Nueva Zelanda.-El haka, la poderosa danza maorí cargada de energía y significado cultural, pasó de ser una expresión ritual reservada para ocasiones sagradas, a un símbolo de resistencia.
Esta emblemática tradición se ha visto envuelta en una polémica política sin precedentes. En noviembre pasado, tres legisladores del partido maorí realizaron un haka dentro del Parlamento neozelandés como señal de protesta. Lo que para algunos fue una manifestación legítima de resistencia pacífica, para otros constituyó una interrupción amenazante dentro de un espacio institucional.
El hecho provocó una profunda división entre los miembros del Parlamento. Mientras unos defienden el derecho de los representantes maoríes a expresar su desacuerdo a través de una práctica cultural propia, otros argumentan que se violaron normas de respeto y orden parlamentario, por lo que impulsaron una votación para imponer sanciones.
Dicha votación, prevista para este martes, fue suspendida inesperadamente, evidenciando la dificultad del gobierno para construir un consenso.
El debate no solo sigue abierto, sino que amenaza con entorpecer el curso legislativo del próximo mes, ya que la decisión fue pospuesta para junio sin una solución clara a la vista.
Mientras tanto, el conflicto ha trascendido los muros del Parlamento. A las afueras del edificio legislativo, cientos de manifestantes se congregaron este martes para mostrar su apoyo a los legisladores maoríes. Al ritmo de un haka colectivo, recibieron a los parlamentarios con fuerza y unidad, reafirmando que esta danza ancestral sigue siendo una herramienta de expresión profunda.
Este episodio ha reavivado preguntas esenciales sobre la representación indígena, el uso de símbolos culturales en la política y los límites del protocolo parlamentario. ¿Hasta qué punto puede una manifestación cultural ser parte del debate democrático? ¿Y quién decide cuándo un acto tradicional se convierte en una falta?
Por ahora, el haka sigue generando ecos tanto dentro como fuera del Parlamento. Lo que es indiscutible es que esta danza, más allá de su carga simbólica, continúa siendo una expresión viva, poderosa y, en este caso, políticamente significativa.