Los dos términos que inspiran la columna de hoy son de uso común, cuyos significados originales se han ido distorsionando en el transcurrir de los tiempos. Estos términos fueron motivo de profundos estudios de los filósofos de muchos siglos antes de la venida de Cristo y fueron en algún momento relacionados con otros conceptos tales como el cinismo.
El término “desvergüenza”, tal como ha sido modificado a raíz del deterioro de la moral política, se utiliza en nuestros tiempos como un calificativo despectivo, adjudicándoselo a aquellas personas que no comparten nuestros pensamientos y su objetivo es debilitar la imagen del contrincante pretendiendo convertirse en esa forma, en los únicos representantes de la moral y guardianes de las buenas costumbres. Dice el diccionario de la Real Academia, que la primera acepción de la palabra “desvergüenza” es la insolencia o el atrevimiento ilimitado para cometer los actos o proferir los conceptos totalmente reñidos con la verdad.
Por el contrario, una persona “sinvergüenza”, genera, generalmente, por sus actos, desconcierto e incomodidad destruyendo los lazos de confianza, menospreciando los vínculos de respeto que le ligan con la sociedad que lo rodea. En síntesis, podemos decir que a un “sinvergüenza” le sale sobrando la perdida de la poca reputación que pueda tener. Por lo general, el precio que debe pagarse por la práctica constante de sinvergüenzadas es la impopularidad; sin embargo, en muchos políticos de hoy, ese peligro parece no tener importancia alguna y su atrevimiento llega al punto de demandar la continuidad de un respaldo de las masas en las urnas, aun a sabiendas de que sus actuaciones han sido absolutamente reprochables, indignas y dañinas.
La mañana de ayer, precisamente al día consagrado al amor y no necesariamente con la exclusividad del vínculo entre dos o más personas, sino extensivo a la patria misma, a la familia, a los amigos, a Dios, etc., escuché en un programa matutino de debates entre políticos, a un reconocido personaje de la farándula nacional, retar a una compañera de foro a que le señalara cinco actos de corrupción de este gobierno. ¿Habrase visto tal grado de desfachatez y de desvergüenza?, precisamente cuando en los medios de comunicación abundan las noticias de planillas fantasmas millonarias en el Seguro Social y el Hospital Escuela, en demandas de coimas por doquier, en el incremento alarmante del tránsito y producción local de narcóticos, en los despidos groseros, inhumanos e ilegales de miles de obreros compatriotas, desalojados de sus empleos en el aparato burocrático del Estado por el único pecado de no tener antecedentes de afiliación al partido de gobierno y los demás en el sector privado, porque las decisiones arbitrarias, insensatas e impolíticas del gobierno, han provocado el cierre masivo de las empresas generadoras de sus empleos.
La pregunta debió haber sido: “¿Nómbreme usted cinco actos del gobierno de aceptación popular y precursores del desarrollo humano?”. La respuesta positiva nos hubiera satisfecho plenamente.