Por Raymond Zhong y Brad Plumer / The New York Times
Al dar la medianoche el 31 de diciembre, la Tierra terminó su año más caluroso en la historia registrada, dijeron los científicos el 10 de enero. El año más caluroso anterior fue el 2023. Y el próximo llegará pronto: al continuar quemando enormes cantidades de carbón, petróleo y gas, la humanidad prácticamente lo ha garantizado.
La temperatura promedio récord del planeta el año pasado reflejó las olas de calor primaverales de 40 grados centígrados que duraron semanas y cerraron escuelas en Bangladesh e India. Reflejó los efectos de las cálidas aguas del mar que turbocargaron los huracanes en el Golfo de México y los ciclones en Filipinas. Y reflejó el verano y el otoño secos que dejaron a Los Ángeles listo este mes a sufrir los incendios forestales más destructivos de su historia.
Pero incluso dentro de esta progresión de años más cálidos, el 2024 destacó de otra manera indeseada. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, fue el primer año en el que las temperaturas globales promediaron más de 1.5 grados centígrados por encima de las que experimentó el planeta al inicio de la era industrial.
El mundo ha tratado durante la última década de evitar cruzar este peligroso umbral. Las naciones consagraron el objetivo en el Acuerdo de París del 2015 para luchar contra el cambio climático.
Sin embargo, aquí estamos. Las temperaturas globales fluctuarán un poco, como siempre lo hacen, razón por la cual los científicos a menudo analizan el calentamiento promedio durante periodos más largos, no sólo un año.
Pero incluso bajo ese estándar, mantenerse por debajo de 1.5 grados luce cada vez más inalcanzable. A nivel mundial, pese a los cientos de miles de millones de dólares invertidos en tecnologías de energía limpia, las emisiones de dióxido de carbono alcanzaron un récord en el 2024 y no muestran signos de disminuir.
¿Y si se hubiera empezado antes?
Si los países hubieran comenzado a reducir las emisiones en el 2005, podrían haber hecho recortes graduales para limitar el calentamiento a 1.5 grados.
A partir del 2015, cuando se adoptó el Acuerdo de París, se habrían requerido recortes más pronunciados.
A partir de hoy se requerirían recortes tan drásticos que en esencia parecen imposibles.

El umbral de 1.5 grados nunca fue la diferencia entre la salvación y la ruina. Fue una cifra negociada por gobiernos que intentaban responder a una gran pregunta: ¿Cuál es el mayor aumento a la temperatura global —y el nivel asociado de peligros, ya sean olas de calor, incendios forestales o derretimiento de glaciares— que nuestras sociedades deberían esforzarse por evitar?
El resultado, como especifica el Acuerdo de París, fue que las naciones aspirarían a mantener el calentamiento “muy por debajo” de los 2 grados centígrados, mientras “realizaban esfuerzos” para limitarlo a 1.5 grados.
Incluso en ese entonces algunos expertos consideraron que este último objetivo era poco realista, porque requería recortes de emisiones muy profundos y rápidos. Aun así, Estados Unidos, la Unión Europea y otros gobiernos lo adoptaron como guía para la política climática.
Christoph Bertram, profesor asociado de investigación en el Centro para la Sostenibilidad Global de la Universidad de Maryland, dijo que la urgencia del objetivo de los 1.5 grados impulsó a empresas de todo tipo —fabricantes automotrices, cementeras y empresas eléctricas— a comenzar a pensar detenidamente sobre lo que significaría reducir a cero sus emisiones para mediados de siglo. “Sí creo que eso ha llevado a medidas serias”, dijo Bertram.
Pero la elevada aspiración del objetivo de los 1.5 grados también expuso profundas diferencias entre las naciones.
China e India nunca respaldaron el objetivo, puesto que les exigía frenar su uso de carbón, gas y petróleo a un ritmo que, dijeron, obstaculizaría su desarrollo. Los países ricos que estaban batallando para reducir sus propias emisiones comenzaron a asfixiar el financiamiento en el mundo en desarrollo para proyectos de combustibles fósiles que eran económicamente beneficiosos. Algunos países de bajos ingresos sintieron que era profundamente injusto pedirles que se sacrificaran por el clima, dado que fueron las naciones ricas —y no ellas— las que habían producido la mayor parte de los gases de efecto invernadero que ahora calientan al mundo.
“El objetivo de los 1.5 grados ha creado mucha tensión entre los países ricos y pobres”, dijo Vijaya Ramachandran, directora de energía y desarrollo en el Breakthrough Institute, una organización de investigación ambiental.
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