. Pero solo recibieron risas y comentarios obscenos de los militares.

Nicodemo las miró con aflicción y murmuró: “Pobres putas, nadie las toma en serio”.

Primer día: Diecisiete tiros le hicieron a la puerta de cedro rojo para que cediera. Pero fue en vano, pues la casa principal estaba vacía.

Nicodemo estaba en casa de la servidumbre violando a una de las criadas. Y cuando los soldados por fin lo encontraron, lo arrastraron por el patio, desnudo y borracho de lujuria.

Iba lanzando insultos y amenazas, hasta que Juan Quiroga con un culatazo en la nuca lo amansó.

La criada, casi muerta del miedo, al ver que se llevaban a Nicodemo sin pantalones, soltó una risa nerviosa que luego se volvió carcajada.

“¿Sabes por qué te van a fusilar?”, le preguntó Juan Quiroga.

“Tu padre murió antenoche”, dijo Nicodemo.

“Y ayer lo enterraron. Seguro que quieres hacer lo que él nunca hizo, por cobarde”.

“Mi madre...”, comenzó a decir Juan, pero el comentario se ahogó en su garganta.

Y recordó lo que su abuela le dijo a su madre para que dejase de llorar a cada rato: “Lo que te hizo ese animal es imperdonable. Lo sé. Pero alégrate porque tuviste un varón hermoso. Míralo. Eliseo jamás logró preñarte, sólo Dios sabe por qué; dicen que su primera mujer le mató el rabo con hierbas”.

Quinto día (continuación): Nicodemo continuó: “Después de que me mates, pregúntale. Ella te dirá si miento”.

“Ya lo sé”, dijo Juan Quiroga cuando le volvieron los colores al rostro.

“De hecho, señor, todos los que hoy aquí le apuntan con un rifle son también sus hijos”.

Nicodemo dijo: “¿Qué?”.

Y Juan apretó los puños. Se volvió hacia los soldados y gritó: “¡Fuego!”.

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Redacción web
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Staff de EL HERALDO, medio de comunicación hondureño fundado en 1979.

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