Un hecho fortuito me alejó de las redes sociales; por una avería del celular perdí las contraseñas. Ya sé que las puedo recuperar fácil, me lo dijeron, y además, en eso se basa este brutal negocio, pero no he querido. Ahora, cuando desde un chat me remiten, digamos a Facebook, ingreso a mi muro abandonado para descubrir un regimiento de insultantes, injuriosos y ordinarios que superaron mi transigencia y respeto, y los he cortado.
Leí en alguna parte que la red es el psiquiátrico más grande del mundo, que los pacientes no necesitan afiliación y ni siquiera un diagnóstico. Lo que un día se anunció como espacios de debates, intercambios de comentarios y la base del pensamiento crítico, se convirtió es una sala mundial de terapias grupales donde sobresalen los que más ofenden y mienten.
Estamos seguros que esto hubiese dejado perplejo a Freud, la teoría del inconsciente: traumas, deseos reprimidos, conflictos internos que pueden manifestarse de diferentes maneras. La sorpresa para él sería que, además de pacientes, también encontraría cientos, miles de psicoanalistas imaginarios recetando estupideces y dictaminando majaderías.
En este incontrolable manicomio digital no hay lugar para la discusión civilizada; las opiniones de unos y otros son declaraciones de guerra que reciben un despiadado tsunami de encarnizados ataques. Lo gracioso -porque no es más que un circo demencial- es que todos creen que tienen la razón, mientras otros opinan como si derrocharan conocimientos que, por supuesto, no tienen.
Hubiera sido fascinante para Carl Jung tener a mano todos los especímenes que habitan desenfrenados las redes sociales, su yo reprimido en el inconsciente personal hasta el inconsciente colectivo, ese cúmulo de símbolos, creencias, mitos, imágenes y experiencias que los humanos cargamos juntos desde el inicio de los tiempos. De verdad, es de locos.
Lo esperanzador es que no todos los usuarios de redes están embrutecidos, ni siquiera es un porcentaje importante, según estudios. Una mayoría silenciosa no participa en discusiones enfermizas. Las personas frustradas, molestas, insolentes, vulgares y tóxicas apenas llegan al 5%. Bueno, en un chat donde me incluyeron hay unos 350 periodistas y comunicadores, y tal vez unos 10 o 15 publican insanas necedades todos los días a todas horas.
También es cierto que no todos tienen problemas mentales, aunque los más tóxicos muestran rasgos patológicos: desde el narcisista necesitado de atención que requiere desesperado la validación de un “like”; el psicópata social que insulta y ofende sin remordimientos; el sádico que disfruta causar malestar y desasosiego a los demás.
Eso sí, todos han caído en la trampa de las redes, que se alimentan de las interacciones entre los usuarios, y los insultos ganan más clics, comentarios y tiempo de uso. Mientras, los dueños de las plataformas se hacen más multimillonarios