Lepaterique, Francisco Morazán.- Fue un viaje al corazón de la cultura lenca para conocer una tradición ancestral que palpita con la historia, la fe y la identidad de los pueblos de Lepaterique y Ojojona: el guancasco o paisanazgo.
Este viaje en el que se vivió el encuentro de dos pueblos, Lepaterique y Ojojona, fue una oportunidad para conocer el significado de una práctica que es mucho más que una simple procesión religiosa. Es un espejo donde se reflejan siglos de historia, desde tiempos prehispánicos hasta nuestros días.
Según Óscar Rápalo Flores, quien investigó sobre el guancasco para el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) en 2008, para entender esta tradición hay que remontarse a la era precolombina, cuando la sociedad lenca ya era estratificada.
Existía un principal señor o cacique, que heredaba su cargo por ser el hijo mayor de una familia de linaje noble. La vida giraba en torno a la agricultura de subsistencia, con cultivos vitales como el maíz, el frijol y el algodón. La guerra era frecuente, utilizada para capturar esclavos y conquistar tierras.Sin embargo, entre las contiendas surgían momentos de “paz acordada”, conocidos como guancascos.
Estos eran actos de paz entre grupos vecinos de lengua común, que permitían el intercambio comercial de productos como sal, aves y cacao.Por su parte, Anne Chapman, antropóloga franco-estadounidense, define el guancasco como una costumbre de origen lenca de la época prehispánica: un verdadero acto de paz entre señoríos.
Sin embargo, el guancasco que ocurre cada 25 de julio entre Lepaterique y Ojojona es una manifestación de hermandad y paz entre dos pueblos vecinos que celebran visitas recíprocas de imágenes religiosas, como el patrón Santiago y San Sebastián.
Estas son llevadas por las autoridades religiosas locales, acompañadas de músicos y parte del pueblo, para visitar a su vecino en el día de su celebración.Este guancasco es diferente al que se celebraba en el siglo XVI, según lo cita el historiador Rápalo Flores, ya que la conquista fue la causa de una profunda transformación cultural.
Fue en este período, con la llegada de los españoles y la evangelización por parte de la orden mercedaria en el occidente de Honduras, que el guancasco comenzó a transformar sus costumbres. Los orígenes de la religiosidad popular lenca, que incluye el guancasco, se remontan a la conversión al catolicismo en los siglos XVI y XVII, como parte de un proceso de profunda transculturación.
Fue en ese momento de la historia que se perdieron algunas costumbres y se originaron otras, por lo que el guancasco se convirtió en un símbolo vivo del sincretismo religioso y cultural producido por la dominación hispánica.
Lepaterique celebra su guancasco el 25 de julio de cada año, donde recibe con júbilo a los hermanos de Ojojona exactamente en el lugar llamado Los Ranchos.
“Aquí es el lugar donde esperamos a los hermanos de Ojojona, cuando ellos se acercan nos avisamos por medio de cohetes, es el medio de comunicación que cuando ellos vienen cerca nosotros salimos con la imagen y vamos al encuentro de la imagen de Ojojona”, explicó Freddy Cervellón, historiador local del municipio de Lepaterique.
En este lugar se realiza el tradicional brindis con chilate, que es una bebida de maíz, ancestral utilizada por los indígenas, pero con la llegada de los españoles, la rosquilla en miel pasó a formar parte de esta tradición del compartir en el guancasco.
Otro elemento que acompaña a esta costumbre es la música, que es interpretada por un cuerpo de cajeros. Los instrumentos son tambores tradicionales, hechos de manera artesanal con madera u otro material. Están forrados con piel de animal tensada mediante cuerdas.
En sus orígenes, estos tambores eran forrados con piel o cuero de coyote, pero como ahora es más difícil de conseguir, son hechos con piel de ternera, por su contextura suave y buen sonido.
Registros de 1878
El historiador e investigador del IHAH, Nelson Carrasco, recordó que desde el 27 de febrero de 1878 hay registros históricos del guancasco entre Lepaterique y Ojojona. Carrasco explicó que, según la tradición oral y otros documentos, esta celebración inició como un pacto de paz entre comunidades.
“Aunque no hay fecha exacta de cuándo inició el guancasco, para finales del siglo XIX, Lepaterique y Ojojona tienen registros de que practicaban el guancasco, pues ya eran municipios”, expuso el experto.Esta manifestación cultural trae consigo otras tradiciones integradas, según lo que mencionó Carrasco, como el chilate y la danza, que son parte de estas costumbres ancestrales.
“En la zona central de Honduras, el guancasco más relevante es el que se realiza entre Ojojona y Lepaterique porque tienen una cantidad de símbolos, prácticas que van asociadas al guancasco. Entre estas, la música, la danza, los pasos que hacen los caporales y la gastronomía”, enumeró el entrevistado.
Para el experto, el guancasco es una práctica que incluye casi todos los elementos del patrimonio cultural inmaterial, es decir, es muy íntegra.El guancasco es una tradición que atraviesa los siglos, una danza de memorias tejidas entre tambores y corazones.
Es el abrazo ancestral entre pueblos que, a través del polvo de los caminos y el aroma del chilate que hace que el encuentro de Lepaterique y Ojojona sea más dulce y agradable para compartir entre hermanos cada 25 de julio, bajo un mismo cielo que vio a los antepasados llegar a Los Ranchos bajo el mismo acto de fe por la paz.