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El intimismo, un arte que se complace en el vacío

Un arte que ignora la herida que estremece a este mundo puede hablar de su existencia, pero no puede apropiarse de la historia

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18.08.2018

Tegucigalpa, Honduras
“En el fondo del indolente, del escéptico, no hay sino capitulación y egolatría, rehúyen las contingencias de la lucha para no exponerse a sus heridas”.
Alfonso Guillén Zelaya

En las últimas dos décadas se ha observado una constante en el arte hondureño: su descontextualización social.

Son escasos los artistas que vinculan su trabajo con los grandes y graves problemas de la existencia humana. La crisis del golpe de Estado y sus consecuencias políticas y económicas no generó mayores inquietudes estéticas en los artistas; tampoco la lucha de los “indignados”, más conocida como “la marcha de las antorchas”, implicó mayor compromiso desde el arte y por si fuera poco, la crisis poselectoral que se inició el 29 de noviembre de 2017 tampoco significó el surgimiento de una vertiente crítica desde el arte.

Sin duda en todos los procesos señalados hubo posiciones críticas, pero no fue lo que primó en la coyuntura.
Esta falta de compromiso no es casual, también está signada por la época; la mayor parte de esta producción “intimista” es heredera del fin de la Guerra Fría. Con la caída del muro de Berlín se inició un reacomodo de fuerzas conocido como Nuevo Orden Mundial, este período ha tenido como telón de fondo un falso fundamento: el fin de las ideologías, el fin de la historia y la desaparición de la lucha de clases.

Entramos a esta era posmoderna que se regodea en la cultura light, en los lenguajes anémicos y en el espectáculo como forma de vida. Bajo esta visión del mundo, se despojó al arte de todo sentido crítico, las decisiones estéticas dejaron de pasar por la avenida del arte social y políticamente comprometido y saltaron al abismo de la indiferencia, al vacío existencial que como un agujero negro consume energías y voluntades, de esta manera, se dio paso a un arte “intimista” que se ahoga en las artimañas de sus propios códigos.

“Cacerólica”, de Adán Vallecillo. Es, a mi juicio, una de las obras de arte contemporáneo que ha sabido leer con claridad los signos de la época, habla de una alienación tan brutal que deja la cacerola vacía para atender la falsa necesidad de la tecnología.

“Cacerólica”, de Adán Vallecillo. Es, a mi juicio, una de las obras de arte contemporáneo que ha sabido leer con claridad los signos de la época, habla de una alienación tan brutal que deja la cacerola vacía para atender la falsa necesidad de la tecnología.



El intimismo es un arte de espaldas a la historia, vive de un lamento posado, cómodo y tan secreto que nadie escucha. De “El grito”, de Edvard Munch, solo queda la mueca de un eco que se disuelve en el tiempo: el intimismo ya no grita, lloriquea en el vacío.

En los años ochenta, los artistas impulsaron un programa cuyo antecedente inmediato fue el Taller de La Merced, que desde el último quinquenio de los años setenta postuló una estética socialmente demoledora en una doble perspectiva: como renovación del lenguaje artístico y como testimonio de una época signada por dictaduras militares; sin embargo, es en los años 80 donde este programa alcanza su madurez y se inserta en el panorama político y estético de la región centroamericana. Hace falta evaluar los resultados artísticos de la década de los 80, de lo que no existe duda es de su carácter irreverente, crítico, irónico y anclado en lo más profundo de la conciencia de su época.

Arte comprometido no es sinónimo de lenguaje “crudo”
Cuando planteamos la necesidad de que el arte respire los signos de su época y se baje de su torre de marfil para contaminarse de pueblo, no estoy afirmando que se torne panfletario, eso sería retroceder.

Un arte revolucionario debe comenzar por ser ante todo revolucionario en su lenguaje expresivo o representativo. Considero que toda renovación temática debe estar sustentada en una revolución de los modos y medios artísticos. Lo curioso es que este arte “intimista” que habla de sí mismo con una licencia de neutralidad que asombra, ni siquiera se tira al vacío con el paracaídas de un nuevo y reconfortante lenguaje.

El arte intimista es un arte que generalmente se complace en pintar mujeres idealizadas o habla de la muerte de los bosques, pero no incrimina al talador, pinta guaras porque confunde identidad con cultura de souvenir, pinta rostros bellos pero carentes de expresión humana, el artista intimista tiende a lavar sus pinceles en las aguas cristalinas de los ríos o pinta cielos sin nubarrones amenazantes, incluso puede llorar cuando pinta al niño desnutrido aunque considere una impertinencia denunciar al sistema que lo hace hambrear, y por si fuera poco, estos trabajos son tratados con una sintaxis formal alienante y gastada. Cuando deciden ofrecernos su dolor metafísico, lo hacen bajo almidonadas fórmulas barrocas o bajo los parámetros de una figuración insulsa, carente de vitalidad.

“La conferencia”, de Jacob Grádiz. Tuvo la osadía (poco común ahora) de hacer esta obra en un lugar prohibido de la antigua Casa Presidencial, pero el artista se sostuvo y nos ofrece a un político cuya personalidad se resquebraja y disuelve en el poder.

“La conferencia”, de Jacob Grádiz. Tuvo la osadía (poco común ahora) de hacer esta obra en un lugar prohibido de la antigua Casa Presidencial, pero el artista se sostuvo y nos ofrece a un político cuya personalidad se resquebraja y disuelve en el poder.



Un arte de denuncia social no puede sustentarse en la crudeza de su lenguaje, si la obra se presenta como espacio plástico regido por las leyes de un lenguaje artístico exigente, nos dirá aún más de lo que miramos en ella, nos llevará por caminos inesperados, revelará la fuerza de la imaginación, invitará a la reflexión que de pasiva pasará a ser crítica, nos llevará a nuevas conexiones con la realidad, subvertirá las simples relaciones de asociación a las que ya estamos acostumbrados y exigirá para sí un nuevo comportamiento analítico; el proceso señalado es el que reivindicamos como revolucionario en el arte. Tampoco estoy planteando que el arte vinculado al contexto social tiene que ser figurativo, muchas veces el arte que renuncia a la figuración tiene más intensidad significativa en términos ideológicos y políticos.

Hacia un arte trazado en la herida del mundo
Es decisión de un artista hacer lo que desee con su trabajo, no hay problema, lo que diga o no diga será sancionado por la cultura de su época y, sobre todo, por la historia; está claro que sus decisiones lo harán trascender o, por el contrario, lo harán volar por los aires como una hermosa pluma de quetzal, es decir, con mucho color pero con poco peso.

No debe confundirse “arte intimista” con ausencia o evasión. Hay artistas que van hacia la soledad, pero la soledad solo es un estado del espíritu en la que nos refugiamos para ver la claridad del alma, para atender desde nuestra visión más profunda la agonía humana y nuestra propia agonía.

Todos tenemos nuestro Getsemaní, ese espacio único y personal donde al sudar nuestra propia sangre, sudamos la sangre del otro, eso no es intimismo, es la búsqueda de nuestra propia herida para encontrarnos en la herida del mundo.

Necesitamos entender que el arte no es una isla, al contrario, es una construcción social, podemos hablar de nuestro “yo interior” sin olvidar que existe un “yo colectivo”; el poeta John Donne ilustra esta tesis con sorprendente visión: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Esta época cruzada por la corrupción y la más desalentadora explotación humana, en esta coyuntura alimentada por una acelerada destrucción del planeta, estamos llamados a asumir retos impensables, pero, precisamente, es esta dimensión riesgosa e impensable la que nos obliga a ser audaces desplegando lo mejor de nuestra razón e intuición, categorías propias para el desarrollo de un arte que destroce los códigos culturales de un sistema opresivo y, al mismo tiempo, nos lleve a imaginar el vuelo de un pájaro herido que no renuncia al horizonte.

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