En la actualidad se “memea” mucho. Sobreabundantes y contagiosos stickers, textos, imágenes -estáticas o en movimiento- llaman permanentemente nuestra atención en redes sociales e internet. No reflexionamos mucho en la relevancia o la utilidad de su contenido: sencillamente los reenviamos o compartimos porque provocaron en nosotros hilaridad o un impacto emocional peculiar. Su popularidad es incuestionable.
Todo producto cultural que se divulga y propaga de forma masiva (viral) puede ser considerado un meme. La periodista Delia Rodríguez publicó un texto en 2013 (“Memecracia: los virales que nos gobiernan”) que alentaba a reflexionar sobre su impacto en el comportamiento y atención ciudadanas de hoy, pues su valor y utilidad -aparentemente inocuos- logran un efecto contagioso de arquetipos que no siempre son los mejores ni los más nobles. Los memes a veces no son tan espontáneos como suponemos: pueden esconder orientaciones obvias desde el internet y las redes sociales sobre cómo se debe “pensar, hacer, comprar, sentir y votar”, reduciendo imperceptiblemente la libertad de elección y el control de las ideas propias. Por ello, sugiere la autora, se debe aprender a identificar cuáles de ellos funcionan como verdaderos virus mentales, ante los cuales hay que defenderse o, si fuera posible, sacar partido.
Los medios de comunicación, según Rodríguez, pueden crear sus propios memes virales siempre que logren explicar un hecho o realidad en un mensaje sencillo y comprensible, asociarlo a un elemento que provoque una emoción específica, con capacidad de ser contagiable a las demás personas que lo reciban. Por ejemplo, con frecuencia vemos a medios ligados al deporte replicando (¿creando también?) memes para sacar provecho de la rivalidad entre equipos; igual ocurre con iniciativas vinculadas al ocio y al entretenimiento, prestas a compartir contenidos graciosos que satirizan rasgos de situaciones o sujetos. Y, como ellos, otros actores también pueden hacerlo para fines de propaganda política, publicitaria o de mercadeo.
Del mismo modo, la creatividad colectiva y anónima se hacen presentes cuando incentivos comunes se alinean con talentos espontáneos de autores con acceso a canales y equipos de divulgación, que faciliten la amplificación del alcance de un mensaje en forma de meme, durante coyunturas específicas de indignación o insatisfacción social. Nuestro país ha experimentado esto de forma evidente durante las dos últimas gestiones gubernamentales: la proliferación en la circulación de ingeniosos memes que ridiculizan o caricaturizan a personajes políticos, ha llegado a niveles que dejan revelados los altos niveles de descrédito y rechazo social.
Cuando voceros oficiales y sus actos se convierten en memes andantes, es una señal inequívoca de deterioro en la confianza ciudadana y presagio de rechazo masivo en la mente y apoyo de los gobernados. Revise sus redes y constátelo, en sus archivos de 2020-2021...y en los de los últimos meses