Honduras atraviesa una profunda crisis de confianza institucional. Lo que muchos identifican como corrupción, es algo aún más grave, una recurrente estafa política estructural que ha sido ejecutada desde las más altas esferas del poder. Promesas no cumplidas, manipulación ideológica y uso ilegítimo de las instituciones públicas constituyen el núcleo de esta traición.
Los gobiernos de José Manuel Zelaya Rosales, Juan Orlando Hernández y Xiomara Castro son los rostros más visibles de esta dinámica perversa. A pesar de sus diferencias ideológicas, los tres han caído en patrones similares, llegando al poder con promesas de transformación profunda y terminar por consolidar prácticas que favorecen intereses particulares, debilitando la democracia y el Estado de derecho.
El caso del actual gobierno de la presidenta Xiomara Castro merece especial atención. Durante su campaña, presentó un plan centrado en la lucha contra la corrupción, la reactivación económica, y el fortalecimiento de servicios públicos esenciales. Sin embargo, a siete (7) meses de finalizar su gestión, esas promesas han quedado lejos de cumplirse. La CICIH no llegó, la salud pública sigue en crisis, la educación enfrenta abandono estructural, la inversión nacional y extranjera ha disminuido, el desempleo ha aumentado, ante señales de incertidumbre jurídica y política.
Sumándose, el uso partidista de instituciones como las Fuerzas Armadas, el deterioro de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y los escándalos relacionados con el financiamiento político con fondos públicos y del narcotráfico y la cercanía con regímenes autoritarios de la región. Todo ello alimenta la percepción de que el proyecto político del actual gobierno no es el que se ofreció al electorado, sino uno encubierto por una campaña de engaño.
Esto no es solo un incumplimiento de promesas, es un fraude, una gran estafa política deliberada contra la ciudadanía que creyó en un proyecto de cambio.
Si Xiomara Castro hubiera declarado abiertamente en su campaña que su modelo político sería el de Venezuela, Cuba o Nicaragua, con una línea ideológica autoritaria, con certeza, no habría llegado al poder. Pero no fue honesta, y por eso hablamos de estafa.
Como ciudadano y demócrata, mi crítica no se dirige a los partidos políticos como instituciones necesarias del sistema, sino a los actores que los han pervertido desde dentro. La corrupción no tiene ideología, y el daño trasciende banderas o nombres. Se trata de una crisis ética. Se trata de que no tienen temor de Dios.
El pueblo hondureño merece verdaderos líderes, que gestionen con honestidad y que respeten el mandato que se les ha confiado. Ya basta de ser víctimas de una clase política que promete democracia y nos entrega frustración.
La política en Honduras se ha convertido en una pasarela de estafadores que traicionan la voluntad popular tras ser elegidos.
Quien promete a sabiendas de que no cumplirá, miente; quién miente para alcanzar el poder, estafa. Queda planteado.