Relata José de Jesús Martínez en su libro “Mi General Torrijos” que estando en Bahamas surgió en ambos la Teoría de la Pelota, que es interpretación del papel de Panamá en la región. “Camino al hotel pasamos por cocoteros de hileras rectas.
Alguien preguntó si nacieron así o las habrían plantado. El General repitió: “Nada en línea recta es natural”. En Nassau se puso a meditar sobre el servilismo, pues tal isla solamente produce servicio a turistas ricos, haciendo de sus habitantes sirvientes o “waiters”, con personalidad característica del servil, cuya remuneración más importante es la propina, o sea la caridad.
Similar a la economía panameña, cuya condición geográfica la condena al transitismo y vender sandías a los que atravesaban el istmo camino al oro de California en el siglo XIX [Guerra de la Sandía, suceso histórico], agua a naves que pasan el Canal, vender sexo a marinos borrachos norteamericanos, alquilar la bandera a los barcos... En fin, vender, alquilar, sonreír, soportar y, encima de todo, agradecer.
El panameño vende la mula o la alquila, y los explotadores lo convierten en mula. Para inculcarle al panameño otra dignidad con contenido político y moral, Torrijos desarrolló proyectos estatales, fábricas, ingenios que hicieran del país de sirvientes uno de productores. Chocó contra los alma-waiters que practican el servilismo por necesidad, pero igual por vocación y oficio.
Los he visto al llegar a EUA. Se les ilumina el rostro y aguan los ojos. En casa del patrón hallan perfecto todo: comida, servicio telefónico, televisión... Una vez paramos en Las Vegas, donde hay tragamonedas hasta en el excusado. Restaurantes, cabarets, hoteles no hacen más que formar el ambiente lujurioso, superficial y asqueroso para juegos de azar y apuestas. La gula crematística, la libido por el dinero, el hambre por el poder, por poder joder a otros, sonríe en esos rostros rechonchos de norteamericanos que van a Las Vegas.
Torrijos despreció ese mundo superficial y perverso. Nunca apostó cinco centavos. Pero no vaciló en compartir la alegría barata, vicio inocente de los pobres viendo telenovelas cursis venezolanas. Pues aunque sea el medio que el sistema emplea para domesticar a nuestra gente, su popularidad es única.
Para quitarle el mal sabor de Las Vegas lo llevaron a la represa Hoover, que le presentaron como muestra de tecnología norteamericana. “Sí” -dijo el General- “pero toda esa tecnología es para alumbrar un garito”. Era cierto. Y cuando alguien llamó la atención sobre la nitidez del televisor y su belleza de colores: “Es una tecnología al servicio de la producción de programas y propagandas comerciales que imbecilizan a la gente”. Parte del proyecto capitalista de hacer “gente para las cosas, en lugar de cosas para la gente”, dijo esa vez.
Son los mismos que alegaban que las empresas estatales perdían dinero y eran “mal negocio”. Nunca las vieron en la óptica de Torrijos que era de liberación de la servidumbre y no del negocio. Son los mismos que, muerto el General, corrieron a vender al sector privado las empresas estatales, exponiendo lo que el General señalaba al decir: “Para nosotros es el himno nacional. Para ellos, el sonido de sus cajas registradoras”. Reflexionen, vendidos.