La imagen de Mío Cid es del héroe montado sobre Babieca (corcel andaluz blanco) como la de Quijote es triste por su jamelgo (“le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era...”. Cervantes). Egipcios, mongoles, árabes e indios americanos emplearon para batalla tales equinos por su velocidad, resistencia y agilidad, peso y potencia, siendo más famoso y de leyenda el de Troya.
Se supone que el caballo fue domesticado, según pinturas murales, hacia 3,500 a. C., habiendo desarrollado la caballería pesada los antiguos persas y al potro de tiro los egipcios. “Cuando Darío III se enfrenta a Alejandro Magno en Gaugamela (331 a. C.) emplea 20,000 efectivos de caballería” (Wikipedia). Para los hunos sus pencos eran sagrados y cuando la primera guerra estúpida del orbe (1914) el sacrificio de caballos destrozados a cañonazos es bestial, calificativo este apto más para humanos que para irracionales. Si desconoces la más reciente versión de “Sin novedad en el frente”, novela de Erich María Remarque, apaga y vete a YouTube en el televisor, no te arrepentirás.
Los caballos siglo XXI son espectrales e incorpóreos pues pertenecen a las manadas del conocimiento y la imaginación. Mil batallas se pelean cada día entre fronteras ideológicas y causas políticas, no en la tierra, el campo de lucha o la mar sino los espacios de la información y la comunicación. Candidatos de plazas gubernativas las ganan en el viento de los medios o las ondas satelitales; verdades y mentiras atraviesan incólumes el espectro radial y televisivo; poderosas ondas de convencimientos, claras u oscuras, modifican y tuercen los pensamientos de las gentes del mundo. Las nuevas lides se definen al interior de la neurona humana, no en la externa realidad.
Como el reciente acuerdo de paz en Gaza (diseñado por los egipcios) conseguido -quien duda- gracias al osado aunque desordenado esfuerzo de Donald Trump. Se creyó al inicio que era una añagaza más ya que aparte del alto al fuego guardaba silencio sobre la retirada de tropas israelíes en Gaza, las que podrían quedarse allí y apoderarse para siempre de la mitad del territorio. Trump mismo fantaseó alguna vez, para su provecho, que Palestina era ideal prospecto para otra riviera (ribera o costa turística, del latín ripa) con balnearios de lujo y campos de golf, coincidente con la ocupación previa y abusiva de colonos judíos agresivos.
El asunto parece ser más serio, empero pues luce que los caballos en protesta de la ONU y el mundo, galopados sobre los medios de comunicación y las continuas marchas en urbes del orbe, horrorizadas por el genocidio, hicieron que el cowboy de Washington no sólo retrocediera sus planes sino su política permisiva, habiendo detenido no las batallas sino la matanza descarada del sionismo, hipócritamente aprobada por las cultas y cristianas naciones de Europa y otros continentes que no son África, Asia y Latinoamérica.
Una muestra de que la voz pública mundial tiene aún peso y que el horror contamina las conciencias, no importa si se origina en supuestos pueblos “escogidos” o la escoria de ética de la humanidad, cual el nazismo. El planeta todavía guarda esperanzas.