Poco antes del Día de Acción de Gracias en 2010, los líderes de la comisión que el Presidente Barack Obama había designado para investigar el derrame petrolero de Deepwater Horizon en el Golfo de México se sentaron en la Oficina Oval para presentarle un informe.
Después de escuchar sus conclusiones sobre el accidente de BP y la seguridad de la perforación en aguas profundas, el presidente cambió abruptamente de tema.
“¿Qué saben del Ártico?”, preguntó.
William K. Reilly, exjefe de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) y copresidente de la comisión, quedó asombrado, al igual que Carol M. Browner, máxima asesora del presidente en ese tiempo sobre energía y cambio climático.
Aunque una propuesta de Shell para perforar en el Ártico había sido fuente de disensión, no era un importante tema de atención para el trabajo del comité.
“No son aguas profundas, ¿verdad?”, dijo el presidente, señalando que la propuesta de Shell involucraba pozos de baja presión en 46 metros de agua, nada que ver con el pozo de alta presión de 1,500 metros de BP que estalló en el golfo.
“Lo que eso me reveló”, relató Reilly posteriormente, “fue que el presidente ya había analizado a profundidad el tema y estaba dispuesto a ir más allá”.
Salvo un recurso legal de último minuto exitoso por parte de grupos ambientales, Shell empezará a perforar pozos de prueba frente a la costa del norte de Alaska en julio, abriendo una nueva frontera en la exploración petrolera nacional y acelerando una fiebre mundial por aprovechar los recursos incalculables debajo del océano congelado.
Es un momento de importantes promesas y considerables peligros.
Expertos de la industria y funcionarios de seguridad nacional consideran al Ártico alaskeño como la última gran exploración petrolera nacional, una que con el tiempo el país dé un paso gigantesco hacia el fin de su dependencia del petróleo extranjero.
Pero muchos nativos de Alaska y activistas ambientales dicen que la perforación amenaza a la fauna y las costas prístinas, y perpetúa la dependencia de la nación de combustibles fósiles sucios.
Al aprobar la acción de Shell en el Ártico, Obama continúa sus esfuerzos por equilibrar los intereses empresariales y ambientales, al parecer proyecto a proyecto.
Complació a los ecologistas al retrasar el ducto Keystone XL desde Canadá y adoptando firmes estándares sobre el aire para las plantas de energía, sin embargo también ha complacido a los intereses empresariales al rechazar un estándar de ozono considerado demasiado costoso para la economía.
Y, ahora, el presidente está redactando un nuevo capítulo en la transformación energética en desarrollo de la nación, en este caso en beneficio de los productores de combustibles fósiles.
“Nunca habríamos esperado de un presidente demócrata –ya no digamos uno que busca ser ‘transformador’– que abriera el océano Ártico a la perforación”, dijo Michael Brune, director ejecutivo del Sierra Club.
La exploración en el Ártico de Shell ha consumido siete años y 4,000 millones de dólares a lo largo de dos períodos presidenciales.
Otras compañías petroleras ya se están formando para unirse a Shell en el Ártico, el cual, según ejecutivos, eventualmente produciría un millón de barriles diarios de crudo; o más de 10 por ciento de la producción nacional actual.
Entre los Inupiat que viven más cerca del propuesto sitio de perforación, el proyecto sigue generando tensión y debate. Aunque dependen de la producción de petróleo para los empleos y los ingresos fiscales, dependen del océano para muchos de sus alimentos y su cultura.
“Me preocupa porque vivimos del océano, la ballena boreal, la beluga, la morsa, la foca barbuda”, dijo Tommy Olemaun, presidente de la Aldea Nativa de Barrow, una organización tribal esquimal. “El océano es nuestro jardín”.
El mundo natural tiene un atractivo místico para los casi 5,000 esquimales de la Ladera Norte, donde los patrones de migración de la ballena boreal dictan el ritmo de vida. Todas las otras actividades se detienen cuando los Inupiat cargan sus botes de piel de foca con arpones.
La carne de ballena es cortada en la playa y compartida entre la comunidad junto con relatos míticos de ballenas que renunciaron a su libertad por alimentar a la gente.