En lo alto de aquella agreste montaña vivía un hombre octogenario, famoso por su sabiduría. A él acudían a menudo todas aquellas personas que buscaban un sabio consejo, como si se tratara de un guía espiritual que arrojara luz en medio de tanta banalización, mediocridad e incertidumbre, o una mejor y provechosa vida que alcanzar. En suma, he aquí parte de esas lecciones que nos inspiran a tomar decisiones y a vivir mucho más en paz. Ser sencillo es lo que te hace grande. Se relaciona con las personas que son naturales, espontáneas, que prefieren la informalidad y rechazan los protocolos y la ostentación. Máscaras: hay personas que nunca se muestran como realmente son. ¿Hipocresía?, ¿falsedad? Hay una máscara escondida por allí. Por eso reza el dicho: “Señor, líbrame de las aguas mansas, que de las revueltas ya me libraré yo”. Ten cuidado en quién depositas tu confianza. A falta de ella, la traición se yergue a la vuelta. Sin confianza, las relaciones humanas perecen más pronto que tarde. Vayas a donde vayas, no importa el clima, lleva siempre tu propia luz. Esa luz puede ser tu sonrisa, por ello, nunca dejes de sonreír, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa.
El mejor regalo que puedes dar a alguien es tu tiempo. Porque cuando das tu tiempo, estás dando una parte de tu vida que nunca recuperarás. En mi niñez, mi padre solía decirme: “El tiempo perdido hasta los santos lo lloran”. Y qué mayor bendición que ésta: “Que la vida ponga en tu camino todo lo que realmente te haga feliz, que tus pasos te guíen a donde quieras llegar. Que cuando tropieces, tus alas se abran y alces nuevamente el vuelo. Que tus abrazos sirvan para consolar a quienes quieres de verdad y sean un refugio de consuelo donde puedan descansar y sentirse a salvo. No confíes en las palabras, confía en las acciones. Esos que hablan mucho, hacen poco. Lo vemos en cada contienda electoral, cuando los politiqueros de siempre ofrecen el cielo y las estrellas para obtener el voto. ¡Farsantes!