Selección de Grandes Crímenes: El pecado ajeno (2/2)

Muchas veces, los hijos nunca comprenden lo que los padres somos capaces de hacer por ellos

  • 15 de junio de 2025 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: El pecado ajeno (2/2)

DPI. Los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) terminaron su desayuno, y uno de ellos abrió el segundo expediente del caso de don Carlos. El doctor Emec Cherenfant se notaba triste. Estaban hablando de la forma en que terminó la vida de aquel hombre que, en su opinión, era bueno, incapaz de hacerle mal a nadie, y menos de hacer aquello horrible de lo que lo acusaron, y por lo que fue condenado.

“Lo conocí bien -dijo el doctor, mientras una muchacha de la cafetería del Hospital San Jorge traía agua, café, té y refrescos-, y sé que no cometió ese delito”.

“La mamá del muchacho lo acusó dos días después del supuesto hecho -dijo uno de los detectives-, y el fiscal del menor se ensañó con él, a pesar de que no encontraron en el muchacho alguna prueba que incriminara al señor... Pero, bastó el testimonio de la víctima, o supuesta víctima, la acusación de la madre y las hermanas, y el silencio terco de don Carlos, que, incluso, aceptó la culpa, aunque nunca dijo nada... Solo movió la cabeza para decir que sí cuando uno de los jueces le preguntó cómo se declaraba... ¿Culpable? Le preguntó el juez, después de que don Carlos no respondía a sus preguntas y él movió la cabeza hacia adelante, sin mirar a nadie... Y por eso lo condenaron”.

“Pero, era inocente” -dijo el doctor Cherenfant.

“Nosotros siempre creímos que sí -dijo el segundo detective-, pero, ¿qué podíamos hacer, si el propio acusado aceptó la culpa delante del fiscal?”.

“Pero, el fiscal también dudaba de la culpabilidad de don Carlos -dijo el doctor-. Él mismo me lo dijo”.

“Así es”.

“Nosotros nos preguntábamos a quién cubría don Carlos”.

“Porque cubría a alguien... Eso es seguro” -dijo el doctor Cherenfant.

“Sí”.

“¿A quién?”.

Hubo un momento de silencio.

“Nosotros nos dimos cuenta de todo cuando encontraron muerto al muchacho que lo acusó... La última vez que lo vieron fue una noche, en una cancha de fútbol. Nadie vio en qué momento se fue. Al día siguiente, apareció estrangulado a una orilla de la carretera a El Amatillo, cerca del desvío llamado La Llave... Estaba amarrado de pies y manos y le habían dejado un palo de escoba en el recto”.

El doctor Cherenfant abrió los ojos, sorprendido.

“Así fue como le quitaron la vida a don Carlos en la penitenciaría” -exclamó.

“Exactamente -dijo uno de los agentes-. Así fue. Estrangulado, y ultrajado con un pedazo de palo de escoba... Además, lo amarraron de pies y manos, le pusieron una mordaza en la boca y lo apuñalaron quince veces, pero la causa de muerte fue que no le quedó una gota de sangre en las venas... Murió desangrado”.“Eso hizo su final más terrible” -comentó el doctor.

“Así es”.

Investigación

“La muerte de la supuesta víctima nos dio una buena pista -dijo, de repente, uno de los agentes, que acababa de terminar su taza de café-. Pensamos que el caso debía tener relación con la acusación contra don Carlos, y, además, la mamá de la víctima acusó en la DPI al hijo de don Carlos. Dijo que desde ya días se lo había amenazado, si no retiraba la acusación contra su papá”.

“Cuando hablamos con él -dijo el otro policía-, declaró que no sabía nada de la muerte del muchacho, dijo que estuvo esa noche en la casa, desde las cinco de la tarde, después de regresar del trabajo, y sí aceptó que habló con el muchacho para que dijera la verdad”.

El agente calló.

“Y la verdad era -dijo el doctor Cherenfant, interviniendo de inmediato-, que la persona que estaba con el muchacho en la casa aquella tarde en que llegó don Carlos, era el propio hijo de mi paciente... Y a él era al que estaba protegiendo don Carlos”.

Los detectives se miraron entre sí, con una sonrisa.

“Doctor -le dijo al doctor Cherenfant uno de ellos-, usted sería un buen detective de homicidios... Eso fue lo que nosotros sospechábamos desde el inicio, pero si don Carlos no nos ayudaba, la verdad no se iba a conocer nunca... Y el señor estaba protegiendo a su propio hijo”.

“Es triste -dijo el doctor-. ¡Todo lo que los padres podemos y somos capaces de hacer por nuestros hijos!”.

“Hasta sacrificarnos por ellos!” -dijo uno de los policías.

“Eso fue lo que hizo don Carlos... -dijo el otro-, pero, por desgracia para él, nos dimos cuenta muy tarde, cuando mataron a la supuesta víctima”.

“¿Y quién es el asesino?”.

Támara

Los detectives de la DPI fueron a la cárcel de varones, en Támara, para investigar la muerte de don Carlos. Nadie quiso hablar con ellos. Sin embargo, tenían una teoría.

“Doctor -dijo uno de los agentes-, el grupo que fue a Támara no encontró algo en lo que sustentar una acusación para el caso de don Carlos, pero, el hecho de que fuera atacado dos días después de la muerte de su supuesta víctima, los hizo pensar que su final fue por encargo, en clara venganza, ya que alguien cerca del muchacho sospechó que alguien cerca de don Carlos era el responsable”.

“La mamá del muchacho acusó al hijo de don Carlos -dijo el doctor Cherenfant-, lo acusó directamente en la DPI”.

“Sí, así fue. Pero no bastaba la acusación. Nosotros teníamos que buscar, teníamos que encontrar algo que nos llevara al acusado... al que acusaba la señora, quiero decir... Y no era fácil”.

“Entonces, ¿cómo supusieron que alguien cercano a la familia de la víctima ordenó la muerte de don Carlos?”.

“Fueron los compañeros de aquí, de Tegucigalpa -respondió uno de los agentes-, ellos se dieron cuenta que un hermano de la mamá de la víctima estaba condenado a veinte años de cárcel por homicidio, y que había sido trasladado de Choluteca a Támara hacía tan solo un día, o sea, el día del entierro del sobrino al que, supuestamente, abusó don Carlos. Pero, nadie, ninguno de los privados de libertad quiso hablar con los agentes, pero supimos que este hombre fue trasladado exclusivamente para quitarle la vida al señor... Y no perdió tiempo”.

“¿Los agentes hablaron con él?”.

“Sí, doctor; pero no dijo nada... Y allí está, en Támara”.

“¿Y la familia del muchacho muerto?”.

“Hicimos de todo para investigar y resolver este caso -dijo el primer agente-, pusimos un informante cerca de los puestos de las hermanas del muchacho, en el mercado, en San Lorenzo, y, aunque tardamos bastante, nos dimos cuenta que fue la mamá del muchacho la que le pidió al hermano que castigara a don Carlos... Y decimos castigar, porque hay palabras que suenan muy feo, doctor”.

“¿Pero cómo consiguieron trasladar a este hombre a Támara?” -preguntó el doctor.“Pues, poderoso caballero es Don Dinero, doctor”.

“¿Acusaron a la señora?”.

“Reunimos suficiente información, y nos dimos cuenta que una de las hermanas estaba arrepentida de lo que le habían hecho a don Carlos. Esperamos muchos días, hasta que logramos encontrarla sola y le dijimos que sabíamos que don Carlos era inocente, que su hermano, el muerto, había dicho lo que lo obligaron a decir, y era que él estaba teniendo intimidad en su casa con el hijo de don Carlos, que don Carlos sabía bien el tipo de relación que había entre su hijo y el muchacho, y que fue esa tarde a reclamarle y a pedirle que se alejara de su hijo... Y que en ese momento, los encontró desnudos, y el señor salió avergonzado de la casa, justo en el momento en que llegaba ella, su hermana y su mamá... Entraron a la casa, encontraron al muchacho, casi desnudo, y él les dijo que don Carlos lo había abusado”.

“Ella dijo que así había pasado todo -intervino el otro agente-, y fue unos días antes de que lo mataran que el hermano le dijo que él había dicho todo contra don Carlos por presiones de la mamá y de la otra hermana, pero que, en realidad, él estaba con el hijo del señor y que él los encontró en el acto... Pero, que tuvo miedo de decir la verdad... Y la mamá se ensañó con don Carlos”.

Y don Carlos no dijo nada para proteger a su propio hijo” -comentó el doctor.“Sí, doctor, así fue... -dijo un agente-. Si él no hubiera aceptado la culpa, hubieran acusado al hijo de abuso de menores y el hijo ya era mayor de edad, y lo hubieran condenado a muchos años de cárcel... Y don Carlos lo salvó de eso, aceptando la culpa”.

Y, ¿la mamá del muchacho supo esto?”.

“Creemos que sí”.

“¿Y ustedes qué hicieron?”.

“Pasó mucho tiempo, doctor, y la señora no quiso hablar con nosotros... Seguía sufriendo por la muerte de su hijo, que era el único varón que tenía, y lo único que dijo fue que si había hecho algo malo, solo le pedía perdón a Dios”.

“¿Y el que mató al muchacho?”.

“Estamos seguros que fue el hijo de don Carlos, pero, cuando le pedimos al fiscal que nos consiguiera la orden de captura nos dimos cuenta que el muchacho se había ido mojado para Estados Unidos y que tuvo un accidente cuando se quería subir al tren... Cayó, y el tren le cortó una pierna... y murió desangrado... Lo trajeron un mes después para enterrarlo cerca de don Carlos”.

“¿Y la mamá del muchacho, supuesta víctima de don Carlos?”.

Después de esta pregunta vino un largo silencio.

“Doctor -dijo uno de los detectives-, nadie se escapa de la justicia de Dios... Hace tres años la enterraron... Murió de cáncer de tiroides”.“Dicen que no se arrepintió de nada y que estaba satisfecha de que el hijo de don Carlos hubiera muerto en México”.

“Era una mujer dura”.

“Sí, doctor... Y don Carlos fue el mejor padre que pudo ser”

“Así es -dijo el doctor Emec Cherenfant con un suspiro-. ¡Que Dios lo tenga en su gloria!”

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