Los refranes

Bien decían las abuelas, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Me impresionan quienes gustan de usar refranes y saben utilizarlos oportunamente

  • Actualizado: 23 de mayo de 2025 a las 00:00

Me impresionan quienes gustan de usar refranes y saben utilizarlos oportunamente. Hay refranes para cada ocasión: con ellos se puede aconsejar a otros, opinar sobre algo, criticar a los demás, iniciar una conversación o darle punto final. Transmitidos de generación en generación o aprendidos en la escuela, el repertorio es prácticamente ilimitado, pudiendo decirse que no hay situación de la vida diaria en la que no pueda emplearse una de estas ricas expresiones de la cultura popular.

“En arca abierta, el justo peca”, “quien con lobos anda, a aullar aprende”, son solo una pequeña muestra de su variedad, quedando al usuario el aplicarlos con precisión a una situación dada. Recuerdo a mis abuelas diciéndolos en el momento justo y sacándoles máximo provecho a su carácter didáctico.Su lenguaje es sencillo, revelan sentido común y sirven como guía de conducta. Sin embargo, habiendo nacidos de la espontaneidad, no están exentos de contradicciones: un buen amigo me confió hace tiempo que en algunas discusiones su conciencia se debatía entre dos vocecillas, una que le recordaba que “el que calla otorga” y la otra que le insistía “macho que respinga, chimadura tiene”... ¿a cuál atender entonces?En los refranes también abundan los juegos de palabras y el lenguaje figurado. Normalmente se requiere de poco esfuerzo para entenderlos (no es menester su aplicación literal, es decir, no “daremos de palos a un tonto” solo porque no comprendió algo y “señas al vivo” porque sí lo hizo).

Caso contrario al uso de los refranes -cuyo ingenio en boca de nuestra gente no deja de maravillarnos-, el abuso de los adagios (especialmente en latín) es siempre más artificioso. Muy populares entre clérigos y abogados en el pasado, si bien ha disminuido su empleo por el desuso de esta lengua clásica, todavía escuchamos de tanto en tanto a profesionales y otros personajes, acudir a ellos para adornar con aire “intelectual” (mas bien arrogante) una opinión o comentario. Destaca entre ellos, por ejemplo, “dura lex sed lex” (severa es la ley, pero es la ley), frase que adorna muchas tarjetas de presentación y rótulos de despachos legales o condición “sine qua non”, por no decir que algo resulta indispensable para un propósito determinado.

Con frecuencia escuchamos a los políticos argumentando que sus propuestas representan la “vox populi, vox dei” (la voz del Pueblo es la voz de Dios), es decir, que sus expresiones no son sino la representación de lo que demanda la anónima mayoría popular. Lo dicen convencidos de su “vocería” de esa masa que “siempre tiene la razón”, aunque la pena de muerte a Jesús de Nazareth y otras decisiones erradas en la historia de la humanidad hayan sido adoptadas por colectividades manipuladas (como la condena a Sócrates, el terror revolucionario francés, las persecuciones religiosas, las autocracias, etc.). Ya Alexis de Tocqueville advirtió en su momento sobre el riesgo de estar a merced de la tiranía de la mayoría.

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