RESUMEN. Nidia desapareció a eso de las seis de la tarde, después de salir de su casa a comprar comida para la cena. Cuando tardó en volver, su esposo salió a buscarla. Solamente la vio una vecina que le dijo que se abrigara. Cuando la volvieron a ver estaba en un solar baldío, un potrero a la orilla de la carretera. Estaba muerta, tendida boca arriba, sobre la grama.
Vestía un pantalón corto, short de color blanco, tenis blancos y calcetas del mismo color; llevaba camiseta celeste. Tenía el vientre desnudo y una bolsa de color negro, de las que se usan para recoger basura, cubriéndola desde la cabeza hasta medio pecho, en el que le veía el brasier azul. La encontró un hombre que buscaba leña en el potrero. Su esposo la reconoció en la escena del crimen.
El forense no tardó en darse cuenta de la causa de muerte.
“Asfixia por estrangulamiento” -dijo.
¿Qué había pasado con Nidia? ¿Por qué la habían matado? ¿Quién o quiénes eran los asesinos? Era algo que la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) tenía que averiguar.
CASO
El esposo dijo que salió a buscarla, que la llamó muchas veces y su teléfono estaba apagado.
Cuando los policías hicieron el vaciado de los celulares, confirmaron lo dicho por el esposo. Pero en el teléfono de Nidia había una llamada a las seis y un minuto de la tarde del día que desapareció.
“Sí -dijo Luis, el dueño de la caseta de comida mexicana-, siempre me llamaba antes de venir por los tacos para que estuvieran listos. Era una buena clienta”.
“Qué bien -le dijo el agente a cargo del caso-, ¿podría decirme algo sobre las otras llamadas? Tenemos diecisiete llamadas que ella le hizo en esta semana; desde el lunes a las nueve de la mañana, con la última el viernes a las seis y un minuto de la tarde... Y hay cinco llamadas que usted no contestó... Además, tenemos nueve llamadas que usted le hizo entre el lunes y el viernes... Y, para la Policía, esto es de interés... Así que le pedimos, amablemente, que colabore con nosotros, y nos diga qué tipo de relación tenía con la víctima, o sea, la señora Nidia”.
“Era mi cliente y éramos amigos” -dijo Luis.
“¿Usted es casado?”.
“Sí. Mi esposa siempre está conmigo, trabajando... se llama Luisa; por eso le dicen a mi negocio Tacos Luisa o Tacos de Luis”.
“Excelente”.
El policía le enseñó algo escrito en una libreta pequeña.“¿Reconoce este número de teléfono?” -le preguntó.
Luis se puso pálido.
“Sí” -dijo.
“¿De quién es?”.
“Es... el de mi esposa”.
“¿Dónde está ella?”.
“Anda de viaje... En San Pedro Sula; por un chequeo médico”.
“¿Cuándo se fue?”.
“Hoy sábado en la madrugada... en bus”.
“¿Sabe ya su esposa que Nidia está muerta?”.
“Me llamó y se lo conté”.
“Bien”.
“¿Cuándo regresa su esposa?”.
“El lunes en la tarde”.
“¿Puede decirnos dónde se hospeda en San Pedro?”.
“En la casa de una hermana... una cuñada mía”.
“¿Puede darme la dirección?”.
“¿Para qué?”.
“Rutina de la Policía. ¿Puede?”.
Luis dudó un momento y después dio la dirección. El agente hizo una llamada a San Pedro Sula.
“Vayan a ver si está allí esta señora... Es urgente” -dijo.
Allí estaba.
ENREDO
Luisa era una mujer madura, estaba enferma de fibromialgia y de la tiroides; cada mes iba al médico en San Pedro Sula.
“No me interesa si esa mujer está viva o muerta -les dijo a los agentes-. Yo sé que se entendía con mi marido, que es diez años más joven que yo... Si quieren investigarme, háganlo... Nada tengo que ver con su muerte”.
“Le creemos, señora”.
Cuando volvieron a entrevistar a Luis, este dijo que se entendía con Nidia desde hacía unos seis meses.
“¿Cree usted que el marido lo sabía?”.
“Ella estaba segura de que no”.
“En su opinión, ¿quién pudo raptarla y matarla?”.
“No sé... No sabría decirles nada. Era joven, bonita, agradable, y un poco loca; pero, no sé si estaba solo conmigo y con el marido, o había alguien más”.
“Sabemos que se dedicaba a su casa; o sea, que no trabajaba”.
“Sí, solo el esposo trabaja en esa casa. Tenían dos niños”.
DPI
Los agentes sabían que, a eso de las seis y minutos, alguien raptó a Nidia y la llevaron a alguna parte; también suponían que se trataba de una muerte por encargo y el principal sospechoso era el marido, que dijo que no sabía que Nidia estaba con otra persona.
La llevaron, ya muerta, hasta el potrero, ya le habían puesto la bolsa en la cabeza y la colocaron sobre la hierba; no la tiraron, lo que podría indicar que alguien la estimaba y no quería hacer más daño del que ya había hecho.
“Podría ser un amante enamorado, un esposo despechado, pero enamorado también, y escogieron aquel lugar, fuera de la ciudad, desde el momento en que se planificó el crimen. En mi opinión, el esposo sabía que su mujer lo engañaba, pero se ve tranquilo, tiene buena coartada y acepta colaborar con nosotros”.
“Pero tiene un pequeño vacío en la coartada”.
“¿Y es?”.
“Salió a buscarla en bicicleta, fue a muchas partes, y, por algún tiempo, se perdió de las personas que lo conocen... Fue a poner la denuncia y siguió buscando”.
“Entonces, es posible que alguien le ayudó a raptar a la mujer, se la llevó a algún lugar ya determinado, él salió de la casa, fue a la Policía, siguió fuera de la casa buscando y regresó sin nada... Tal vez cuando ya había consumado su venganza”.
“Es una buena hipótesis”.
“Es lo que nos queda, porque ya investigamos a Luisa, la mujer de Luis; y a Luis, y nada hay que los vincule al crimen... Y, por los registros del teléfono de Nidia, parece que no estaba con ninguna otra persona”.
“Creo que la clave está en el esposo”.
“Tiene una buena coartada”.
“Buena, pero no perfecta. Hay que investigar más”.
Pero, una semana después, la investigación no había avanzado. Nidia estaba en el cementerio y la vida en su casa empezaba de nuevo, sin ella, y de otra forma triste.
La venta de tacos siguió como siempre y los detectives trabajaban ya en nuevos casos. Pero diez días después del entierro de Nidia, uno de los agentes tuvo una idea.
“La bolsa que le pusieron en la cabeza” -dijo.
“¿Qué hay con la bolsa?”.
“Puede tener huellas digitales”.
“¿Dónde está?”.
“Embalada”.
“Aquí no podríamos buscar bien... Sería mejor que vayamos a Tegucigalpa”.
“Excelente”.
DACTILOSCOPÍA
No prometían nada.
La bolsa había sido manipulada con guantes, estaba sucia y ajada. Encontrar una huella digital, una sola, era cosa difícil, por no decir que casi imposible.
Pero los agentes de la DPI querían resolver el caso, hacerle justicia a Nidia y hacer bien su trabajo. Entonces esperaron. La búsqueda de huellas en la bolsa era algo lenta, y, al parecer, era trabajar en vano.
Sin embargo, tres horas después uno de los técnicos en dactiloscopia exclamó: “¡Tenemos algo!”.
“¿Qué es?”.
“Una huella”.
“¡Excelente!”.
“Pero no está completa... Es solo la media huella de lo que parece ser un dedo pulgar derecho”.
“Tal vez es suficiente para encontrar al dueño” -dijo el agente a cargo del caso.
“No lo creo... Ya ingresamos el dato en el sistema y no hay nada”.
“Entonces estamos perdiendo el tiempo”.
“No del todo” -les dijo el técnico.
“¿Por qué?”.
En respuesta les mostró una fotografía ampliada muchas veces de la huella digital. Era solo media huella, o menos de eso, pero tenía una característica especial que hizo que los agentes sonrieran confiados.
“Con esto es suficiente” -dijo el oficial a cargo.
ORO
“Es un indicio de oro” -dijo el oficial, cuando regresaron a su ciudad.
“Vamos por partes” -le dijo su jefe.
“Traigamos a los dos hombres... Es mejor, por si uno se da cuenta que el caso no se ha enfriado. Y el que la debe, la teme”.
Entonces, con el visto bueno del fiscal, dos grupos de agentes fueron a la casa del esposo de Nidia y a la caseta de comida mexicana. Cuando estuvieron en las oficinas de la DPI, los dos estaban nerviosos.
“Venga, por favor” -le dijeron a Luis.
Este entró a una oficina, y la puerta se cerró detrás de él. Una oficial de la Policía le pidió que le enseñara los dedos de la mano derecha. Tenía una lupa.
“Nada” -dijo, después de ver con detenimiento cada uno de los diez dedos.
“Llévenselo por el otro lado del pasillo y que entre el marido” -dijo el oficial.
El hombre entró con la frente en alto, la mirada serena y con toda la confianza posible reflejándose en su rostro.
“Queremos ver sus dedos" -le dijo la oficial.
“¿Para qué?” -preguntó él.
“No queremos hacerle perder el tiempo tomándoles las huellas digitales... Solo queremos ver algo. Será cosa de unos minutos. Luego se irá para su casa”.
El hombre se sentó y extendió las manos con las palmas hacia arriba, apoyándolas en el escritorio. La oficial empezó por el pulgar derecho. Acercó la lupa, miró una vez, volvió a mirar y llamó a su compañero, quien llamó al fiscal.
“Aquí está -dijo la oficial-, la cicatriz redonda de varicela... Está bien marcada un poco debajo de la punta del dedo en la yema”.
Entonces sacaron las fotografías que llevaron desde Tegucigalpa. El hombre empezó a sudar.
“Encontramos esta huella parcial en una esquina de la bolsa para basura que tenía su esposa en la cabeza -le dijo el oficial a cargo de la investigación-; y, como acabamos de comprobar, es suya. Mire las fotos”.
El hombre quedó en silencio por largo rato.
“Quiero un abogado” -dijo.
“Con mucho gusto -le dijo el fiscal-. Desde este momento queda usted detenido por considerarlo sospechoso del asesinato de su esposa Nidia”.
“Maldita” -dijo él a media voz.
“¿Quién es maldita?” -le preguntó la oficial.
“Nidia” -dijo él.
“¡Ah!”.