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Una despedida a Pompeyo del Valle, figura literaria indeleble

El poeta falleció en la ciudad de Comayagua la noche del miércoles 22 de agosto a los 89 años de edad. Con su partida deja un profundo vacío en la memoria cultural de la patria que hoy lo llora

24.08.2018

Tegucigalpa, Honduras
Honduras sigue perdiendo. La muerte de Pompeyo del Valle es un duro golpe para la literatura del país porque partió el último pilar de la Generación del 50, y como expresó el escritor e historiador Albany Flores Garca, se fue “la última gran voz poética de una generación dorada”.

La grandeza de un escritor no está en su afán de gloria, y Del Valle lo sabía, está en la letra que trasciende, en la voz que se alza entre tanta pobreza de cultura y lectura, en el deseo de un poeta de no ser más que eso, poeta, como fin supremo, entendiendo la inmensidad y sencillez de su tarea.

La noche del miércoles 22 de agosto llegó como un mal preludio, que finalmente se manifestó con la muerte del poeta, que ya no seguirá en la búsqueda de esa sencillez con la que atrapaba al lector, que no seguirá con el afán de hacer de la poesía el alimento de su alma y el del alma de quienes abrían y leían las páginas de sus libros.

Murió el hombre que creía en el amor y que creía que la poesía le daba humanidad, por ello luchaba por siempre levantar en sus letras la bandera de la honestidad.

Una leyenda poética
Carlos Lanza despide al poeta recordando la elegancia de su pluma, y como un autor que recogió en sus letras el testimonio vital de su época. “Hombre de convicciones firmes y de una nobleza extraordinaria. Creyó en la libertad de los hombres y mujeres, soñó con un mundo de justicia e igualdad, y en ese afán comprometió su vida siempre, fundó una conciencia crítica en momentos difíciles donde nadie podía admirar el vuelo de un pájaro sin ser acusado de subversivo”, dijo el crítico de arte.

Lanza también rememoró la época en que el escritor sufrió persecución política, cuando la policía el 31 de octubre de 1962, como acción represiva del gobierno de Villeda Morales, irrumpió en su casa, aunque no fue en esa ocasión sino hasta en 1963 que la policía lo capturó, hecho que lo orilló al obligado exilio en México y posteriormente en Europa, mientras en Honduras se prohibían sus libros.

Foto: El Heraldo

Pompeyo del Valle obtuvo varios reconocimientos a lo largo de su vida, entre ellos el Premio Ramón Amaya Amador, el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa y la Hoja de Laurel de Oro. Foto: El Heraldo.



Sobre esto el crítico de arte señaló: “Supo de la cárcel y la persecución constante, por eso encontró en la poesía y en la narrativa el espacio más hermoso para hablar de la esperanza sin sentirse humillado, la palabra fue en Pompeyo del Valle su templo y su consuelo, allí en la palabra nos devolvió la dignidad a todos. Gracias maestro, que las generaciones presentes y futuras sepan venerar su nombre”.

La Generación del 50
Cuando murió Óscar Acosta, Pompeyo del Valle, de andar lento y semblante doloroso, acompañó a su amigo a su última morada. Ahora él es quien se dirige a la tierra, que no sepultará la grandeza de su poesía. Del Valle es el último miembro de esa generación que se conoció en Honduras como la Generación del 50, integrada por los ya desaparecidos Antonio José Rivas, Óscar Acosta, Pompeyo del Valle, Roberto Sosa, Nelson Merren, Óscar Castañeda Batres, Felipe Elvir Rojas, David Moya Posas, Héctor Bermúdez Milla, Jaime Fontana, Miguel R. Ortega, Filadelfo Suazo, Ángel Valle, Justiniano Vásquez y Armando Zelaya. Ellos fueron los creadores de una poesía que rompió los moldes y colocó a Honduras dentro de la poesía global.

El poeta Salvador Madrid expresó que para él y su generación Pompeyo del Valle es una “leyenda poética... Su nombre mismo evocaba una saga mítica”.

En sus casi 20 libros publicados, Del Valle dejó la estela de su compromiso con la poesía. En “La ruta fulgurante” la gente aprendió a verlo como el gran combatiente por la libertad, como él mismo dijo en una entrevista de 2012 que le realizó EL HERALDO.

Madrid señaló sobre el poema del mismo nombre que “sin duda, es un manifiesto estético y de amor que nos invita a vivir, a ser felices, resilientes y perseverantes”. Y agregó que esta obra debería estar en todos los libros de las escuelas de Honduras.

En “Ciudad con dragones”, detrás de la ironía de sus letras está, otra vez, el amor, pero “ya no aquel amor apacible, aquel amor quieto, este es un amor doloroso porque es un amor a alguien, a una ciudad, a un lugar, que al poeta le ha hecho daño, y entonces él, sin dejar de amarla, la combate, la combate en sus peores manifestaciones, canta al lado oscuro de ella, las partes lóbregas”, acotó en la citada entrevista.

Sus palabras reflejan la madura y sensible visión que tenía de Honduras, porque era un hombre que en su juventud vislumbraba los cambios sociales como un hecho que no era lejano, que estaba allí, cerquita, y que con los años fue difuminando esa visión, y ya no le pareció que todo estaba tan cerca y se convenció de que las cosas no son tan fáciles, y por eso, desde sus poemas, combatía lo que amaba, combatía a Honduras con gran sencillez y delicadeza, y lo hizo hasta el final de sus días, con la esperanza no satisfecha de ver a este país comenzar un andar diferente. “Pompeyo del Valle se ha marchado al infinito. Su amor por Honduras y su sueño de un futuro esperanzador e igualitario permanecen con las mujeres y los hombres honrados de este país”, manifestó Madrid.

Desaparece el cuerpo del poeta, pero permanece su poesía. Quienes valoraron su obra lo despiden mientras abrazan sus letras. Qué triste su partida, poeta, pero queda la alegría de que la literatura de Honduras se construyó sobre pilares tan fuertes como usted, que ni el olvido ni la desidia podrán destruir, porque son los que sostienen el techo que arropa tanto a los sabios, como a los necios.