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Salvador Madrid: La red nuestra de cada día

Aunque gran parte del mundo tiene acceso a internet y a los móviles, muy pocos comprenden su naturaleza y casi siempre se utiliza de forma irresponsable, basada en distracción, entretenimiento, una pérfida inquietud de desperdiciar el tiempo y la vida

04.04.2020

La pandemia del coronavirus ha apresurado las discusiones pendientes para plantearnos la idea de un futuro donde todo fluye a través de la conexión en la red, volviéndonos parte del gran juego virtual, totalmente desterritorializado, con un lenguaje común, nuevos códigos y símbolos.

Una suerte de universo estandarizado, es decir, la gran promesa de la democracia, pero también el gran señuelo de los totalitarismos y del fascismo. En el siglo XX la ficción proponía miradas de lo tecnológico como una prolongación del cuerpo, también propuso lecturas de vericuetos más complejos, por ejemplo, la vigilancia social, la pérdida de la privacidad o de la intimidad, el control obsesivo, la duda de las fuentes de conocimiento, el pánico social como anzuelo para que creamos en la necesidad del Estado y de la existencia del poder.

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En estos relatos sociales hay un poder, visible o camuflajeado, que manipula la vida; en la “Trilogía de los sonámbulos” de Broch es la transición del capital y la transformación de la clase dominante, en “El castillo” de Kafka es el sistema social y cultural minimizando al individuo, en “1984” de Orwell es la vigilancia, la manipulación política, la morbosidad del poder, y en el panóptico de Foucault es el poder que gestiona su control invadiendo o permeando todos los aspectos de los seres humanos (no sólo sociales, culturales, sino sexuales) hasta aplastarlos por el miedo que finalmente no le permite al hombre y a la mujer liberarse y más bien autorregulan su comportamiento para no ser “castigados”.

Si usted no cree esto, vea Honduras en la actual crisis sanitaria: los políticos suplantan a los científicos, un activista que no terminó la educación media desautoriza a un estudioso con dos doctorados en ciencia, el Gobierno no protege, manipula y aprovecha la crisis para controlar, violenta los Derechos Humanos, los laborales, extrae miles de millones de lempiras cuyo destino nunca será fiscalizado, impone la desinformación, el terror y las pocas ayudas que llegan a las comunidades sólo se entregan a los correligionarios del partido de poder. En conclusión, hay una manipulación de conciencias que no nos permite ver que la gran peste que estamos sufriendo los hondureños no es el coronavirus sino la putrefacción del régimen más obsceno y corrupto de la historia de Honduras.

En la crisis no se toman medidas para proteger los derechos sino para debilitarlos.

No importa el dios que se levanta y manipula, lo cierto es que la red también puede ser un gran panóptico con la diferencia que el futuro nos sorprendió pronto y que ingresamos a la red no por alguna condena, sino por voluntad propia. Sí, la hemos admitido o invitado a ser nuestro ángel de la guarda.

La idea de estas palabras no es satanizar la tecnología, ni la virtualidad, ni mucho menos decir que es mala, sino más bien reflexionar en la medida de nuestras posibilidades, cuál será el nuevo mundo en el que nos moveremos: viviremos en la red, viviremos con la red o viviremos en red, tres opciones que son determinantes para comprender y dimensionar cómo será el futuro.

Vivir en la red significaría ceder toda nuestra humanidad y ser maleables, piezas que otros mueven, deshumanizarnos totalmente a cambio de un falso mundo hedonista.

Vivir con la red implica negociar con el poder y aceptar la vigilancia como seguridad. Esto es letal, pues la vigilancia no certifica la seguridad o la consumación de la perversidad, seguiríamos siendo ratas de un gran laboratorio social como somos hasta el momento.

Si vivimos en red, tendremos la oportunidad de resistir, ser exploradores, aventureros, ser idóneos para crear, cambiar, interactuar, sabiendo que somos un universo en relación con millones de universos, capaces aún de brillar como estrellas independientes y como constelaciones, junto a otros, cuando sea necesario, creando lenguajes universales con las palabras y símbolos de nuestro origen.

Tan hermosa será una aurora boreal virtual como una artesanía lenca, un cuento oral en lengua garífuna como un poema experimental en lengua francesa, porque las comunidades que viven en red interactúan y, desde luego, disienten entre ellas y con el poder que no tendrá espacio para el silencio pues la información será un bien común.

Es un mundo utópico, quizá, pero por qué no arriesgarnos, igual de utópica es la democracia y aquí estamos soportando a los tiranos con la esperanza que un día del futuro las mujeres y hombres de bien liderarán un mundo más justo.

Hasta hoy, saber utilizar la red es un privilegio de una clase social que tiene acceso a los bienes de la educación y la cultura. Además, aunque gran parte del mundo tiene acceso a internet y a los móviles, muy pocos comprenden su naturaleza y casi siempre se utiliza de forma irresponsable, basada en distracción, entretenimiento, una pérfida inquietud de desperdiciar el tiempo y la vida.

La madre red nos ha traído grandes relatos del mundo, nos abrió otros espacios, acortó distancias, tiempo, nos dio acceso a lo que era imposible: bibliotecas virtuales, arte, ciencia, manuales para hacer cualquier tarea, universidades virtuales, espectáculos, pero también vino con su séquito de pornografía infantil, fraude, tráfico, superficialidad o mediocridad informativa.

La audacia de la red aún no ha podido suplantar la presencia del hombre y la mujer como los grandes hacedores de relatos, símbolos y el orgánico poder de transmitir cultura, sino de ser solo su soporte. No ha garantizado totalmente el acceso a los bienes universales del conocimiento; la gente ve lejana esa idea que la red también es cultura, que ahí hay un universo que no sólo entretiene, sino que puede formar y hacernos seres humanos luminosos.

La red tampoco ha mejorado la calidad de la información y en materia de cultura o arte, a pesar de la pirotecnia, de la democratización y la apertura a la expresión (al menos como canal) no ha rebasado la autenticidad y la calidad; es decir, por muchos “like” y reproducciones, usted podrá diferenciar entre un poema de Zurita y otro de un farsante.

Olvidan quienes se ven como pulpos virtuales clarividentes que hay que cultivar la tierra, procesar la leche, hacer llegar la electricidad, construir sus casas, dar mantenimiento a sus conexiones y plataformas, mantener bien equipada la nevera para los miles de lectores volátiles que se desesperan queriendo llenar su vacío existencial con recreos virales o con datos fáciles de la pseudo ciencia o la pseudo cultura. O quizá se ven a sí mismos al servicio del poder como los nuevos dioses u oráculos por sobre la multitud. Eso es preocupante, pues en vez de avanzar a desterritorializar el mundo virtual estamos creando guetos virtuales, submundos de bárbaros especialistas, clanes tecnológicos, grupos de juego, privilegiados culturales, clubes de gente bien, guerrillas virtuales, una suerte de bestiario del futuro donde el divisionismo será peor que en estos días y donde el verdadero conocimiento y la genuina información estará oculta entre laberintos de datos inútiles, ya que unas pocas personas sabrán cómo obtenerla con el objetivo de acumular autoridad.

Creo que la reflexión también debe orientarse a la nueva conceptualización de trabajo, a las relaciones de dominio, al peligro del lenguaje instrumentalizado, al surgimiento de nuevas versiones del fascismo que ha mutado y se ha apropiado del idioma de la justicia: no es raro que las derechas tengan agendas cuyo vocabulario se construya con palabras progresistas. El obrero no será reemplazado sino convertido en una suerte de esclavo con una conceptualización de “derechos” más cercano a la extorsión institucionalizada, custodiada por grandes corporaciones militares, cultos religiosos y adeptos a nuevos relatos y símbolos propios del fascismo. (Todo fascismo, todo totalitarismo, toda dictadura, jamás promete la muerte, promete el cielo, la liberación y la igualdad).

La realidad seguirá siendo la materia prima de la ficción, aunque los humanos nunca viviremos en la ficción. Es posible (como sucede en algunos procesos psicológicos donde nos inventan recuerdos y luego creemos en ellos y hasta tenemos nostalgias reales) que nos convirtamos (¿ya lo somos?) en seres manipulados, ya no sólo por el márquetin, el sistema de pensamiento o la religión, sino desde la cibernética; es probable que la siguiente transición sea así y que no tenga resistencia de parte de millones de personas.

Pero si conocemos la ficción, si hacemos de la creatividad y de la imaginación parte de nuestros productos de sobrevivencia, tendremos la oportunidad de transformar nuestro mundo cotidiano y mental para no perder la prenda más hermosa de nuestra vida: la conciencia, esa mayor virtualidad humanizada, siempre en evolución, que nos ha permitido sobrevivir en diferentes crisis y contextos. En la red no será diferente.

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