Tegucigalpa, Honduras.- La historia recuerda aquella noche fría en la que María y José llegaron a Belén, envueltos en el silencio, la fe y la esperanza. Sin embargo, una multitud se encontraba en el lugar y ninguna puerta se abrió para darles posada. La única opción fue un humilde establo, entre animales, donde nació el niño anunciado por el arcángel Gabriel, a quien María envolvió con ternura y acostó en un pesebre.
Este pasaje sagrado permanece vivo en la memoria del pueblo y se revive cada diciembre a través de las posadas navideñas. Aunque expertos consideran que, a partir de los años 60, esta tradición ha ido disminuyendo, los capitalinos aún recuerdan con fe la celebración mediante los nacimientos, donde la solidaridad y la esperanza iluminan la Navidad.
Esta conmemoración se mantiene viva entre los capitalinos a través de las llamadas posadas, que se realizan cada año como parte de las fiestas decembrinas, heredadas de generación en generación en Tegucigalpa y Comayagüela.
Historiadores e investigadores se refieren a las posadas como una expresión religiosa profundamente arraigada en la historia del cristianismo. Como explica Nelson Carrasco, del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH), “las tradiciones navideñas son un conjunto de prácticas orientadas a festejar el nacimiento de Jesucristo”.
Carrasco detalla que las posadas corresponden a una novena celebrada antes de la Navidad, distinta a otros rezos por su carácter festivo, ya que “son oraciones de alegría y de espera durante los nueve días previos al nacimiento de Jesús. Esta práctica se extendió especialmente en América Latina, donde en la América Hispana se conforma con la conquista y se combina con tradiciones de los pueblos indígenas”.
El historiador recuerda que Tegucigalpa era considerada uno de los lugares donde las posadas se celebraban con mayor tradición las posadas, especialmente porque las casas con nacimientos se convertían en centros de reunión comunitaria.
Según el experto, las celebraciones se acompañaban de villancicos y cantos, algunos propios de Tegucigalpa. Al llegar a cada vivienda, los participantes eran recibidos con alimentos, dando paso al surgimiento de una gastronomía navideña nacida de la convivencia.
Esta gastronomía surgió de la necesidad de atender a los feligreses que llegaban a las casas y, con el tiempo, se consolidaron platillos tradicionales como el ayote en miel, rosquillas en miel y nacatamales, ofrecidos como parte del recibimiento de la posada.
No obstante, Carrasco señala que a partir de las décadas de 1950 y 1960 la práctica comenzó a disminuir por diversos factores, entre ellos el avance de nuevas corrientes religiosas. “La llegada de las iglesias protestantes provocó que algunas personas abandonaran estas prácticas”, explicó.
El crecimiento urbano también transformó la forma de celebrar las posadas, ya que “fue segregando barrios y la celebración dejó de realizarse como antes en el centro de Tegucigalpa”. A ello se sumó la inseguridad, un factor que impactó directamente en la convivencia comunitaria.
A pesar de estos cambios, Carrasco sostiene que la tradición no ha desaparecido, sino que se ha transformado: “las costumbres continúan, pero evolucionan como toda manifestación cultural, ya que no están centradas solo en las iglesias coloniales, sino en cada espacio urbano y rural”.
Desde el ámbito cultural, Luis Lozano, representante del Centro de Arte y Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (CAC-UNAH), coincide en que esta práctica sigue vigente en la capital. Explica que “las posadas se desarrollan en barrios y zonas vinculadas a congregaciones católicas”, donde aún persiste el sentido comunitario.
Lozano menciona que la tradición se mantiene en barrios antiguos como Villadela, Perpetuo Socorro y Bellavista, aunque reconoce que ya no se celebran con la misma magnitud ni efervescencia de años anteriores, debido principalmente a la inseguridad y a la pérdida de confianza entre vecinos.
Recuerda que antes estas celebraciones incluían comidas, música y convivios abiertos, y destaca una práctica hoy desaparecida: “la del Niño Perdido, que era una de las celebraciones más importantes y que actualmente ya no se practica”.
Asimismo, señala que en Comayagüela estas tradiciones eran más fuertes antes del huracán Mitch, en 1998, cuando la vida comunitaria se concentraba en el centro histórico, particularmente en la calle Real, frente al parque La Libertad.
Lozano concluye que “cuando las personas migran a otros espacios, llevan consigo una extensión de sus tradiciones y existe una resistencia a dejarlas morir; por ello, aún se conservan vivas en Tegucigalpa y Comayagüela”, como parte del patrimonio cultural que cada diciembre vuelve a encender la memoria y la fe de la ciudad.