La prueba irrebatible de que la marcha de las iglesias es esencialmente política la muestran los políticos de oposición -liberales y nacionalistas- que la promocionan y la defienden como si fueran organizadores, no sin envidia y emulación porque en sus propias convocatorias apenas han logrado reunir a unos cuantos.
También es cierto que la organización de esta actividad no es inocente ni de chiste. En todas las redes sociales comparten las imágenes de ciertos pastores evangélicos luciendo, muertos de la risa, los cheques que les entregaba el gobierno anterior por millones de lempiras para supuestas obras que nadie sabe dónde diablos están.
Uno de los más ruidosos convocantes de esta marcha es Gerardo Irías, presidente de la Confraternidad Evangélica, que en una de sus alocuciones frente a la congregación soltó la proposición clasista de que “no hay cosa más triste que darle poder a un pobre”. Si no fuera porque tiene el respaldo de la jauría, lo hubieran destrozado.
Pero no se quedó ahí, contra el sentido común, ético y moral, el señor Irías quiso instrumentalizar la fe de los creyentes para influir con fines electorales y partidistas: despotricó contra el partido Libre como cualquier opositor y vituperó a la izquierda -que es un movimiento ideológico- a pesar de que la norma universal manda que en el púlpito no se puede tomar partido. Tampoco consideró que entre los fieles hay personas de todas las tendencias.
En otros videos Irías aparece bendiciendo la campaña electoral del candidato nacionalista Nasry Asfura y declarándolo como el más capaz para gobernar el país. Desde luego, como ciudadano tiene el incuestionable derecho a sus preferencias políticas -incluso a expresarlas- pero no a utilizar el podio de la iglesia para hacer campaña por un partido político.
Obviamente, no sólo los evangélicos han entregado el privilegio del altar a los políticos; ciertos sacerdotes se rindieron a las prebendas disfrazadas de “cooperación”, pero como tienen mayor control y jerarquía tratan de disimularlo un poco, no siempre pueden. Qué lejos quedan aquellos religiosos torturados y asesinados en la lucha contra las injusticias y poniéndose del lado de los pobres.La intromisión de las iglesias en la política es una inacabable discusión desde hace siglos y tanto la sociedad laica como la religiosa en su mayoría, coinciden en que se arriesgan a corromper el mensaje espiritual y perder credibilidad, más en estos tiempos de escepticismo en que la secularización se esparce imparable en países desarrollados y con mayor educación.
Por el precedente de los convocantes, las consignas acordadas y la huella de los políticos de oposición en el llamamiento, los militantes de Libre -entre los que hay muchos evangélicos y católicos- descubren que la marcha convocada por las iglesias para el 16 de agosto tiene un inocultable ánimo partidista y nostálgicas prerrogativas perdidas.