Los acontecimientos irregulares en las elecciones del 9 de marzo no deben ser observados a la carrera. Detrás de un oscuro telón, se encuentra toda una trama de perversidad política que ha intentado manchar la imagen de ciertas instituciones cuya responsabilidad constitucional y el mandato soberano del pueblo, es mantener incólume esta incipiente democracia política que hasta ahora hemos intentado construir. Garantizar el libre sufragio, la alternabilidad en el poder, la impartición de justicia sin distinciones selectivas y la procuración de un Estado de derecho donde se consoliden las libertades y se procure un desarrollo humano sostenible.
Esas irregularidades ostensiblemente provocadas por personajes que han actuado, algunos en la sombra y otros descaradamente a la luz pública, han sido fabricadas de tal manera que si el pueblo no abre los ojos y reacciona ferozmente a la defensiva, todo un proceso histórico que arrancó en 1982, dará al traste porque, precisamente, así conviene a los intereses malvados del continuismo, del abuso cotidiano de las arcas nacionales, del muñequeo de instituciones responsables de velar por la paz interna y la aplicación de justicia.
Surge entonces la importancia de allanar el camino hacia las elecciones de noviembre. Los resultados del conteo de votos nos indican que la novia no está para tafetanes, que a un partido en el poder que ha dado demostraciones enfermizas de continuar mandando, manipulando todo, funcionarios, instituciones, leyes y voluntades y, peor aún, mediante artificios ilegales, manteniendo un estado de zozobra e intimidación contra lo que huele a oposición, no se le puede ceder ni una pulgada o parpadear, mientras ellos están urdiendo maniobras para acomodar los procesos a sus conveniencias.
Frente a este escenario que mantiene a los hondureños preguntándose ¿qué va a pasar?, surge la imperiosa necesidad de constituir una fuerza opositora que se presente a las urnas con una abrumadora mayoría que aplaste cualquier intento de fraude. Sin embargo, nos tropezamos nuevamente con que el egoísmo, la egolatría y la falta de conciencia de una realidad política peligrosa, prevalece sobre la obligación de construir dicho frente democrático garante de las libertades.
Las dos figuras de los principales partidos de oposición presentan hasta ahora una incapacidad de maniobra y una miopía política que asusta. Por un lado, un candidato que, habiendo pregonado resultados millonarios en las urnas, se vio relegado a un tercer lugar en el conteo oficial, y aún así se declara presidente virtual de los hondureños sin contar por si solo con el apoyo popular en noviembre. Por otro lado, un candidato que gozó de la mayoría relativa en las urnas, pero que su silencio y su visible pasividad, deja muchas dudas en cuanto a su capacidad para liderar un movimiento opositor arrollador.
No hay tiempo que perder, las gestiones con todas las fuerzas políticas y sociales debieron haber arrancado hace varios meses. La inscripción de una coalición triunfadora está a un mes de distancia. ¡PILAS!