Tegucigalpa, Honduras.- Ciertas noches, la música trasciende la escucha: te abraza, te evoca y te espolea. La de este sábado en Tegucigalpa fue una de ellas.
El Palacio de los Deportes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) cautivó a Juan Esteban Aristizábal Vásquez, o simplemente Juanes, que volvió a pisar tierra hondureña tras cinco años de ausencia. Y lo hizo ante un aforo heterogéneo, vivaz y rendido a él, uno de los grandes referentes latinoamericanos.
Su presencia anoche fue el eco de una trayectoria que comenzó con la furia sónica del metal para transformarse en un sonido global. Nacido en Medellín, Colombia, arrancó su camino musical a los 15 años empuñando una guitarra en Ekhymosis, una banda que se adhirió al thrash metal y al hard rock, forjando su identidad musical en riffs cargados de distorsión y tempos acelerados.
Este inicio brutal y enérgico, influenciado por bandas como Metallica, sembró en él una maestría guitarrística que, aunque luego se pulió, jamás se desvaneció. Y esa base rockera es crucial para entender la robustez de su propuesta artística, incluso cuando pivotó hacia el pop, llevando consigo la intensidad y la pericia de un músico de formación estricta y apasionada.
A las 9:40 PM, el colombiano atacó sin resuello con "Mala gente", el hit que lo encumbró regionalmente hace 23 años. La energía no decayó: siguieron enérgicamente "Amores prohibidos", "Nada valgo sin tu amor", "Besos en guerra", "Volverte a ver"... El setlist del Latam Tour 2025 —auténticos himnos de la cultura popular— fue coreado al unísono por un público enfervorecido.
La puesta en escena fue notablemente sobria. Con viarios paneles XL y una iluminación mínima al fondo, la banda —de configuración clásica y vestida de negro, al igual que él— cedió todo el protagonismo a la música. Juanes diseñó el show como si pintara el cuadro de su propia vida, hablando de la importancia de valorar el tiempo y expresando su alegría "de volverte a ver Honduras".
"Qué alegría estar con ustedes, muchachos, y muchísimas gracias", agregó en su primera pausa. Sin rodeos, el artista exhibió una madurez plena: su dominio abrumador de la escena, su tremenda energía y su profunda complicidad con los fans cautivaron a todos los presentes.
Con una humildad que desdice de su genialidad, el compositor navegó por sentimientos intrincados. Su paleta musical es una reconfiguración maestra que integra las ricas texturas del folclore colombiano (cumbia y champeta) con la robustez del rock alternativo y el pop latino.
Su guitarra ya no solo gritaba con overdrive, sino que introducía figuras rítmicas con legatos y acordes acústicos que dialogaban con los ritmos tradicionales, logrando un balance perfecto e irresistible.Álbumes fundamentales como "Un día normal" (2002) y "Mi sangre" (2004) se convirtieron en la columna vertebral de la noche.
Casi como un testamento de su capacidad de crear himnos emotivos y técnicamente sofisticados que resonaron en todo el planeta. Sonaron himnos como "Para tu amor", "La camisa negra", "La paga", y, especialmente, "A Dios le pido", la popular canción que hunde sus raíces en la guasca tradicional de Medellín.
La obra de Juanes es una clase magistral de composición, donde la guitarra eléctrica motoriza las melodías, pero siempre al servicio de letras introspectivas que abordan desde el conflicto social hasta las complejidades del amor.
El repertorio incluyó guiños a la cultura popular latinoamericana con versiones de "Bésame mucho", "Querida" y la memorable progresión de acordes que comparten "Twist and Shout" y "La Bamba".
Anoche, con un setlist que recorrió todas sus épocas, quedó evidenciada la destreza de Juanes como un artista que se ha negado a estancarse, nos deleitó y se reafirmó como embajador indiscutible del rock en español y de la cultura latinoamericana ante el mundo.