Hipócrates, el gran médico griego que vivió entre los 460 a 370 años antes de Cristo, estaría orgulloso de su colega Jesús Orlando Molina, fundador de lo que hoy es el Instituto Nacional del Diabético.
La bondadosa madre Sor María Rosa llamó a Molina y a otros galenos que la apoyaban como apóstoles de la salud.
Este médico, nacido en Corquín, Copán, y graduado en la universidad de San Carlos, de Guatemala; en 1997 comenzó en el Hospital San Felipe -junto con otros compañeros- un proyecto para atender a las personas con diabetes, que hoy es un éxito.
Aquella clínica que empezó a funcionar por aquí y por allá, hasta encontrar acomodo en la bodega de sueros del mencionado centro asistencial, 17 años después tiene la categoría de un instituto y cuenta con su propio edificio.
Después de tantos años en el ejercicio médico, Molina no ha olvidado el juramento hipocrático, aquel compromiso de carácter ético que pronunció al graduarse.
“En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia.
Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura.
En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción”, dicen tres extractos de la declaración deontológica, tradicional en la práctica médica.
“Yo pienso que el médico que se propone cumplir con ese juramento lo va a observar toda su vida, dijo Molina, un hombre de apariencia seria pero de trato gentil, al relatar su lucha por hacer del Instituto Nacional del Diabético un centro de servicio eficiente para los enfermos.
¿Cómo nació este proyecto? Allá por 1997 vino la inquietud en el Hospital General San Felipe que hiciéramos un grupo de personas que nos dedicáramos al problema de la diabetes. Ya existía lo que era la Fundación de Lucha contra la Diabetes. Nos constituimos en un grupo, integrado por trabajadora social, psicólogo, enfermera y médicos y empezamos a formar lo que llamamos la clínica del diabético, que atendía únicamente los martes comenzando con grupos de 20 pacientes.
¿Y dónde funcionaba? Andábamos buscando un local, no lo teníamos, siempre pedíamos prestado un lugar para podernos reunir, a veces había anuencia, a veces no; pero siempre fuimos constantes.
En 1999 conseguimos que se nos diera un espacio en la bodega de sueros. Con apoyo de la Embajada de Italia se reparó ese espacio y así echamos a andar la atención del diabético. Luego fundamos la Clínica del Pie, le revisábamos los pies al paciente, le queríamos decir que estábamos preocupados y seguimos estando preocupados porque cada 20 minutos en el mundo se está haciendo una amputación de un miembro inferior, y si le enseñamos al paciente el autocuidado de sus pies y la revisión permanente con un examen físico de sus miembros inferiores, esta cifra la vamos a bajar.
¿Qué tan alarmante es la diabetes en Honduras? El año pasado se daba la casuística de que aproximadamente, en el Hospital Escuela se estaban realizando cinco amputaciones diarias, es una cosa preocupante la gran cantidad de personas que terminan discapacitadas por este problema del pie diabético. Además de la alta incidencia, vimos que uno de los problemas que sigue siendo serio es la falta de oportunidad para que los pacientes tengan los medicamentos.
Es así como con el apoyo de economistas, -uno de ellos ya difunto- logramos establecer un fondo rotatorio y establecimos lo que se llama el banco de medicamentos. Las casas médicas se han tornado nuestras aliadas y hemos hecho convenios con ellas de tal manera que el costo del medicamento sea muy inferior a la parte privada.
¿Ahora están en mejores condiciones? Cuando estábamos en el Hospital San Felipe vimos que la gente nos continuaba buscando y ya no teníamos un espacio suficiente y siendo ministro el doctor Plutarco Castellanos, tuvimos el apoyo para que una parte del terreno del asilo de ancianos se nos cediera y comenzamos a construir lo que ahora es el Centro Nacional del Diabético. Eso fue en una primera etapa en el año 2007.
¿También avanzaron en la parte administrativa? Tenemos lo que yo considero como pilar fundamental, la Asociación Nacional de Diabéticos, donde los pacientes que van perteneciendo desde lo que era la Clínica del Diabético, Centro Nacional del Diabético a una Asociación Nacional de Diabético, hace una aportación como una membresía a la Asociación y con ese producto hemos podido ir teniendo vigilantes, la parte administrativa, sabemos que tenemos que complementar lo que a futuro queríamos que era una meta trazada desde la época del 2000 a 2004, donde el Congreso Nacional nos otorgó un apoyo presupuestario de dos millones de lempiras y empezamos a construir lo que ahora está a punto de finalizarse, que es la sala de cirugía, rayos X, el laboratorio, la unidad de epidemiología e investigación, tenemos la unidad de hemodiálisis con una capacidad de siete sillas para poder efectuar 21 diálisis diarias, ya que el 40 por ciento de los pacientes diabéticos termina en un programa de diálisis, tenemos ya oftalmología, una sala equipada con rayos láser con ultrasonido oftálmico.
Pronto estaremos haciendo cirugía de cataratas, y porqué no, en un futuro cirugía de retina.
¿Cuándo obtienen la categoría de instituto? En julio del 2013 el Congreso Nacional, presidido por Juan Orlando Hernández, nos otorgó allá en Gracias, Lempira, la Ley del Instituto Nacional del Diabético, la cual es promulgada (sancionada) por el presidente Porfirio Lobo Sosa el cinco de octubre de 2013.
¿Una obra con médicos dispuestos a servir? Esta es una iniciativa que tiene como única intención llegar al paciente, creo que en mi vida, en algún momento pensé que la vida era servicio, empezamos a servir y nos dimos cuenta que servir era vivir y bajo ese esquema hemos trazado metas. Yo soy una persona luchadora, pero he tenido la bendición del apoyo de mi familia, de mis compañeros de trabajo que han luchado sin ver horarios, con una disponibilidad para acompañarme en esta lucha, no soy yo el jinete sino que somos un grupo que estamos llevando a feliz término este proyecto.
¿La diabetes es una amenaza para los hondureños? Este problema que se nos ha hecho endémico lo estamos dejando escapar de nuestras manos. No suena igual que una epidemia de dengue, pero la diabetes es una pandemia que tenemos en nuestra tierra y que constituye una de las diez primeras causas de muerte en Honduras.
La población de diabéticos se está duplicando, las cifras que esperábamos tener en el 2050 las vamos a tener en el 2030. Ya en Honduras estamos hablando de un millón a un millón 200 mil personas, existe la ley de las mitades, que dice que de ese millón de pacientes que son diabéticos solo la mitad sabe que son diabéticos.
¿El promedio de personas que sufren amputación por esta enfermedad es alto? Basta con venir un día a las 6:00 de la mañana aquí al instituto y ver cuánta gente anda en silla de rueda producto de una amputación o producto de otro problema como es tan frecuente, la ceguera en el paciente diabético. El paciente no sabe que es diabético y termina con problemas en su retina perdiendo la visión.
¿Cómo una persona puede darse cuenta que es diabética?
Haciéndose los exámenes de glicemia una o dos veces por año. ¿Quiénes son personas de alto riesgo? Las personas que tienen familiares diabéticos, los que tienen trastornos de colesterol, triglicéridos, las personas que son hipertensas. El hipertenso por lo general es pariente del diabético. Aquellas personas que en su embarazo tienen niños de alto peso al nacer también son candidatas a ser diabéticas.
¿Es correcto que una persona diga que tiene azúcar en la sangre?
Sí, uno aprende en la vida por instrucción o por tradición. Por tradición nuestros padres nos enseñan y vamos aprendiendo incluso de la misma población, tengo azúcar. Esto tiene una explicación empírica de cómo se fue descubriendo que alguien tenía azúcar en la sangre, y era que el paciente diabético miraba que al orinar inmediatamente había hormigas en los restos de orina, son cosas obvias, únicamente el método de observación, de ahí que se decía, tiene azúcar en la orina, entonces no está malo decirlo.
¿Pero realmente es azúcar en la sangre? Son carbohidratos, estos se transforman mediante un metabolismo en azúcar. A eso científicamente le llamamos glicemia.
Pasando a la parte personal, ¿usted de dónde es originario? Nací en Corquín. Estuve en la escuela José Cecilio del Valle en Corquín y el colegio en el instituto departamental Santo Domingo Savio, en Santa Rosa de Copán, me gradué en la universidad de San Carlos de Guatemala.
¿Le era más fácil ir a Guatemala que venir a Tegucigalpa? En aquel tiempo era más fácil ir a la capital de Guatemala que venir a la capital de Honduras. Ir allá nos tardábamos seis horas y venir acá era dos días. Uno llega a dormir a San Pedro y al otro día uno salía para Tegucigalpa. Me gradué de médico general y especialista en medicina interna.
¿Cómo fue esa vida de niño en Corquín? ¡Aaaah! Fue una niñez linda porque en la escuela teníamos como ahorita, doble jornada en la escuela, caminábamos por lo menos cuatro kilómetros diarios, mi contextura era delgada, después que hacía mis tareas jugábamos una potra.
¿Me imagino que era goleador? ¡Ummm! A veces… ¡ja, ja,ja! Jugábamos en una calle del pueblo.
¿Y su vida en el colegio? Estudié en el instituto Domingo Savio, donde mucha gente de Tegucigalpa iba a estudiar, había un internado, era dirigido por los salesianos, a veces la pasábamos con la pena de estar guardadito en un internado.
¿Nunca se escapó para ir a parrandear? Nooo... Bueno una vez sí me escapé, les dije que iba para mi casa y me quedé parrandeando, pero al llegar a mi casa, mi papá me la tenía lista. Salí del colegio en 1971.
¿Tenía vocación para la medicina? Mi mamá nos inculcó, decía ¡qué barbaridad! ¡tanto dolor humano que hay! ¿por qué mis hijos no pueden estudiar medicina? y los dos primeros hijos -de cinco hermanos, dos varones y tres mujeres- somos médicos, pero todos nos fuimos por la parte médica, una química farmacéutica, otra es odontóloga, y pienso que sí hubo influencia de mi mamá y papá, los dos eran personas muy carismáticas, servían a los demás de otra manera y creemos que es una vocación de servicio, que es muy diferente en la actualidad porque se busca una profesión x, pero en aquel tiempo uno se iba por una vocación prácticamente humanitaria.
¿Una persona dedicada al servicio también puede ser exitosa económicamente? He trabajado con Sor María Rosa, una persona con una vocación de servicio muy grande. Ella nos formó en lo que era la Asociación Apóstol de la Salud y anduvimos en gira por todo Honduras. Llegamos a tener 64 clínicas en todo el país y siempre me gustó ir a visitarlas. Yo pienso que Sor en ningún momento se equivocó en llamarnos apóstoles de la salud. Mi gran satisfacción es haber servido, eso ha sido lo más importante de mi vida.
¿Hipócrates también veía a los médicos como apóstoles de la salud? Definitivamente, por eso nosotros al graduarnos hacemos un juramento hipocrático y eso debe de observarse. Ahora a mí me da tristeza ver cómo hay un irrespeto hacia el paciente, hacia el maestro, y nosotros en el juramento hipocrático prometimos el respeto al maestro, al paciente y en algún momento no lo cumplimos. Yo pienso que el médico que se propone cumplir con ese juramento lo va a observar toda su vida.
¿En qué año se fue a estudiar a Guatemala? En 1972, éramos 800 alumnos en la facultad, me gradué en 1978, gracia a Dios ocupando los primeros lugares de los que nos graduamos ese año. Guardo preciosos momentos de mi estadía en Guatemala.
¿Un momento que no olvida de su vida como estudiante en Guatemala? El día del bautismo, el primer día en la facultad, a uno lo reciben rapándole, lo pintaban, le ponían consignas contra el presidente de turno, lo sacaban a marchar a la calle, prácticamente lo embriagaban a uno, se mofaban de uno, pero uno siempre estaba con aquella cosita que al siguiente año uno se las iba a desquitar con otros.
¿Y se las desquitó? No mucho, ¡ja, ja,ja!... Después se quitó eso porque estaba llegando a extremos no muy adecuados.
¿Se casó en Guatemala? En un viaje a Tegucigalpa, conocí a quien ahora es mi esposa, Ana María Handal. Me pidió que le ayudara para ir a estudiar a Guatemala y lo hice, le arreglé todos los papeles, luego allá nos hicimos novios y nos venimos a casar acá a Tegucigalpa.
¿Cuántos hijos tienen? Tres, una nacida en Guatemala, dos nacidos en Honduras. Vilma Marina Molina Handal, Carlos Ernesto Molina y Jesús Orlando Molina.
¿Ahora cuáles son sus sueños? Qué en estos cuatro años, el señor presidente de la República me permita terminar con todo este proyecto de los diabéticos para que en un futuro, al no poderlo continuar yo por las razones que sean, quede todo bien estructurado, dejar una Asociación Nacional de Diabéticos bien consolidada, un equipo de trabajo bien formado y capacitado, con capacidad de respuesta y que nunca permitan que esta institución vaya a caer, sino que se mantenga siempre con el alto nivel de atención al paciente y procurando entregarle los mejores beneficios científicos al país.
¿Recomendaciones a la gente? Decirles que ser diabético no es condenable, que no hay ninguna enfermedad por la cual una persona debe sentirse discriminada. El saber que es diabético es algo valioso en la vida, porque uno aprende a cuidarse y si esa persona es diabético único en su familia, va a hacer que más miembros de la familia aprendan a cuidarse.