SHIRLEY. Hay una mujer bella entre las bellas, artista de maravilloso talento y de un carácter dulce, como las mieles de Judá en tiempos de Salomón. Su sonrisa es agradable, su mirada es poesía y toda ella es una obra de arte salida de las santas manos de Dios. Y en estas sencillas líneas deseo manifestar mi admiración por ella, una admiración mayor que la que siente por ella el doctor Emec Cherenfant, con quien hablábamos sobre esta maravillosa mujer, mientras revisábamos los datos para este caso.
“Shirley Paz es todo un poema -me dijo el doctor Cherenfant, al tiempo que ponía sobre el escritorio algunas fotografías y varias hojas mecanografiadas, algunas con el membrete de la DPI, otras, con el del Ministerio Público, y dos más, de Medicina Forense. Era el expediente del caso-. Esa mujer es una artista impecable -siguió diciendo-, es el primer violoncello de América”.
Yo respondí casi de inmediato: “Para Shirley Paz fue que escribió el poeta: Niña bella entre las bellas, tu alma pura de Dios es, bien quedaran las estrellas, todas ellas, para alfombra de tus pies”.
El expediente estaba ordenado y listo. La primera fotografía era de una niña de quince años, de una belleza encantadora, más alta de lo normal a su edad, con cuerpo de bailarina de ballet, rostro risueño y bonito, ojos claros, pelo castaño y liso, y piel blanca, tersa como pétalos de rosa. Pero, cuando iba yo a decir algo, el doctor Cherenfant tomó otra fotografía y la puso encima de la primera... Era... grotesca.
Hallazgo
Amaneció el domingo, frío, como son los días de octubre, y silencioso, como son los domingos en aquella zona.
El desayuno se servía tarde, pero ese día Nina tenía práctica en la Escuela de Ballet y debía llegar antes de las nueve. Fue por eso que la trabajadora le preparó el desayuno y fue a llamarla a su habitación, segura de que ya estaba casi lista.
El chofer la esperaba en el estacionamiento. Su mamá y su padrastro dormían. Cuando la trabajadora subió al segundo piso tocó la puerta; el perrito de Nina ladró dos veces.
La mujer llamó. Solo el perrito le respondió. Entonces, abrió la puerta, mientras decía: “Nina, ya casi es hora, mija... Tenés que desayunar”.
Pero se interrumpió de pronto. Dio un grito y llamó a la mamá de la muchacha... Los gritos que siguieron fueron más allá, hasta las casas del vecindario. La mamá de Nina, en camisón de dormir, llegó apurada.
“¿Qué es lo que pasa, mujer? ¿Por qué estás gritando así?”.
La trabajadora no le respondió. Le hizo una señal, mientras las lágrimas bañaban su rostro.
La madre vio y un grito salió de su pecho. Llamó a su esposo y este no tardó en llegar. “¡Dios mío!” -dijo este.
El perrito seguía ladrando. El chofer, que acababa de subir, llamó a la Policía. Había sido miembro de la Fuerzas Especiales de la Policía Nacional y sabía qué se tenía que hacer en un caso como ese.
“No toquen nada -dijo-, que nadie se acerque a Nina”.
H-3
El H-3, considerado el mejor de los detectives de investigación criminal que ha tenido la Policía de Honduras, llegó a la casa con dos de sus compañeros, seguidos por varios miembros del departamento de Inspecciones Oculares de la Dirección de Investigación Criminal (DIC). Se detuvo en la puerta, miró hacia el cuarto y se guardó el cigarro apagado que llevaba entre los labios. Por un tiempo permaneció en silencio. Al final dijo:
“Voy a entrar solo”.
Y entró al dormitorio fijándose bien donde ponía los pies. Se acercó a la cama. Poco a poco las ideas venían a su mente, mientras afuera las mujeres lloraban y el perrito gemía.
Nina
Vestía una falda que le llegaba un poco antes de las rodillas, tenía puestos calcetines blancos, una camisa de botones de color melón y se había recogido el pelo con una cola. No tenía zapatos, estos estaban lejos de ella. Uno, cerca de la puerta del baño, el otro, cerca de la cómoda que estaba un poco más allá de la cama.
Nina colgaba de una cuerda que tenía amarrada alrededor del cuello. La cuerda pasaba por una viga de cedro que estaba sobre la cama, y estaba amarrada, con un nudo ciego, a uno de los barrotes de hierro de la ventana. Estaba abierta, aunque la cubría una cortina floreada.
El H-3 sacó el cigarro y, apagado, lo puso entre sus labios. Miraba y pensaba. Vio el zapato cerca de la cómoda, el otro cerca del baño, luego se acercó a la cama, casi cerca del cuerpo de Nina, y llevó los ojos en una sola dirección, formando una línea invisible hasta un lugar en especial.
Lo que vio lo hizo quitarse el cigarro de la boca; puso allí la yema del dedo índice derecho, luego miró hacia la cuerda y la tocó, empezando desde la ventana donde estaba amarrada.
“¿Qué tenemos? -le preguntó el fiscal.
“Solo eso, todavía” -le respondió el detective, señalando el cuerpo y sin voltear hacia el representante del Ministerio Público.
“Está claro que es un suicido” -dijo el abogado.
Adán del Cid, el H-3, no respondió. El fiscal, agregó:
“No hay mucho que hacer aquí... Allí está le gente de Medicina Forense para que hagan el levantamiento del cuerpo... No hay necesidad de hacer sufrir más a esta familia”.
El H-3 le pidió al forense que entrara.
“¿Cuánto tiempo cree que tiene de haber muerto?” -le preguntó.
El forense, después de un momento, dijo:“Fue encontrada a las ocho de la mañana, son las nueve y creo que está así desde... las once de la noche”.
“Signos de ahorcamiento” -le dijo el H-3.
El médico observó a Nina con más detenimiento.
“Ninguno, ¿verdad?” -le dijo el detective. Y, sin esperar respuesta, le pidió al fiscal que entrara y le dijo: Vamos a cerrar la puerta un momento. Tenemos tres testigos de lo que pasó, pero, por desgracia, solo dos pueden hablar”.
“¿Dos testigos?” -dijo el fiscal.
“Sí -respondió el H-3, después de que uno de sus compañeros cerró la puerta del cuarto de Nina-. El primero es la víctima; el segundo, es el perrito... Y el tercero...”
“¿Por qué nunca hablás claro?” -dijo el fiscal.
El H-3 continuó:“El perrito no puede hablar, pero como nadie dice que el animalito estuvo ladrando es que conoce al que hizo esto”.
“¿Conoce al que hizo esto? -preguntó el fiscal-. Estamos ante un caso de suicidio”.
“Doctor -replicó el detective-, ¿ve usted signos de ahorcamiento o de estrangulamiento?”.
“Ninguno, a primera vista”.
El H-3 los llamó.
“¿Ven estas pelusas de color casi amarillento? -les preguntó, señalando varias hebras pequeñas, como vellos, que estaban sobre la cama, y que seguían una línea recta debajo de la soga.
“¿Qué significa esto?” -preguntó el fiscal.
“Alguien le amarró la soga al cuello a la niña cuando ya estaba muerta, jaló la soga con fuerza, después de pasarla por la viga de techo del cuarto y la levantó hasta dejarla a unas diez pulgadas de la cama, luego la amarró a la ventana... Después tiró un zapato de la niña cerca del baño y el otro cerca de la cómoda para hacernos creer que la niña tenía los zapatos puestos cuando se dejó caer para ahorcarse, agitó las piernas y los zapatos salieron, uno hacia allá y el otro hacia la puerta del baño, pero lo que se le olvidó a ese alguien, es... ¿desde dónde se ahorcó la niña? ¿En qué se subió para después dejarse caer? ¿Dio un salto en la cama con la soga ya amarrada al cuello?”.
El detective se detuvo por un momento.
“Ahora -les dijo-, quiero que vengan conmigo y que den fe de lo que podemos descubrir”.
Se acercó a Nina, subió la falda, y, en ese momento el fiscal le dijo:
“¿Qué es lo que pensás hacer?”.
“Descubrir a un asesino” -le respondió el H-3 sin inmutarse.
Levantó la falda y los tres hombres vieron algo que les llamó la atención. El blúmer de Nina estaba mal puesto. Faltaba que subiera en el lado izquierdo de la cadera y estaba enrollado.
“Lo pusieron con prisa -dijo el H-3-, cuando la niña ya estaba muerta”.
Nadie dijo nada. El H-3 les pidió a los dos hombres que se acercaran más y le dijo al forense:
“Toque adentro del blúmer y dígame lo que encuentra”.
El forense dudó, pero se puso un guante en la mano derecha, y, mientras el H-3 sostenía la falda el forense auscultó entre la vulva y el blúmer.
Cuando retiró la mano, vio que había algo entre sus dedos. Lo acercó a su nariz, y dijo:
“Semen... Y no es tan viejo como para decir que tiene diez horas de estar allí”.
“Ya revisé el baño -dijo el H-3-, y la niña se bañó, su ropa de dormir está en la canasta de la ropa sucia, y ella ya estaba casi lista para irse a su clases de ballet... Alguien entró al cuarto cuando ella ya estaba lista, alguien que ya había estado aquí varias veces, tal vez muchas, porque el doctor no encontró sangre en el blúmer de la niña... Alguien que abusaba de ella desde hace algún tiempo... Y que hoy en la mañana, antes de que la niña bajara a desayunar, vino, la abusó de nuevo, y, por alguna razón, la asfixió, porque es algo morado lo que hay alrededor de su boca”.
El H-3 hizo una pausa. Abrió la puerta del cuarto y el perrito ladró de nuevo. En ese momento el padrastro de Nina daba dos pasos hacia atrás.
“Detengan a este hombre y pónganle las esposas hacia atrás, estoy seguro que en Medicina Forense van a encontrar fluidos de la niña... Y será mejor que colabore con la Policía”.
Nota final
El padrastro aceptó la culpa. Dijo que Nina se asfixió mientras trataba de callarla para que no gritara. Abusaba de ella desde hacía tres años... Una mañana, cuando los privados de libertad salían de sus celdas para el conteo, el hombre no apareció... Nunca se le volvió a ver.