Crímenes

Dennis ávila, un poeta catracho en el país de la infancia

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13.11.2016

Tegucigalpa, Honduras
Concluyo al principio: “La infancia es una película de culto” del poeta Dennis Ávila, es un libro de poesía de alta calidad, magníficamente escrito, con un sentido consciente del lenguaje y de la experimentación, humor inteligente y voraz, hermoso y de una nostalgia transparente, capaz de signar la alegría de los recuerdos y la felicidad robada y guardada felizmente en el corazón de un niño.

Es un libro que es evidencia de un poeta que ha adquirido una buena experiencia en su oficio, conoce su materia, ha elegido con precisión cada instante y la construcción verbal es puntual, transparente y muy juiciosa.

No lo seduce la emoción, sino más bien entra en ella para indagar su raíz, su origen entre las apariencias.

En suma no es un inventario de lo recordado, sino un retablo de lo vivido en la intimidad de un universo infantil donde se descubre, se juega y se es feliz; sin embargo, ese descubrimiento visto desde el adulto que es el poeta hoy, implica la comprensión de los símbolos que en aquel tiempo fueron palpables, nuestros, moldeables y hoy (más allá del sentido de la pérdida o de la imagen de paraíso perdido) se diluyen en una forma de nostalgia cuya interiorización es dolorosa.

Y esto tiene sentido: cuando Ávila se interna en su infancia, no solo roza las tardes y los personajes de su barrio en Tegucigalpa, ni las canicas ya para siempre dispersas en ese otro universo del pasado, no solo es un viaje a la afectividad personal.

Es un viaje a la historia de nuestro país, en los contornos cotidianos de una década triste donde la alienación fue la moneda de cambio, donde el silencio era obligatorio, donde la cultura militar y la nueva burocracia y clase política que ha de chupar la sangre al país en los años siguientes, consolidó su poderío y los nuevos ricos comenzaron a tratar de lavarse las pudriciones al insertar a sus nuevos hijos en la “vida socialmente aceptable” como hombres y mujeres de bien, aunque ya sabemos que son las mismas fieras con sus aullidos en forma de corbatas, filantropía con crucifijo y biblia incluidos.

La mirada a un creador

No soy muy adepto a los análisis desde la perspectiva psicocrítica, especialmente a los que en su radicalidad intentan inclinarnos a la sola personalidad del creador, pero sería interesante visitar este libro desde esa mirada teniendo de base (y esto no es negociable) la conciencia histórica de la década de los ochenta para tratar de ahondar en las sombras, la luminosidad, los miedos y los fantasmas que rondaban la vida, no del poeta, sino de una sociedad entera surcada por este laberinto experimental del que fuimos habitantes.

“Hace unos/ años/ no pude/ ser comunista,/ porque estaba/ ocupado/ tratando/ de ser un niño.” escribe el poeta hondureño Rubén Izaguirre, un poema de brevedad descomunal que pesa lo que pesan las traiciones, los muertos, la pudrición de la soberanía, el asesinato de la cultura civil, la instalación del abuso en la década de los ochenta y su continuidad hasta nuestro presente.

En Dennis Ávila es igual de dolorosa esa recuperación de la memoria de un tiempo angelical; el idilio ha sido llevado a la hoguera; no puede ser solo lúdica la naturaleza de esta poesía; “La infancia es una película de culto” nos plantea una estructura poética, tratada con maestría y en sus trasfondos nos confronta, no pide regresar con plena serenidad y armados de una conciencia política que trascienda la adopción de una postura y más bien nos permita consolidar una forma de vida donde el mayor ejemplo de ciudadanía sea la imaginación, la sencillez, las esperanza, la ilusión, esas palabras que solo tienen sentido en la infancia porque sistemáticamente los adultos les arrancan sus significados.

El contenido de su obra

Una poesía como la de Ávila, en este libro, me permite decir que el poeta nunca se fue de casa o que más bien, siempre regresa a ver el viejo televisor blanco y negro, a recoger la pelota de plástico forrada en la potra interminable de la niñez; una poesía bien escrita, sí, es verdad, pero es una poesía publicada en Costa Rica sobre Honduras y sus verdades: el padre descalzo de Dennis ante sus primeros zapatos es mi padre descalzo con sus pies de diecisiete años contemplando la imposibilidad del mundo que lo invita a caminar; el descubrimiento del mar del sur golpea las ceibas de la tierra adentro, cada poema del libro hace justicia de un mundo sencillo, de una cotidianidad antigua que resguardaba los grandes valores de la vida y sin caer en la denuncia crasa, expone cómo la decadencia política inundó con su baba la hermosura de lo que pudo ser un país.

Cuando pienso en Dennis Ávila, intento encontrar en su éxodo voluntario en Costa Rica el sentido de nuestras vidas como escritores aquí en el “país de las pesadillas”, pienso en el magnífico gestor cultural que se nos fue y que ahora abre espacios y da su batalla porque la poesía sea signo de testimonio y evidencia no solo estética sino ciudadana, lo veo allá, editando libros de poetas de todo el mundo, fortaleciendo el festival de poesía de Costa Rica cuya existencia hace inmensa aún más a esa tierra, organizando actividades culturales junto a su esposa, la poeta Paola Valverde Alier, ambos incansables, constructores de una fundación donde la sensibilidad tiene las ventanas de par en par hacia el futuro.

Qué poeta más inmenso es Dennis Ávila, lo digo así de una vez, dejando al lado mi formación teórica y viendo de frente este libro como un lector cuya única arma es el asombro y el descubrimiento.

He llorado transcribiendo el poema “Los pies en la tierra” porque escribía mi vida en la noche de noviembre, porque dibujaba con las palabras de Dennis, otra vez, los pies de nuestros padres pobres, luminosamente honrados, porque me mancha la sal de la injusticia y porque yo soy testigo que pocas cosas han cambiado con las niñas y los niños de mi tierra.

El poeta Fabricio Estrada reseña de manera genial el libro de Dennis Ávila en unas palabras que hacen justicia de su poesía y de nuestro tiempo “leyendo estos poemas es a esta revelación donde llego: un niño, una niña, es el antihéroe de lo humano y siempre nos salvará del vacío una vez caídos en él, o de la amargura, una vez que olvidemos lo que hemos sido en nuestra etapa más sensible.

Vendrá el niño o la niña con su capa desplegada, con su instrumental de fantasía y sentido práctico, verrà l´infanzia e avrà i tuoi occhi.

Un niño/ toma prestadas mis palabras./ A cambio recibo su forma de mirar. Mirar como si fuera el último juego. De haber sabido que era el último juego ¿Qué hubieras sentido? Mirar como si el honor tuviera que ser saldado sobre una partida de canicas.

¿Qué honor limpiamos ahora luego de ser humillados una y otra vez? Mirar al fantasma de la abuela sacando los libros del librero. ¿Qué secreto seguimos buscando en los libros que nos hereda la noche?”.

Dennis Ávila, poeta nuestro, con este libro se revela ese país que las bestias también han secuestrado y que hoy podemos salvaguardar luchando cada día por él: el país de la infancia.

Yo quiero, allá en tu lejanía, saludarte con unos versos del hondureño Jaime Fontana, clásicos, menos ingratos que los pronunciados por Roberto Sosa (La niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,/ No la hemos conocido.

Nosotros nunca hemos sido niños.), pero que igual encierran ese regreso a los cimientos de un tiempo inacabado: nuestra infancia: “…esta es la tierra nuestra, la amorosa, la que espera a sus niños,/ aquí esparcen su calcio generoso los huesos de mis padres/ y el calcio va a la hierba y hace al pino más jubiloso y alto:/así trabajan todavía quienes nos prestaron la sangre”.