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'Madre Teresa es el rostro humano de la Iglesia Católica”

La beata que dedicó su vida a amar hasta el dolor a los pobres y a proteger al niño no nacido, sembró la semilla de la fe y la esperanza
en Honduras, que el 5 de septiembre celebrará su fiesta.

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02.09.2012

Vestida con su tradicional sari y un par de gastadas sandalias, bajó del avión con su rosario y una caja de cartón como único equipaje. La imagen de aquella mujer sencilla, pequeña de estatura pero con un corazón tan grande, capaz de entregarse a los más pobres, es la Madre Teresa de Calcuta, que recuerda el padre Ovidio Rodríguez cuando visitó Honduras en 1984 para sembrar la semilla de su congregación, las Misioneras de la Caridad.

“Apenas el avión sobrevoló Tegucigalpa para aterrizar en el aeropuerto Toncontín y ella vio las casitas de cartón en los cerros y la pobreza imperante, cuentan que dijo: ‘aquí nos quedamos’”.

Ese fue el primer acercamiento de la beata con Honduras y el inicio de una estrecha relación con los necesitados que hoy se traduce en varios hogares de ayuda a niños y ancianos en Tegucigalpa, San Pedro Sula, Santa Rosa de Copán y Comayagua.

El próximo miércoles 5 de septiembre, cuando se cumplen 15 años de su partida y el día en que se celebra su fiesta, recordamos a la monja de Calcuta, no a la premio Nobel de la Paz, ni a la mujer universal, sino al ser humano que amó a los más pequeños, a una santa de nuestro tiempo que convirtió el sufrimiento de los pobres, de los enfermos y de los abandonados en caricias bondadosas de Dios.

Mensaje de amor y entrega. Rodríguez la describe como el rostro de una iglesia samaritana, una mujer que habló con sus hechos. “Madre Teresa es el rostro humano de la Iglesia Católica”, dijo el presbítero.

Y es que esta mujer, que fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en octubre de 2003, llevó no solo el mensaje del evangelio a muchos rincones del mundo, sino que durante más de 45 años atendió a pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, y defendió la vida del niño no nacido en una enérgica cruzada en contra del aborto con la ayuda de la congregación de las Misioneras de la Caridad que fundó en 1950 y que hoy están disgregadas en más de 120 países.

Una vez un crítico le dijo que haría más para terminar con la pobreza si enseñara a pescar en vez de dar el pescado. Ella respondió: “Las personas que yo ayudo no se valen por sí mismas, no se pueden parar. No pueden sostener la caña. Yo les daré el alimento y después se los enviaré a usted para que usted les enseñe a pescar”.

Nacida en Skopje, Macedonia, el 26 de agosto de 1910 como Agnes Gonxha Bojaxhiu, hizo su Primera Comunión a los cinco años y medio, y desde ese día llevaba en su interior el amor por las almas.

En 1928 decidió que dedicaría el resto de su vida a Dios, ingresó en el Instituto de las Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa.

El 10 de septiembre de 1946, durante un retiro anual, Madre Teresa recibió su inspiración.

El 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul, un rosario en la mano y atravesó las puertas del convento de

Loreto para entrar en el mundo de los pobres.
Desde ese momento y hasta su muerte el 5 de septiembre de 1997 en Calcuta, India, a los 87 años, se dedicó a seguir el mensaje de Cristo y lo convirtió en el centro de su misión evangelizadora.

“Amaos los unos a los otros, como Jesús os ama. No tengo nada que añadir al mensaje que Jesús nos dejó. Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar. El fruto de la oración es la profundización en la fe. El fruto de la fe es el amor. Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz”.

Su cercanía con Honduras. Con ese mensaje y consciente de la necesidad, Madre Teresa visitó Honduras en dos ocasiones. “Creo que fue en 1984 o 1985, yo era párroco de la iglesia San José Obrero, donde la religiosa fundó la casa hogar Don de Dios. Cuando la vi bajar del avión cargando su ropa en una caja de cartón, me impactó. Era sencilla, no le gustaba la pompa. La recibimos y la llevamos al Seminario Mayor. Ahí habló poco pero su mensaje fue elocuente. Les dijo a los seminaristas: “amen a los pobres, protejan la vida del no nacido y amen el sacerdocio”, cuenta Rodríguez.

El sacerdote católico no fue el único que tuvo la experiencia de conocer a una mujer cuyos actos la convierten en una santa de la Iglesia. En julio de 1988, Madre Teresa llegó a Santa Rosa de Copán, donde también fundó el Hogar San José. Su presencia coincidió con la visita de la imagen de la Virgen de Suyapa a la catedral de Santa Rosa de Lima, de esa ciudad.

Ella entró al templo, estuvo un rato en presencia de la Patrona de Honduras y fue ahí donde dos niños tuvieron un encuentro con ella que marcó sus vidas. Omar Roberto y Jimmy Alexander Bertrand Reyes, en ese entonces de 11 y 9 años de edad, respectivamente, recuerdan aquel día como si fuese ayer. “La vimos dentro de la catedral, luego ella caminó acompañada de varias monjas a las oficinas del obispado. Nosotros corrimos para verla y antes que entrara al lobby nos colocamos a un lado de la puerta con mi hermano. Ella preguntó quiénes son estos niños y las monjas le respondieron que queríamos conocerla”, narró Omar Roberto.

“Ella se acercó a nosotros, nos tocó la cabeza y a mí me tomó ambas manos y las puso en señal de oración acercándolas a su rostro y dijo unas palabras en un idioma que no entendí. La recuerdo muy bien, era pequeñita, de piel arrugada, con una sonrisa y algo en la mirada que me hizo sentir una sensación extraña en el estómago. Ni mi hermano ni yo vamos a olvidar ese momento”.

La visita de la Madre Teresa en 1988, no solo a Honduras sino a varios países de Centroamérica, coincidió en un momento en que los gobiernos del área conversaban para elaborar un plan de paz que pusiera fin a la guerra y el terrorismo; fue considerada como un bálsamo. Y su mensaje fue directo y contundente: “Padres de familia, enseñen a sus hijos a orar y oren con ellos, porque la oración trae como resultado un corazón limpio y quien tiene un corazón limpio puede ver a Dios. Si podemos ver a Dios, nos amaremos los unos a los otros como Dios nos amó”.

Camino a la santidad. A su muerte, que causó un duelo universal, su fama se extendió. La mujer diminuta que se reunía con presidentes de todo el mundo y que juntaba sus manos en señal de oración antes de dar un mensaje en público, fue despedida con honores de estado en Calcuta y sepultada en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad, donde su tumba se convirtió en sitio de peregrinación.

“Sigue viva en mi memoria su diminuta figura, doblada por una existencia transcurrida al servicio de los más pobres entre los pobres, pero siempre cargada de una inagotable energía interior, la energía del amor de Cristo”, dijo el Papa Juan Pablo II al conocer la noticia de su deceso.

Este ejemplo de esperanza invencible y de caridad extraordinaria logró que a menos de dos años después de su muerte, Juan Pablo II permitiera la apertura de su Causa de Canonización y el 19 de octubre de 2003 fue beatificada. Desde ese momento se exponen un mechón de su cabello, sus sandalias y su rosario como reliquias.

Madre Teresa inspiró a miles no solo con su mensaje, sino con la forma de vida que eligió.

Según el padre Ovidio, en Honduras hay muchas Madres Teresas silenciosas, hay muchas como ella escondidas en el silencio. Ella fue conocida por ser premio Nobel de La Paz, por salir en los medios de comunicación. Por mostrar la radicalidad de su pobreza, muchos la querían sin importar si eran católicos o no, y para Calcuta ella era una especie de diosa, fue enterrada con todos los honores, como ella quizás no hubiese querido porque era un modelo de humildad y sencillez.

“Necesitamos suscitar a estas madres de nuestro tiempo en un momento en el que somos ajenos al dolor y al sufrimiento del prójimo.

Acompañar al otro hasta ponerlo de pie como hacía Madre Teresa. Pero hay que pasar de la admiración por ella a la acción siguiendo su ejemplo de entrega”.

El presbítero reiteró que vivimos tiempos difíciles con una enorme carencia de valores. “Hay personas con solvencia económica pero con pobreza moral”, enfatizó Rodríguez.

Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor y del valor incomparable de la amistad con Dios.

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