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Los buenos somos más

<p>Una frase que expresa una verdad que no se puede ocultar.</p>
14.12.2013

NOTA INICIAL. El caso de hoy es algo diferente, es una reflexión sobre un hecho real que llena el espíritu de la mayoría de los hondureños: la bondad, la nobleza de corazón ante la adversidad, ante la tragedia, ante el daño sufrido. Es, también, un llamado a la conciencia de quienes creen que la venganza es la mejor medicina para el mal recibido. Jehová dijo: No te vengues, amado, porque mía es la venganza; yo daré el pago.

Y Jesús mandó que amemos hasta a nuestros enemigos, porque no debemos pagar mal con mal. La ley del Talión es un adefesio jurídico antiguo cuya esencia macabra debe quedar solo en los libros de historia como una muestra de la estupidez humana. El amor cubre multitud de faltas.

EJEMPLO. Viajaba en un avión Yiye Ávila, el pastor evangélico de Puerto Rico, cuando le informaron que su hija acababa de morir. El pastor cerró los ojos y elevó una oración a Dios, sin embargo, el pastor no dejó de notar que la persona que le daba el mensaje estaba pálido y temblaba, que rehuyó su mirada y que bajó la cabeza mientras una máscara de dolor y miedo cubría su rostro.

-Hay algo más, ¿verdad? –le dijo el pastor, cuando terminó la oración-. Lo sospecho.

El ayudante respondió moviendo tímidamente la cabeza hacia adelante.

-Habla –le dijo el pastor-. No se mueve la hoja de un árbol, si Dios no lo permite. Habla.

El ayudante esperó unos segundos, tenía la garganta seca, miró el rostro blanco y lleno de arrugas del pastor que, a pesar de la impresión y del dolor luchaba por mostrarse sereno, y le dijo:

-Pastor, a su hija la mató el esposo…

El pastor dejó de respirar.

-Fue un crimen brutal…

Yiye Ávila levantó una mano y cayó de rodillas. Lloraba mientras oraba. Cuando el avión aterrizó, un enjambre de periodistas lo esperaba al pie de la escalera.

-Pastor Ávila–le dijo un reportero-, al asesino de su hija le espera la pena de muerte. ¿Qué opina usted?

-Le pido a Dios que no le quiten la vida. Dios lo perdonará como yo lo perdono.

A pesar del dolor, del sufrimiento, de la muerte atroz de su hija, Yiye Ávila no guardó rencor en su corazón.

Dijo después que el ser humano tiene que convivir con el mal, que es algo inevitable, pero que los malvados son pocos porque, en realidad, los buenos somos más.

EL LEMA. Don Rigo, un viejo policía de la Fuerza de Seguridad Pública, FUSEP, era reconocido por sus compañeros como uno de los más fieros enemigos de los delincuentes. Don Rigo pasaba mucho tiempo fuera de su casa, poco fue el tiempo que disfrutó a sus hijos y, a causa de su trabajo, descuidó a su esposa, una mujer quince años más joven que él.

Un día la encontró con otro hombre en su propia cama. Sintió como si lo hubieran golpeado con un bate en pleno rostro, el corazón se encogió en su pecho y la ira le hizo hervir la sangre, se llevó la mano a la cintura, cogió la cacha de su pistola de reglamento, un revólver de treinta y ocho milímetros, y apretó los dientes.

La pareja se quedó petrificada en la cama, ella mordiendo la cobija; él, mudo de terror. Don Rigo lloró, no sabe si de dolor o de cólera, dejó el arma en su cintura y dio media vuelta.

-¿Por qué no les disparó?

-No pude hacerlo; es más, no deseaba hacerlo, a pesar de la humillación y del dolor.

Yo no soy un hombre malo, nunca lo fui, a pesar de mi trabajo en aquella época en que los comunistas eran los peores enemigos… No podía justificar la acción de mi mujer, no podía perdonarla, pero con el tiempo me di cuenta que si soy un hombre bueno debía perdonar, y olvidar.

No volví con ella, por supuesto, pero no me convertí en un asesino. Era la madre de mis hijos y, pasado el tiempo, me imaginé el gran daño que le hubiera hecho a mis muchachos si en un arrebato de cólera les hubiera matado a su madre, aunque a los ojos de mis compañeros, aun en los de aquellos que se decían mis amigos, debí haberla matado. Y a él también, que era mi mejor amigo. Pero no lo hice. Hoy me siento orgulloso de ser parte de esa mayoría de personas que no llevamos maldad en el corazón. En realidad, los buenos somos más.

IRA. ¿A dónde nos lleva la ira? ¿Qué nos deja la venganza? ¿De dónde nace la maldad humana?

-Yo le disparé a mi yerno –dice don Juan, con la cabeza baja y con vergüenza y lágrimas en los ojos-, pero no sé en qué momento lo hice. Jamás imaginé que podía hacerle daño a alguien; cargaba pistola porque era parte del hombre, del macho, aunque nunca imaginé usarla contra alguien…

Julio, el yerno de don Juan, era un abusador, golpeaba a su esposa casi desde la misma noche de bodas y, después de años de abuso, terminó matándola de un balazo en el pecho, a pesar de que estaba embarazada. El motivo: ella no quiso tener relaciones con él porque sabía que estaba con otras mujeres. Empezó la discusión, ella siguió negándose y él la golpeó. Al final, decidió matarla.

-Lo mejor es que te mate de una vez –le dijo-. No me servís para nada.

Sacó la pistola de su cintura, le apuntó al pecho y apretó el gatillo. Después, se sentó a verla agonizar. La sirvienta que quiso ayudarla dice que el asesino la amenazó con matarla, que vio cómo se movía el feto en el vientre y que creyó ver una sonrisa en la cara horrorosa del hombre.

La muchacha murió quince minutos después del disparo. En su agonía trataba de proteger al hijo que moría con ella, levantaba una mano hacia su esposo, pidiéndole ayuda, y le suplicaba con los ojos que no la dejara morir.

Sin embargo, no dijo una palabra. Cuando cerró los ojos para siempre, él se puso de pie, se metió la pistola en la cintura y salió de la finca como si nada hubiera pasado. Lo capturaron esa tarde, en un bar de mala muerte. No opuso resistencia. Había bebido más de la cuenta y tenía restos de cocaína en la nariz.

Un año después, lo llevaron a juicio. La defensa alegó demencia temporal. Los jueces se conmovieron. Cuando salió del tribunal, el parricida sonreía. Entonces don Juan sintió que le arrancaban la cara con una garra de hierro al rojo vivo.

La ira lo dominó, se sintió humillado, recordó el testimonio de la sirvienta de su hija e imaginó una vez más el sufrimiento de su agonía. Luego recordó a su nieto. Entonces nopudo más, sacó su arma, se abrió camino hacia su yerno y le disparó un solo tiro en el cuello. El hombre llegó agonizando al hospital. Don Juan se entregó.

-Hice mal en dispararle; confieso que quería matarlo, que quería borrarle la cínica sonrisa de la cara porque creí que se burlaba de nosotros, y de mi hija… y por eso lo hice.

El yerno estuvo un mes en el hospital, pero se recuperó. La bala no le hizo mucho daño. Hace un año se reencontró con su suegro. Don Juan le pidió perdón y él lloró a su lado. Hoy paga los últimos años de su condena. No quiso que su padre torciera la justicia con dinero, se declaró culpable y fue condenado a veintidós años. Don Juan fue condenado a nueve años de cárcel.

-No soy un hombre malo. Ahora sé que mi yerno actuó movido por la droga, por el machismo y por la equivocada educación que recibió en su casa… Es una lástima. Lo más grave de esto es que mi hija y mi nieto no están con nosotros. Mi esposa y yo hemos perdonado de corazón…

Las lágrimas se acumulan en su garganta, baja la mirada y trata de sonreír.

-¿Cree usted que los buenos somos más?

Su sonrisa se hace más amplia y brilla una luz de alegría en sus ojos.

-Sí, los buenos somos más.

Hace una pausa, se limpia una lágrima que rueda lentamente por su mejilla pálida y llena de arrugas, y dice:

-Aunque también me pregunto que, si los buenos somos más, ¿por qué hay tanta violencia en nuestra sociedad? Tal vez es que estamos en los últimos tiempos.

MALDAD. Si es cierto aquello de que el hombre nace básicamente bueno, entonces la maldad humana es una conducta adquirida, un sub producto de la sociedad que perfectamente se puede evitar. Sin embargo, los cambios deben producirse en cada corazón, en cada ser humano.

-Ama a tu prójimo como a ti mismo –dijo Jesucristo al final de su misión en la tierra, aunque Petronio, el escritor romano del siglo primero, dijo que, puesto que conocía lo que el prójimo es no podía amarlo como a sí mismo. Por supuesto, la filosofía y la conciencia no siempre estarán de acuerdo.

Sin embargo, la maldad y su práctica perniciosa será siempre una decisión personal.

Miles de personas se han sobrepuesto a sus deseos de venganza, han aplacado su odio y han dejado atrás la ira, aunque lleven inalterable en su pecho el dolor por el mal recibido.

Como dijo Yiye Ávila, para ser bueno no siempre es necesario nacer de nuevo. Basta con saber que existe una gran diferencia entre el bien y el mal, y que, tarde o temprano, el mal nos conduce al abismo del que, en la mayoría de las veces no hay salida.

Pero existe una gran verdad: Los buenos somos más. Ahora solo falta que los buenos actúen con decisión para erradicar la maldad de nuestra sociedad.

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