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¿Qué es el miedo?

Hay miedos de siempre que parecen formar parte del ser humano y de su equipaje psicogenético, que lo acompañan de la cuna a la sepultura, durante toda su existencia

06.05.2012

Vivimos en el mundo del láser, de los aceleradores de partículas, de la transmisión de imágenes por satélite, de los macroordenadores y de los microchips, y de otras muchas cosas tan particulares de esta época. Pero al mismo tiempo vivimos con nuestros deseos, pasiones, defectos y virtudes, con nuestros miedos universales y atemporales, propios de todo ser humano y de toda época.

Y es bien cierto que cada tiempo tiene su miedo exclusivo, como los nórdicos temían “cuando el cielo era Cielo que este se desplomara sobre su cabeza”, o como el hombre medieval temía atravesar los bosques en la noche, o surcar los océanos por temor a brujas, dragones y abismos, o como el atribulado pacifista de ahora teme que algún loco apriete el botón rojo.

Sin embargo, hay miedos de siempre que parecen formar parte del ser humano y de su equipaje psicogenético; lo acompañan de la cuna a la sepultura, durante toda su existencia, en todas las estaciones de su vida. Así, parece que las edades cronológicas participan más de lo que creemos en los procesos de naturaleza psicomental relacionados con el miedo.

Si el miedo es un ente, una especie de gran ser cósmico que existe en todas las cosas, cabría afirmar que, por ello mismo, está en todos los planos de la naturaleza.

Este es un tema tan común que no existe nadie ni nada en nuestro mundo conocido que esté exento del miedo.

AMENAZA LATENTE.
Miedo a la vida, a la muerte, al amor, a la ausencia de amor, a la oscuridad, al miedo mismo y un largo etcétera que nos rodea como el aire que respiramos.
Nuestra sociedad actúa rápidamente para inculcar el sentido de propiedad, para que los ciudadanos aprendan aquello de ¡tanto tienes, tanto vales!, y de manera paulatina va apareciendo el miedo a perder el prestigio conseguido, la reputación conquistada, y, en fin, el miedo, al “qué dirán”. Es gracias a este miedo, tan extendido por todo el orbe, que uno de los monstruos más terribles y despiadados goza de buen alimento e inmejorable salud: el rumor.

¿HAY ALGUNA SOLUCIÓN A ESTE MIEDO?.
Los estoicos creían que sí, que la solución está en saber diferenciar nuestros verdaderos bienes de aquellos que no lo son; y lo realmente nuestro son aquellas cosas que dependen de nosotros: juicios y opiniones, actos, movimientos, deseos... y esas cosas que no dependen de nosotros no podemos incluirlas en el inventario de nuestros bienes: los bienes materiales, la reputación, las dignidades y los honores.

Los diccionarios y enciclopedias definen el miedo como una “perturbación del ánimo, originada por la aprensión de algún peligro o riesgo que se teme o recela. Recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda alguna cosa contraria a la que deseaba”.

Etimológicamente viene del latín “metus”, miedo; “metuere”, temer. Remite a la situación de ánimo sobrecogido con la idea del peligro.
Darwin, en su obra “La expresión de las emociones”, describió detenidamente los efectos del miedo según el punto de vista de la fisiología. El hombre espantado dice, queda primero inmóvil como una estatua, reteniendo la respiración. El corazón late con rapidez y violencia levantando el pecho.

La piel queda instantáneamente pálida, como si se provocase un desvanecimiento, debido a la impresión recibida por el centro vasomotor, que provoca la contracción de las pequeñas arterias de los tegumentos. La respiración se precipita y la boca se seca al estorbarse el funcionamiento de las glándulas salivares. El temblor se apodera de todos los músculos del cuerpo. Todo esto da como resultado los sentimientos de opresión y angustia.

UNA REACCIÓN.
El miedo es un sistema de supervivencia de todos los seres. Mezcla misteriosa de experiencia y prevención, acude en ayuda de los amenazados de múltiples maneras. Su finalidad es la perduración de los individuos y de las comunidades.

En la antigua Grecia y Roma, bastante familiares a nuestra mentalidad occidental, observamos que el miedo, junto con el temor, tenían consagrados santuarios especiales. Entre los griegos eran Deimos (el Temor) y Fobos (el Miedo), (de este Dios viene la palabra fobia) y entre los romanos Palor y Pavor. En ambos casos se decían que eran hijos del dios de la guerra y de la diosa del amor, Ares y Afrodita entre los griegos y Marte y Venus entre los romanos. ¡Extraños progenitores de estas divinidades! ¿Qué relación puede tener el miedo con el amor y la guerra?

A estos dioses es a quienes se les atribuía, no sin razón, la responsabilidad de las derrotas militares. Y efectivamente, la desbandada de los ejércitos produce la impresión de que una horda de demonios recorre el campo de batalla, atrapando a los que huyen despavoridos. Es así que los antiguos consideraban aliados eficaces a estas divinidades, a la que adversarios temibles, con los que había que congraciarse antes de emprender cualquier campaña bélica.

FÍSICO Y MENTAL.
En el plano físico el miedo se nos presenta como una necesidad de supervivencia. Miedo a ser destruido, a desaparecer. El robot biológico que es el sustento de los demás cuerpos tiene sus propios sistemas de inteligencia y busca perdurar y sobrevivir.
En el plano mental es donde mayor fuerza ejerce el miedo sobre el ser humano, pues de alguna manera se alían aquí los otros miedos. Las artes marciales con profundidad espiritual han enseñado siempre que el principal oponente es uno mismo y sus miedos. Debe vencerse este enemigo, pero no destruirlo, porque el miedo es una enorme fuerza de la que se puede sacar provecho. Hay que domarla como a los caballos salvajes y una vez bajo nuestro control hay que montarlo y utilizar su fuerza en nuestro provecho.

También nos dicen que el miedo le entra al hombre por los pies y que va ascendiendo hasta llegar al corazón. Cuando se produce tal, queda paralizado y el cuerpo se encuentra a merced de las circunstancias. Nos aconsejan que cuando notemos que el miedo está subiendo por nuestro cuerpo hagamos presión, fuerza con el estómago y procuremos detenerlo antes de que suba al corazón y a ser posible que lo saquemos fuera del cuerpo por donde vino. Si el miedo nos lo ha transmitido algún maleante o enemigo concreto, debemos lanzarle el miedo a él.
Necesitamos recrear de nuevo el valor tanto individual como colectivo. En verdad resultaría interesante fomentar una pedagogía basada en el valor, y no tanto en los miedos y debilidades del ser humano. Aunque, como ya enseñó Platón, miedo y valor van estrechamente unidos, cogidos de la mano, y así queda reflejado en la definición platónica: valor es saber lo que hay que temer, y saber lo que no hay que temer.

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