No es un diciembre como otros, que se iluminaban entusiastas con las decoraciones navideñas, esta vez lo que más brilla es el odio partidista y un descomunal fraude electoral del tamaño de un océano, que todos miran, pero muchos fingen que no. La animosidad festiva en las calles palideció y ahora parecen silenciosas y confrontadas. Un tramposo y cínico Grinch con banderas políticas se robó la Navidad.
Estos días, que han sido habituales para reuniones de amigos, celebraciones entre compañeros, reencuentros familiares y compras de regalos, fueron secuestrados por la evidencia de actas electorales manoseadas hasta la vulgaridad, reclamos fallidos de reconteo de votos y una sensación de incertidumbre y no saber qué va a pasar.
En problema significativo es que la rencorosa confrontación no se queda entre los dirigentes políticos: contamina su toxicidad al resto de la sociedad y todo mundo termina en el lodazal. Que entre ellos se insulten en los foros televisivos, mientan impúdicos en la radio y en los diarios, y con su descarada falsedad publiquen en redes, no importaría, si no nos fastidiaran a todos.A pesar del desasosiego y el ambiente hostil en todas partes, muchos decidieron encontrarse, compartir; acordaron qué aportaría cada quien para la fiesta, pero lo que más se notaba era una restricción irrenunciable: “Prohibido hablar de política”. Aunque parece una sana condición, a corta distancia se ve un país roto, frustrado, resignado.
Es demencial que las voces de Mariah Carey y sus canciones de Navidad; las de Luis Miguel de siempre; la infatigable “Last Christmas” del grupo Wham! suenen menos que las falacias de las consejeras del CNE; y es desolador que Santa Claus aparezca menos que algunos recalcitrantes nacionalistas y viles liberales -que mercadearon abandonar a su candidato Salvador Nasralla- exigiendo rabiosos que todos acepten el fraude.
Los comerciantes se quejan de que el desaliento que abruma a los hondureños impacta directamente en los ánimos de celebración, y tienen sus estantes llenos de productos, porque la crisis política agrava forzosamente la incertidumbre económica y muchos han preferido guardar su dinerito por si acaso. Aunque estamos claros que el costo más alto no es material, sino anímico, fatalista.En la política se han mezclado infectos los intereses empresariales, religiosos, gremiales y particulares, todos buscando dinero y poder. En ese afán han normalizado el odio, el insulto, la acusación, la venganza, y han destrozado las tradiciones y las costumbres que nos humanizan. No es para tirar cohetes.También es verdad que no bastará con árboles iluminados y villancicos para lograr la tranquilidad, requerirá un imperativo diálogo nacional, decencia, tolerancia y respeto básico por el otro. Hasta ahora no se ven políticos capaces de promover la cordura y la civilización que nos traigan la paz y, así, poder aspirar a la prosperidad.